El 28 de julio de 2024 Venezuela celebró la elección presidencial que prometía ser un hito en el complejo y tumultuoso panorama político del país. Sin embargo, esta elección ha sido profundamente cuestionada y marcada por acusaciones de fraude, intensificando así la crisis democrática que enfrenta la nación. Bajo la administración de Nicolás Maduro, la integridad del proceso electoral ha sido objeto de severas críticas y alegaciones de manipulación, exacerbando la desconfianza tanto a nivel nacional como internacional.
Desde la reelección de Nicolás Maduro en 2018, el régimen ha enfrentado acusaciones constantes de fraude y abuso de poder. La elección del 28 de julio de 2024 no ha sido la excepción; diversos informes y testimonios han señalado irregularidades alarmantes que han comprometido la transparencia del proceso. Entre las prácticas denunciadas se encuentran la alteración de los resultados, la manipulación del registro electoral, la coacción de votantes y la restricción severa de la participación de la oposición. Estas prácticas han creado un ambiente en el que la voluntad del pueblo venezolano ha sido ignorada en favor de asegurar la victoria de Maduro.
Además, la elección se desarrolló en un contexto de crisis económica y social que ha afectado gravemente a la población. La escasez de alimentos, medicinas y servicios básicos ha llevado a una situación de desesperanza y desilusión entre los votantes, quienes se han visto obligados a enfrentar condiciones adversas mientras intentan ejercer su derecho al voto.
La combinación de estos factores, junto con la manipulación del proceso electoral, ha afectado la legitimidad del pilar fundamental de una democracia: el proceso electoral, así como la estabilidad política en Venezuela. Estos comicios representan el deseo de los venezolanos de poner fin a 25 años de tiranía chavista. Hablo en presente porque esperamos que se reconozca el irrefutable triunfo de la oposición.
El Consejo Nacional Electoral de Venezuela anunció el lunes que el presidente Nicolás Maduro ganó un tercer mandato en las elecciones presidenciales del domingo. Con el 80 por ciento de las mesas de votación escrutadas, la comisión electoral del país afirmó que Maduro recibió “5.150.092 votos, un 51,20%,” mientras que el líder opositor, Embajador Edmundo González U, habría logrado “4.445.978 votos, un 44,2%.” Estos resultados parecen imposibles y falsos, ya que las actas en manos de la oposición indican claramente que Edmundo González obtuvo el 70 por ciento de los votos, mientras que Maduro se hizo con el 30 por ciento de los votos emitidos.
Las acusaciones de fraude no se hicieron esperar, generando una respuesta enérgica tanto dentro como fuera del país. Organizaciones internacionales, grupos de derechos humanos, la oposición y gobiernos extranjeros han condenado las irregularidades y han exigido una revisión imparcial del proceso. Sin embargo, la respuesta del régimen ha sido de rechazo y desdén, desacreditando las críticas y manteniendo su narrativa de legitimidad a pesar de las crecientes pruebas de corrupción y manipulación.
La reacción del régimen, liderado por Nicolás Maduro y su entorno, ha sido la misma de siempre: «Hay que respetar esta Constitución. Hay que respetar al árbitro y que nadie pretenda manchar esta jornada bella,» además de acusar a la oposición de haberse aliado con actores extranjeros para penetrar electrónicamente el CNE desde la República de Macedonia del Norte, con el fin de modificar los resultados de la elección.
Ciertamente, el día después anticipa nuevas crisis que echan por tierra la relativa reincorporación de Venezuela en el concierto internacional. Es importante destacar que estas elecciones fueron particularmente complejas. La oposición, motorizada por la popularidad de María Corina Machado, logró organizar enormes manifestaciones en favor de la candidatura de Edmundo González, quien fue electo por consenso tras la inhabilitación de la dirigente que ganó las primarias opositoras con el 90% de los votos en octubre de 2023.
Además, estas elecciones surgieron de negociaciones con la oposición y Estados Unidos, que involucraron el alivio de sanciones petroleras. Venezuela entregó a estadounidenses detenidos en Caracas a cambio del empresario Alex Saab, señalado como testaferro de altos cargos del chavismo y que regresó al país como un héroe, siendo incorporado a la cúpula del poder. El relajamiento de las sanciones permitió a Petróleos de Venezuela (PDVSA) buscar acuerdos con empresas transnacionales.
Fue un tira y encoge en el marco del incumplimiento de los acuerdos. Mientras tanto, un sector de la sociedad venezolana, que mezcla viejas y nuevas élites del sector empresarial, se acercó al gobierno, considerando que Maduro, en el marco de la normalización relativa de la economía, era el garante de sus negocios.
Tras 25 años de chavismo y más de una década de Maduro en el poder, estas elecciones se dieron en el contexto del esfuerzo del gobierno por mostrar que la crisis ya pasó y que en Venezuela está “todo muy normal». Tiendas y supermercados llenos de productos importados, nuevos restaurantes de alto estándar en Caracas, reposición de vuelos con varios países europeos, la mezcla de dolarización de facto y liberalización económica provocó una sensación de bienestar en medio de fuertes desigualdades sociales, con grandes sectores de la población dependientes de la ayuda estatal o de diversas transacciones, legales o ilegales.
Muchos divulgadores de noticias pro-Maduro se dedicaron a mostrar esa Caracas ostentosa que vio renacer la vida social durante las elecciones.
Tras años de divisiones entre opositores, esta vez hubo consenso en que la batalla debía darse en el terreno electoral, en un contexto de fuerte pérdida de popularidad de Maduro. La batalla de Barinas, que significó la derrota del chavismo en la tierra de Chávez en las elecciones regionales de 2022, gracias a la unidad y perseverancia opositora, sirvió para convencer sobre la utilidad de competir en las urnas y abandonar las fantasías fuera del marco democrático, que solo beneficiarían al gobierno de Maduro, que suele acusar a los opositores de golpistas.
Con la proclamación de Maduro, se cayó el último velo del régimen, aquel que se usó durante años para vestirlo de demócrata y disfrazar al chavismo de movimiento popular de izquierda amenazado por la derecha internacional y el imperialismo estadounidense. En realidad, lo que ocultaba ese velo era el despotismo de un gobernante de cuarta categoría y la naturaleza hegemónica, autoritaria y corrupta del régimen que todavía preside.
La decisión del régimen chavista de falsear la voluntad popular con el anuncio del CNE ha impactado de forma clara tanto en las relaciones bilaterales con los países latinoamericanos como en los vínculos intrarregionales. Tras las denuncias de fraude o manipulación de los votos por parte del régimen, los gobiernos latinoamericanos tomaron tres actitudes distintas. En primer lugar, aquellos que criticaron o condenaron incluso al chavismo y exigieron una mayor transparencia en el escrutinio entre los que se encuentran, Chile, Argentina, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, El Salvador y Uruguay. En segundo lugar, quienes felicitaron efusivamente a Maduro como claro y legítimo triunfador de la contienda, incluye a Cuba, Nicaragua, Bolivia, Honduras y, fuera de la región, China, Rusia e Irán. Por su parte, México, que se respalda en la idea de la no injerencia en los asuntos de terceros Estados (parte del corolario de la famosa doctrina Estrada), podría reconocer eventualmente el triunfo de Maduro, mientras que Brasil se encuentra en una zona de ambigüedad absoluta.
Tengo la sensación de que la transición se está iniciando. No tengo duda alguna del triunfo del Embajador Edmundo González y, cuando el Consejo Nacional Electoral atribuye la victoria a Nicolás Maduro, está confirmando la derrota del régimen chavista. Las transiciones no son todas iguales; tarde o temprano habrá alguna negociación.
A lo que hay que temer es que se pierda la claridad sobre el objetivo y el premio principal: la derrota de la dictadura. Fue tan difícil lograrla, que es fundamental mantener esa unidad que permitió el triunfo que ahora se intenta modificar por manos corruptas. Lo que hay que evitar a toda costa es una división entre los demócratas. Los objetivos no han cambiado, por lo que no hay que desviarse, y es importante tener claro que las transiciones admiten múltiples colores.
Hay un nuevo presidente electo y es el Embajador Edmundo González U.