El orzuelo, también llamado hordeolum en términos médicos, es ese incómodo bulto que aparece en el párpado y que no pasa inadvertido. Aunque no es peligroso, su dolor, hinchazón y enrojecimiento pueden convertirlo en un verdadero fastidio para quienes lo padecen.
Esta protuberancia, a menudo con pus, se forma cuando una glándula sebácea -encargada de lubricar el ojo- en el párpado se bloquea e infecta. El origen del problema suele ser una bacteria común, la Staphylococcus aureus, que desencadena una inflamación visible y molesta en la zona afectada.
Los síntomas típicos de un orzuelo incluyen enrojecimiento, dolor, sensibilidad, secreción de pus y, en algunos casos, una sensación arenosa en el ojo. Aunque la infección generalmente se limita a un solo lado, no es raro que algunos individuos experimenten orzuelos recurrentes, lo que puede indicar una predisposición subyacente a estas infecciones.
Se origina en las glándulas de Meibomio, situadas en el borde del párpado que producen un aceite esencial para lubricar la superficie del ojo.
Si estas glándulas se bloquean, el aceite se acumula y crea un ambiente propicio para que las bacterias se multipliquen. El resultado es una infección bacteriana, que provoca la aparición del orzuelo. Las causas más comunes de este bloqueo incluyen malas prácticas de higiene, como tocarse los ojos con las manos sucias, no limpiar adecuadamente los lentes de contacto o usar cosméticos contaminados.
Además de las causas bacterianas, existen factores de riesgo adicionales como ciertas condiciones de salud (diabetes, rosácea) y trastornos relacionados con la piel o los ojos (blefaritis, por ejemplo), que pueden aumentar la probabilidad de desarrollar un orzuelo.
Aunque no hay estudios concluyentes que establezcan una relación directa entre el estrés y la formación de orzuelos, algunos expertos sugieren que se puede incrementar el riesgo de desarrollar estas infecciones a través de varios mecanismos.
El estrés prolongado tiene un impacto directo en las defensas del cuerpo, reduciendo su capacidad para protegerse de infecciones. Cuando el sistema inmune se ve comprometido, su eficacia para enfrentar bacterias disminuye, lo que eleva el riesgo de padecer orzuelos u otras condiciones similares.
Investigaciones en psico-neuroinmunología, que analiza la conexión entre mente, sistema nervioso y defensas inmunológicas, indican que el estrés continuo incrementa la liberación de hormonas como el cortisol y la norepinefrina. Esta última, además, puede alterar la estructura celular, permitiendo que bacterias accedan más fácilmente a zonas vulnerables del organismo.
Asimismo, un estudio realizado sobre el impacto del estrés en la función inmunológica encontró que los niveles elevados de norepinefrina se convertían en una sustancia llamada 3,4-dihidroxymandelic acid (DHMA), la cual podría atraer bacterias a áreas vulnerables, como la piel y las mucosas, propiciando infecciones como el orzuelo.
Investigaciones adicionales indican que las personas que experimentan estrés a menudo tienen un sueño interrumpido o de mala calidad, lo que también contribuye a la disminución de la inmunidad, ya que el cuerpo no tiene suficiente tiempo para reparar y fortalecer sus defensas durante la noche.
En ese sentido, la falta de descanso adecuado interrumpe la capacidad del cuerpo para recuperar sus defensas naturales, incluidas las células T, responsables de identificar y destruir infecciones. Si el estrés provoca que una persona duerma mal, su inmunidad se verá comprometida, lo que la hace más susceptible a infecciones bacterianas.
Además, el cansancio y el estrés pueden disminuir la atención hacia las buenas prácticas de higiene ocular. Por ejemplo, las personas estresadas pueden ser más propensas a olvidarse de lavarse las manos antes de tocarse los ojos o de eliminar adecuadamente el maquillaje antes de dormir, dos factores que aumentan considerablemente el riesgo de desarrollar orzuelos.