“Hemos de dejar de torturarnos entre sí, no hay excusa para recurrir a este tormento, por lo que necesitamos una mayor voluntad política de liderazgos, para combatir este tipo de suplicios inhumanos”.
El mundo arde en mil conflictos. Cuesta entenderse y entendernos, vamos de fracaso en fracaso, porque el mal que causa es continuo. Lamentablemente, con el aluvión de enfrentamientos, también aumenta el uso de la tortura y otras formas de trato inhumano. Desde luego, no hay pretexto para recurrir a esta atmósfera salvaje, que nos está dejando en la cuneta de la destrucción. Quizás esté motivada por el delirio del poder a cualquier precio, o por el ansia de poseer, con la imposición y el mantenimiento de estructuras políticas o económicas, injustas y discriminatorias. Por tales razones, creemos urgente, decir NO a este clima de delirios y SÍ a la concordia, a despojarse de actitudes marcadas por el odio, para reponernos a los deseos de vivir esperanzados y donar savia.
Nuestra existencia comienza por la cultura en comunión, con el abrazo sincero. Para este cultivo de verdadero amor, no debe importarnos el modo en que esa cruz se presente en nuestra supervivencia, lo esencial es la curación del mundo y la de sus moradores, la rehabilitación de los corazones, los cuales se requieren unos a otros; y, para ello, la cercanía es fundamental con la conciliación de pulsos. De lo contrario, el ojo por ojo será real y todo el mundo acabará ciego. Cohabitar extendiendo las pulsaciones del espacio en común, ofreciendo respuestas adecuadas de convivencia, para esa unidad que ha de sentirse familia, y no un juego de vicios con expansión de maldades, algo que es tan justo como preciso.
Precisamente, hace unos días una experta de la ONU, pedía reconocer y combatir la prostitución como sistema de violencia contra las mujeres y las niñas. La humanidad en su conjunto tiene que optar por el reencuentro y la transparencia de movimientos, desde el respeto y la consideración. Entre todos tenemos que mejorar los ambientes, hacerlos más poesía que poder, volverlos más de todos que de unos pocos, reproducirlos como estadios de libertad en un orbe globalizado y abierto, que es lo que realmente nos fortalece las energías del espíritu y la acción. Vuelva a nosotros, pues, ese íntimo aire creativo y ese deseo a recrearnos el alma, ante una realidad mutable; dispuesta a evitar el recurso desesperado de las armas, hoy más que nunca locamente activo y demoledor.
Requerir los derechos de cada ser humano, desde luego, es el único modo de abordar las causas fundamentales de este aluvión de violencias, que nos deshumanizan por completo, creando más problemas sociales que los que resuelve. En cualquier caso, expandir el terror no es signo de fortaleza, sino de debilidad, fruto de una explosión ciega que nos degrada como seres pensantes, con una grave decadencia moral, rebajándonos del nivel racional, al pasional de la necedad y de los absurdos. Quizás nuestra asignatura pendiente sea la reconciliación, no la espada vengativa. Es público y notorio, que las realidades frenéticas que padecemos, aparte de dejarnos sin palabras, nos están dejando sin identidad, con consecuencias dramáticas sanguinarias.
Esto nos exige a todos, abrir los ojos y tender puentes, para que la paz vuelva a nuestros interiores y se proteja la vida, a pesar de todos los pesares, de toda clase de riesgos, contra todo surtido de deterioros y encrucijadas, siendo capaces de luchar por la justicia y de resolver los encontronazos que puedan brotar, poniendo en labor la generosidad, más aún con el genio de la adhesión. Indudablemente, tenemos que aprender a dominarnos, a saber pasar por alto los desaires, siendo tolerantes. Rechacemos actuar por interés materialista, resentimiento y nunca jamás por represalia. En cualquier caso, hemos de dejar de torturarnos entre sí, no hay excusa para recurrir a este tormento, por lo que necesitamos una mayor voluntad política de liderazgos, para combatir este tipo de suplicios inhumanos.
Esta espiral de atrocidades sólo frena el prodigio del arrepentimiento y la grandeza de amonestarse. El buen juicio, como la sana conciencia, no necesita de la barbarie. Tampoco debemos acostumbrarnos a convivir con la brutalidad. Todo esto es antisocial, antagónico a nuestro propio estado anímico humanitario, que han de ser simientes de acuerdos y no de desacuerdos. No olvidemos que, en el fondo son las correspondencias entre las gentes, lo que imprime una sonrisa en el cuerpo y da vigor a nuestro caminar por aquí abajo. Al fin y al cabo, todas las cosas están relacionadas, comenzando por una respiración común y finalizando por un mismo techo colectivo. Practiquemos, entonces, el afecto a tiempo completo. Los efectos de la violencia dejarán de liarnos.