“La mejor posesión radica, desde luego, en no poseerse; sino en donarse sin las ataduras mundanas, en forjar comunión y en fraguar lo auténtico, buscando lo esencial y renunciando a lo superfluo”.
Hoy más que nunca necesitamos reavivarnos. No es fácil en el actual contexto mundial, marcado por un aluvión de conflictos y sufrimientos, pero tampoco un imposible. Querer es poder. Es cuestión de pararse, de tomar aliento, de activar una visión nueva, lo que conlleva cultivar la confianza en nosotros mismos, para reconstruir y recomenzar con tesón y paciencia, el mejor de los sueños; que no es otro, que la realización como ciudadanos de una casa común. Lo cruel es que cada vez trabajan menos jóvenes y, los que lo hacen, tampoco tienen buenas condiciones. Lo mismo sucede con otras etapas existenciales, el hábitat no nos favorece y la mediocridad del no hacer está a la orden del día. El mal ambiente está ahí, los malos ejemplos también nos impiden dar un paso hacia adelante y observarnos, lo que requiere abrirnos a lo armónico y regenerarnos, para cambiar de vida. Quizás tengamos que volcarnos en el desapego: La mejor posesión radica, desde luego, en no poseerse; sino en donarse sin las ataduras mundanas, en forjar comunión y en fraguar lo auténtico, buscando lo esencial y renunciando a lo superfluo. Oportunos los valerosos, aquellos que aceptan con ánimo uniforme la derrota o las palmas.
Claro está, hemos de estar en guardia en un globalizado mundo donde el mal parece reinar; aunque no es así, ya que al final la verdad interviene y nos corrige, tanto para salir de esta tenebrosa nube de horrores como del lenguaje de los errores. Rectificar es de sabios y retoñar en medio de las dificultades, es lo propio de un ser creativo, dispuesto a construir un futuro mejor para todos. Así como la razón tiende a esclarecer, también cada obra de amor realizada, hecha de todo corazón y con el pulso de la clemencia, nos acerca entre sí, a pesar de nuestra dejadez por ahuyentar el desánimo y las espinas de nuestros vicios. Sea como fuere, no podemos dejarnos llevar por estos despropósitos, tampoco se trata de reconquistar nuevas tierras o de levantar muros, lo único que hace falta que el agua viva del diálogo y el compromiso nos sacie la sed de los sentimientos y de los sanos andares. El objetivo es tranquilizar a la población y desanimar a los bandidos. Téngase en cuenta que jamás habrá una solución militar para una operación de mantenimiento de la paz, la terminación ha de ser más poética que política, una verdadera recitación de latidos que nos van a poner en movimiento de modo humilde, con la esperanza de nuevos brotes.
Justamente, somos el renuevo de las auroras y la grandeza que se muestra segura de sí, aunque en ocasiones cruciales, la incertidumbre y el miedo nos dejen sin fuerza de subsistencia. De ahí, la importancia de movernos con el ánimo necesario y el refuerzo a un acceso igualitario y efectivo a la justicia, para que pueda haber juicios ecuánimes. La intimidación puede desanimar, ya no sólo a la ciudadanía en general, también a los defensores de los derechos humanos, o a las mismas organizaciones de la sociedad civil. Esto es grave, gravísimo, máxime en un momento en que las naciones se han provisto de armas de todo tipo, capaces de destruir a la humanidad en su conjunto. Para desgracia de todos, un número creciente de países va limitando las libertades y reduciendo al ser humano a la esclavitud. Nos merecemos, sin duda, una mirada nueva hacia nosotros mismos y sobre la realidad, sembrando el bien que al final dará su fruto. Cultivar la familiaridad, nos ayudará a vencer la trampa del desánimo, incluso en las atmósferas más áridas, lo que nos demanda a cambiar de orientación, a rechazar la mentalidad mundana, el apego excesivo a las riquezas, cuando lo que nos pide nuestro interior, son otros temples mutuos más respirables.
En cualquier caso, desmoralizarse es lo último, aparte de ser particularmente desalentador. Por ello, este es el justo momento de unir fuerzas y de trabajar próximos en favor de la comunidad planetaria. Es verdad que la tecnología está cambiando la forma en que vivimos, pero asimismo no es menos cierto, que tenemos el deber de reforzar las formas existentes de cooperación y de establecer nuevos caminos para acrecentar la solidaridad. Esto requiere, por otra parte, un renovado compromiso de la dignidad de toda persona. Lo que desespera, por tanto, es la pasividad ante el aluvión de injusticias sembradas. Ahora bien, una reflexión serena es el mejor modo de tomar las decisiones y de permanecer activo sin hundirse. Al fin y al cabo, la felicidad no llega de la mano del cúmulo de caudales, sino de un modo de movernos, de pensar; y, en suma, del propio estado de ánimo positivo que es lo que nos embellece por dentro y por fuera. En consecuencia, estamos en el instante preciso, de que la población mundial reduzca los impactos ambientales causados por el consumo humano, que la violencia deje de extenderse para ganar fundamento a las obras de amor, que son las que nos dan vida en realidad. ¡Hagámoslo sin más demora!, pues.