La Navidad es la ocasión para que la alegría y a la vez, melancolía, llene los hogares de millones de personas en todo el mundo. Las luces multicolores, los bellos adornos, la comida y la música tan especial, hace casi imposible que aún los no creyentes puedan sustraerse de la magia de las festividades.
Celebrar el nacimiento de Jesucristo, con su mensaje de amor, comprensión y hermandad es algo muy necesario en el mundo cada vez más conflictivo y polarizado en que vivimos. No es necesario que se den costosos obsequios para compartir los buenos deseos, y eso es tal vez una de las razones por la que muchas personas se sientan sustraídas de estas fiestas porque carecen de los medios para dar regalos. La Navidad no debería ser una oportunidad más de acrecentar ventas, el mercantilismo ha contaminado el verdadero espíritu navideño. Quizás algún lector piense que estoy en contra de la economía, pero ese no es el tema.
Hagamos este breve análisis. Todos los días los medios informativos, incluyendo las redes sociales, nos reportan las condiciones cada vez más cambiantes del clima, mostrándonos calamidad tras calamidad, esto incluye terremotos, tornados, huracanes, sequías, tormentas de nieve e inundaciones. Guerras terribles, choques étnicos, humanos siendo masacrados por cientos de miles, epidemias que llevan a la tumba a incontable número de enfermos, terrorismo y ataques a la democracia. Todo pasa tan rápidamente e impacta en tal forma nuestras vidas, que casi no sabemos qué hacer, cómo reaccionar, cómo prepararnos. Lo peor de todo es que estos sucesos y condiciones nos mantienen envueltos y hasta prisioneros de nuestras mentes. Buena parte de nuestros días y noches nos la pasamos preguntándonos qué irá a ocurrir tratando de encontrar soluciones a esos problemas.
En estos momentos de urgencia sólo hay una solución que está disponible, que es válida y es extremadamente esperanzadora. Debemos hacer el viaje de la cabeza al corazón. Ni a usted ni a mí nos beneficia sólo quejarnos por lo que está pasando. Nada va a mejorar a menos de que usted y yo, las unidades vivientes de esta generación, decidamos hacer lo correcto. Eso, es hacer un viaje para así encontrar dentro de nuestros corazones la sabiduría y fuerza para cruzar este turbulento océano y llegar a la otra orilla con cordura, esperanza y alegría, incorporando diariamente acciones positivas. No es algo sencillo y requiere de esfuerzo tiene sus altibajos y a veces días oscuros y claros, pero le aseguro que vale la pena porque así llegaremos con bien al fin de la jornada. Que este sea el mejor regalo de Navidad que podamos dar y recibir.