La historia política de Estados Unidos ha sido marcada por episodios de violencia, lo que contrasta con el orgullo de un pueblo que lleva más de dos siglos cambiando de líderes de forma pacífica, sin guerras ni golpes de Estado. El periodista Theodore White escribió en su libro “The making of a president”, acerca de las elecciones de 1960, ganadas por John F. Kennedy, que “ningún otro pueblo ha logrado un traspaso de poder tan efectivo y duradero como los estadounidenses”.
Sin embargo, cuatro de los 45 presidentes de Estados Unidos han sido asesinados a lo largo de la historia. Muchos otros mandatarios lograron escapar a intentos de asesinato gracias a transeúntes, la diligencia de los guardias, el fallo de las pistolas, sin dejar de mencionar a la señora suerte.
Dos presidentes que escaparon de atentados previos contra sus vidas fueron asesinados más tarde. En una calurosa noche de agosto de 1864, un francotirador disparó al sombrero de Lincoln (no le dio en el cráneo por centímetros), mientras daba un paseo en solitario en su caballo “Old Abe”, según el libro escrito por el novelista Charles Bracelen Flood, “Lincoln a las puertas de la Historia”. Más tarde, el simpatizante confederado John Wilkes Booth mató a Lincoln de un disparo, solo 5 días después de la rendición de Robert E. Lee.
Lo cierto es que Estados Unidos es un país lleno de armas en manos privadas (unas 120 por cada 100 ciudadanos, según la organización de investigación suiza Small Arms Survey), con una alta propensión a iluminar lobos solitarios, con una larga historia de atentados a líderes políticos que genera, en el polvorín de la política, temores muy bien fundados.
Fuera de la política, en el devenir diario la violencia armada, en 2023 se produjeron 650 tiroteos masivos, casi dos cada día, el segundo peor dato desde 2014. La razón por la que los tiroteos siguen produciéndose es simple: en Estados Unidos hay más armas de fuego que habitantes. En lo que va del año 2024, se han producido 234 tiroteos masivos en todo Estados Unidos.
La política estadounidense, en tiempos recientes, también ha sido testigo de momentos tensos. Cabe recordar el mitin de las primarias en Iowa en enero de 2016, donde Donald Trump provocó una controversia al señalar “Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a la gente y no perdería votantes”, dejando claro con lo expresado entre otras cosas, el grado de polarización y la crispación existente en la campaña electoral de ese momento.
El asalto al Capitolio en enero de 2021 fue un punto crítico que expuso la polarización extrema y las fallas en la seguridad. Previamente, en octubre, el FBI había frustrado un plan para secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, por parte de un grupo de hombres acusados de terrorismo.
El reciente atentado contra Donald Trump en Pensilvania no plantea nuevas preocupaciones. El protagonista de este hecho, Thomas Matthew Crooks, de 20 años, sin antecedentes penales, según los registros judiciales públicos de Pensilvania, inscrito como votante republicano, utilizó un rifle AR-15, asociado frecuentemente con tiroteos en Estados Unidos. Es importante indicar que ese rifle es parte de las 20 armas de fuego propiedad de su padre el sr. Matthew Crooks.
En medio del debate sobre el creciente riesgo de polarización política y violencia armada, Estados Unidos enfrenta desafíos importantes para mantener su cohesión social y política, por lo que la descripción de un “polvorín político” toma una relevancia preocupante en este contexto. Al momento de redactar este artículo me vienen a la mente varias preguntas:
¿Qué motivó a un joven de 20 años de edad, sin aparentes problemas, a cometer un atentado como este?
Nunca conoceremos la motivación. Quizás fue porque la polarización política terminó afectando las relaciones familiares y no encontró una mejor forma de expresarse o tal vez se vio afectado el impacto de la revolución digital que redujo, enormemente, la clase media de la población, por carecer de habilidades y destrezas digitales, lo cual no deja de ser posible ya que su preparación académica era precaria.
Tampoco hay que negar la historia. Estados Unidos es un país donde casi todos los ciudadanos poseen un arma de fuego. Y ese acceso está garantizado por la constitución porque fue el conducto de la libertad.
Otra pregunta que me surge es: ¿Afectará los resultados electorales en noviembre próximo, el atentado a Trump?
La respuesta es, Donald Trump es el favorito desde el debate con el presidente Joe Biden, pero tras el tiroteo del sábado pasado, sus opciones han subido para los pronosticadores. Según el modelo basado en sondeos del semanario The Economist, en el mercado de apuestas le daban un 57% de probabilidades, y en la comunidad de predicciones Metaculus rondaba el 65%. Esas dos últimas predicciones se han actualizado tras el tiroteo, elevando las opciones de Trump hasta el 63% y el 72%, respectivamente.
El intento de asesinato es lo suficientemente grave como para preguntarse si contribuirá a una mayor polarización o será una invitación a la moderación. De hecho, en ese sentido las primeras reacciones de Trump y Biden han sido llamados a la unidad, pero ¿continuarán así? ¿Serán seguidos por sus partidarios?. No hay respuesta a eso.
Es evidente que ayuda al expresidente Donald Trump, ya que de partida su reacción desafiante al levantar el puño cuando era retirado por el servicio secreto con el rostro bañado de sangre ingresará, con cierta probabilidad, en la historia política de Estados Unidos, además de influir en esta elección, pero no está claro quien al final se beneficia o perjudica para efectos de ganar. Ello se debe a la particularidad del sistema electoral de EE. UU. que, al ser de colegio electoral, hoy al igual que en las últimas elecciones se definirá por los que aún permanecen indecisos en no más de seis estados, por lo que todavía no se sabe si el hecho del atentado es suficiente, por sí solo, para definir quién será el ocupante de la Casa Blanca a partir de enero próximo.
Ambos líderes políticos hicieron un llamado a la reconciliación y a la paz, pero el escenario político vigente es demasiado difícil como para que la sociedad sienta que se encuentra caminando sobre un sendero sólido. Los principales componentes de ese escenario son:
-Un presidente en ejercicio que se encuentra cuestionado por importantes integrantes de su partido por considerarlo que no se encuentra en condiciones físicas ni mentales para un nuevo periodo presidencial y solicitan su declinación en favor de otro candidato.
-Un expresidente, que aspira resarcir su fracaso en el anterior proceso electoral, y que ya está nominado como candidato a la presidencia de Estados Unidos por el partido republicano, que además tiene pendiente una serie de juicios, incluyendo uno por intento de golpe de estado al intentar no reconocer, por medio de la fuerza, la victoria del presidente Biden en la pasada elección.
-Una guerra de improperios de uno y otro candidato en la búsqueda de opacar la imagen de uno u otro.
Tengo la impresión de que Estados Unidos se encuentra ante una encrucijada crítica respecto a su futuro político y social: optar entre dos sendas distintas. Una que implica defender la política y la democracia mediante acuerdos, mientras que la otra se enfoca en una guerra cultural, el uso del sistema judicial como herramienta y la constante denuncia. En la primera senda, los adversarios se perciben simplemente como opositores; en la segunda, como enemigos. La primera opción sigue los principios de Locke y los padres fundadores, mientras que la segunda refleja la visión de Carl Schmitt, quien considera la política como la división de la sociedad entre amigos y enemigos.