El presidente argentino, Javier Milei, asumió hace poco más de 100 días, prometiendo combatir los problemas económicos de su país, empezando por reducir la inflación, actualmente la más alta del mundo. Desde su toma de posesión el pasado 10 de diciembre, el presidente Milei se ha propuesto acabar con lo que ha calificado como una «orgía de gasto público» por parte de las gestiones anteriores, las cuales le han dejado «la peor herencia» de cualquier gobierno en la historia de Argentina.
El programa libertario del presidente Milei tiene como objetivo, según sus propias palabras, «hacer a Argentina grande otra vez». Cualquier parecido con otro postulado similar, es solo una casualidad. Su peculiar forma de comunicarse, tanto con conocidos como con extraños, ha generado innumerables comparaciones con el discurso de Donald Trump y ha sido elogiada por otros influyentes admiradores. Un ejemplo notable es el caso de Elon Musk, quien expresó que el discurso de Milei en el Foro Económico Mundial en Davos (Suiza) este año, fue «tan candente» que podría ser una distracción, incluso, durante el acto sexual».
Sin embargo, a este alternativo de la política no le está resultando muy fácil convencer a los argentinos de su proyecto. Milei ganó las elecciones presidenciales en noviembre con la promesa de poner fin a la altísima inflación de Argentina mediante la transformación del Estado sobre la base del libre mercado. Hasta ahora, se ha encontrado con algunos inconvenientes propios de la política. A este respecto, el escritor argentino Martín Caparrós señaló a principios del presente año que: «De pronto el pobre señor Milei descubrió indignado que hay algo muy engorroso llamado política y que las fuerzas del cielo, sus aliadas, no son suficientes para dejarla atrás».
Y es que, a pesar de todo, en nuestros países, la política institucional está organizada precisamente para impedir los cambios bruscos y para mantener la estructura del sistema. En teoría, la república democrática fue creada para contener las amenazas, saltos y sobresaltos, tanto de izquierda, como de derecha; para dificultar la instauración de regímenes que solo beneficiarían, sobre todo, a los grandes poderes económicos. Por supuesto, esa premisa no tiene mucha validez en una región como Latinoamérica, plagada de gobiernos despóticos tanto de derecha como de izquierda.
Cabe recordar el episodio protagonizado por Saddam Hussein y su gabinete: en una ocasión, durante una reunión con su gabinete ministerial, Hussein ordenó al ministro de finanzas que tomara cierta medida respecto a las finanzas públicas. El ministro le respondió: «Señor presidente, eso no se puede hacer, ya que nuestra constitución no lo permite, por lo que estaríamos violándola». Hussein lo miró, rompió una hoja de papel en dos y en una de las mitades escribió su instrucción, seguidamente se la entregó al ministro, diciéndole: «Aquí tiene la constitución, ejecútela». Salvando algunas pocas distancias, es lo que sucede en nuestra región.
Es importante indicar que la inflación aumentó al doble durante el primer mes de gestión presidencial de Milei, aunque recientemente la velocidad del incremento de los precios ha sido moderada; las tasas de pobreza se han disparado y las ventas minoristas se han desplomado.
Por otro lado, ha tenido que lidiar con manifestaciones generales en las calles y se ha topado con un muro en el Congreso, que hasta ahora ha rechazado, en dos oportunidades, los planes que según él cambiarían el rumbo de Argentina para que vuelva a ser «una potencia mundial». Vale señalar la propuesta de una pequeña ley con 600 artículos, que no ha podido ser aprobada, entre otras cosas, porque la palabra negociación está ausente del vocabulario político del presidente.
Si bien el achicamiento del Estado le ha dado resultados positivos en las cuentas públicas en los meses de febrero y marzo del 2024, alcanzando superávit de las cuentas públicas un acumulado de $856.520 millones de dólares, primera vez que las cuentas públicas cierran con saldo positivo en más de 15 años. Lo anterior es digno de aplaudir, pero también hay que señalar que se logró con un gran costo social de por medio.
Es importante advertir que en lo que va de la gestión de Milei, se han despedido, de la administración pública, cerca de 40.000 empleados públicos que estaban bajo régimen de contratos temporales. Según la asociación civil argentina Fundación Mediterránea, muchos funcionarios públicos intentaron anticiparse a esa medida y encontrar trabajo en una empresa privada, pero casi ninguno lo logró, ya que Argentina está en medio de una crisis económica y debido al desplome del consumo, la mayoría de las empresas no contrata, sino que reduce personal. Según datos oficiales, en enero del presente año 2024, la actividad económica cayó un 4,3% respecto a los 12 meses anteriores, la peor contracción desde la pandemia de la Covid-19.
Además de lo anterior, se debe agregar el recorte y eliminación de los programas sociales, el recorte o eliminación de los presupuestos en educación, cultura y programas científicos y quizás lo que más ha contribuido a ese superávit, la no actualización de las prestaciones a los jubilados y pensionados de la República Argentina.
Es cierto que esas medidas tienen un resultado positivo, visualizándose en un superávit en las finanzas públicas, pero sobre la base, como lo señalé anteriormente, de un costo social muy alto, lo cual con toda seguridad generará una respuesta en el mediano plazo cuando esas personas que perdieron su empleo y se sumaron a la estadística de desempleo empiecen a exigir recursos que les permitan satisfacer sus necesidades básicas. Y es que esa medida de creación desempleo contradice las principales funciones de un gobierno, tales como: reguladora, servicios públicos y promoción del bienestar social.
Al escenario interno habría que incluir un tema que ha venido tomando fuerza desde hace un tiempo: la narcoviolencia. La ciudad de Rosario, a 300 km de Buenos Aires, es la más violenta del país y sufre la arremetida de las bandas criminales que buscan medirle el pulso a la política de mano dura propuesta por el presidente Javier Milei para exterminarlas. La violencia se ha desatado debido a la actividad de los grupos que desde hace años se disputan el control del microtráfico de cocaína y otras drogas en sus periferias.
Si bien Argentina es un país de tránsito en las rutas internacionales del narcotráfico, la ciudad de Rosario, como base de operaciones, tiene que ver con razones geoestratégicas. En un radio de 70 kilómetros alrededor de la ciudad, funcionan una treintena de puertos a la vera del río Paraná dedicados a exportaciones agroindustriales. Camuflados entre semejante volumen de transporte fluvial se ocultan también cargamentos de cocaína con destino a Europa y Asia.
A nivel de relacionamiento externo, tampoco la tiene muy fácil. Sus provocaciones verbales se han convertido en crisis diplomáticas. Los estridentes comentarios y provocaciones de Milei contra algunos gobernantes de la región dinamitan las relaciones diplomáticas con los grandes países de Latinoamérica. Sus ataques tempranos contra el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, y contra Gustavo Petro, presidente de Colombia, a quien llamó “asesino terrorista”, han tensado también la relación con México después de calificar públicamente a su presidente como “ignorante”.
Con estos agravios y ofensas, Milei ha roto 200 años de relaciones pacíficas y amistosas entre Argentina y el resto de la región. Es extraño que, en el actual escenario político mundial, en donde se necesitan más aliados que enemigos, un presidente vaya por el mundo con este tipo de actitud y señalamientos contra otro mandatario que también representa la unidad de otro Estado y el pueblo de otro país. Si bien es cierto que las relaciones con Colombia se han medio normalizado, en materia de relaciones internacionales esa huella es indeleble y es difícil hacer borrón y cuenta nueva.
No obstante, todo parece indicar que el único país con el que Milei se sentiría cómodo es Estados Unidos, siempre y cuando el gobernante sea Donald Trump. Su desempeño como explosivista de la política exterior argentina parece tener el objetivo de acumular puntos por si Trump regresa a la Casa Blanca. Esto me recuerda a la aspiración manifestada por el expresidente Alberto Fernández, cuando propuso que el hilo conductor de las relaciones de Estados Unidos con América Latina debería ser Argentina.
Pero una cosa sí es segura: Milei no es Donald Trump, aunque su lenguaje incendiario invita a la comparación con el expresidente Trump, Milei es producto de una larga historia sudamericana en la que el autoritarismo ha sido la norma y la democracia la excepción.
Todos estos vientos en contra han dejado muchas preguntas flotando sobre su gobierno: ¿se puede creer que a Argentina le espera la prosperidad con Milei a la cabeza? ¿O Milei es simplemente un villano sediento de poder, contra el cual miles de argentinos marchan en las calles al grito de “¡La patria no se vende!”? ¿O Milei ha interpretado mal hasta dónde están dispuestos a llegar sus votantes para dar un vuelco a la economía de Argentina?.
Lo cierto es que hay una importante preocupación en la academia de ese país acerca de si el presidente Milei podría estar poniendo a prueba los límites de la intermitente democracia argentina. Aunque las políticas de Milei acaben consiguiendo reducir el precio de los productos básicos, puede que los argentinos no acepten de buen grado que se les nieguen la salud y la educación pública de las que han disfrutado tantas generaciones, o que su presidente amenace con cerrar el Congreso.
Si fracasa, no será recordado como el genio libertario que quiere hacer creer que es, sino uno más en la larga lista de aspirantes a caudillos sudamericanos que incumplieron sus promesas y, de paso, le destrozaron la vida a millones de personas.