El filósofo, escritor y periodista Jean-François Revel decía refiriéndose a los intelectuales y los políticos que «los militantes incorruptibles, reclutados como apóstoles para la aplicación efectiva soluciones en una sociedad, se sienten investidos del derecho de decidir lo que es justo, lo que es bueno y lo que es conveniente».
En una América Latina donde la democracia enfrenta varios desafíos, el Salvador gobernado por Nayib Bukele genera una preocupación especial a la comunidad internacional.
La inquietud sobre el rumbo de este país creció desde marzo pasado, después que el partido Nuevas Ideas del presidente Bukele obtuviera mayoría legislativa en las urnas. Pero las alarmas sonaron con mayor fuerza, cuando la Asamblea Legislativa salvadoreña, con el voto de esas mayorías recién instaladas, destituyó al Fiscal General de la República y a los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia para reemplazarlos por otros.
Esto levantó una oleada de críticas y advertencias desde Estados Unidos, Europa, la Organización de Estados Americanos (OEA) así como de grupos defensores de los derechos humanos.
«El pueblo no nos mandó a negociar. Se van. Todos”, “Estamos limpiando nuestra casa… y eso no es de su incumbencia», indicó el mandatario a las voces internacionales. Pocas diferencias con las proclamas de Hugo Chávez Frías.
Por si fuera poco, el tribunal superior de El Salvador ha dictaminado que los presidentes pueden cumplir dos mandatos consecutivos, con lo cual se allana el camino para que Nayib Bukele busque la reelección en 2024. Los jueces detrás de la decisión fueron nombrados en mayo después de que la Asamblea Nacional, dominada por el partido del presidente, destituyera a los magistrados anteriores.
La decisión ha sido criticada a nivel nacional e internacional, por un lado, por la forma en que se tomó, y por el otro por el paulatino, pero continuo desmantelamiento de las instituciones democráticas tal y como lo hizo el expresidente Hugo Chávez, pero a un ritmo mucho más alarmante. El presidente Bukele fue electo en febrero de 2019 con la promesa de abordar la violencia desenfrenada de las pandillas y la corrupción política, y se ha convertido en el presidente más popular que ha tenido el Salvador.
Solo el control del Parlamento le da a Bukele un «poder casi absoluto» sobre el país, con limitados contrapesos para su acción.
En opinión de quien escribe estas líneas, es de vital importancia mantenerse dentro del orden democrático, que exige instituciones sólidas, un marco de derechos deberes y libertades, que posibilite la convivencia pacífica de la sociedad, así como una serie de contrapesos y mecanismos que regulen el poder del Ejecutivo. Sin embargo, no es fácil gobernar un país empobrecido, plagado de peligrosas bandas criminales que desafían hasta las mismísimas fuerzas armadas, así como también de corruptos de cuello blanco, como es el caso del Salvador.
Algo que no estamos observando en el Salvador: las instituciones son cada vez mas débiles, la capacidad de respuesta del Estado a la sociedad ha disminuido, se registra persecución a las voces disidentes, miles de salvadoreños intentan diariamente trasladar sus expectativas de vida hacia otras latitudes, fundamentalmente hacia Estados Unidos porque el país no da para más nada.
Desgraciadamente para muchos siempre está la opción autoritaria, que permita allanar más fácilmente caminos que conduzcan a la justicia, pero inevitablemente terminan convirtiéndose en dictadorcitos que no solucionan sino sus problemas personales. Si no vean el espejo de Venezuela, Nicaragua, Cuba etc. etc.
Si alguien me preguntara cuál sería el futuro del Salvador lamentablemente le tendría que responder que en ese país no va a pasar absolutamente más nada, que va a profundizarse el autoritarismo y que la sociedad seguirá si tener mayores oportunidades de vida que las que hoy tiene, que quien gobierne el Salvador, seguirá enfrentando los mismos problemas, pero con un nivel más alto de gravedad.