Gobernar Brasil no es tarea sencilla, sobre todo cuando el presidente y su partido carecen del respaldo parlamentario necesario para negociar con firmeza cualquier iniciativa que se quiera llevar a cabo y que necesite apoyo parlamentario. Es la historia de América Latina, donde las mayorías opositoras siempre estarán en contra de cualquier propuesta que pueda mejorar la opinión sobre cualquier gobierno.
Mientras una parte de Brasil busca aferrarse al futuro con esperanza, tratando de dejar atrás el pasado reciente, la otra mitad se aferra a ese pasado que lamenta que haya terminado. Cabe recordar el ajustado resultado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en octubre pasado, cuando Lula da Silva venció a Jair Bolsonaro por apenas un 1,8% de diferencia.
No se puede olvidar la presencia del bolsonarismo en la sociedad brasileña, que es grande y sólida, algo que no debe ser subestimado. A pesar de que las instituciones democráticas reaccionaron adecuadamente a los graves sucesos del 8 de enero de 2023, la polarización aún persiste. Además, la debilidad del Partido de los Trabajadores (PT) en el Parlamento, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado Federal, contrasta con la mayor fortaleza de los seguidores de Bolsonaro.
Lula da Silva se ha convertido en una paradoja para los analistas políticos de su país, ya que no entienden cómo un país como Brasil, que está mostrando signos de mejora en sus índices económicos, el Gobierno cae en todos los sondeos de opinión realizados por empresas consultoras brasileñas. Los estudios realizados por esas empresas, tales como Genial, Quaest, de Atlas o el de Ipec, muestran el deterioro de la popularidad de Lula. En la encuesta Quaest, la diferencia entre aprobación y desaprobación es la menor de la serie histórica, en la Ipec, la curva de desaprobación del Gobierno es ascendente.
Según esas mismas empresas de opinión, hay otra señal roja para el presidente Lula en su escenario político: el deterioro de la aprobación que tiene el Ejecutivo entre el electorado hasta ahora más fiel a Lula, como las mujeres, los jóvenes y los más pobres, más allá de que estos últimos están siendo beneficiados con políticas sociales muy favorables. Durante sus dos primeros mandatos consecutivos, Brasil creció económicamente y millones de personas salieron de la pobreza gracias a programas asistenciales del Estado, en medio de una bonanza impulsada por los altos precios de las materias primas.
Es importante señalar que la popularidad de Lula se derrumba en temas como seguridad pública, corrupción política, control de gastos públicos y política exterior. En estos temas, la aprobación incluso entre los que habían votado por Lula bajó de un 76% a un 43%, por lo que, en el Partido de los Trabajadores estarían preocupados con los datos de los sondeos que revelan rechazo frente a un Gobierno que sin duda tiene en su haber toda una serie de conquistas sociales que han mejorado la vida de los más marginados.
El peligro, según los analistas políticos, es que el PT, que ya fue el mayor y más pujante partido de izquierda de América Latina, hoy es minoría en el Congreso. En el Parlamento las comisiones más importantes están en manos de bolsonaristas. No se descarta alguna petición de impeachment contra Lula.
Un test clave para entender mejor las preocupaciones del gobierno brasileño serán las elecciones municipales de octubre próximo, una cita clave para las presidenciales de 2026, a las que el PT ya tiene en mente relanzar a Lula. Son justamente esas elecciones en las que se volcará la extrema derecha bolsonarista para fortalecerse con la mira puesta en las presidenciales. Quizás la desaprobación del Gobierno sea aún más paradójica en materia de política exterior, el área más mimada por Lula, quien ha pasado la mitad de su tiempo como presidente recorriendo el mundo, llevando la imagen de un Brasil que pretende ser la cabeza de nuevas iniciativas globales. De hecho, en los últimos sondeos, la aprobación de la política exterior del Gobierno bajó de un 49% a un 28%.
Al parecer, ha afectado mucho a la sociedad brasileña que Lula mantenga una cierta condescendencia con regímenes dictatoriales, con países como Venezuela e Irán, así como el apoyo a Putin en la guerra de Ucrania. Quizás, uno de los resbalones más importantes ha sido comparar la actuación de Israel en su guerra contra Hamás, con el Holocausto de Hitler que mató a seis millones de judíos. Esto le está costando la pérdida de apoyo, entre otros, de los evangélicos que tienen a Israel como el país mesiánico de la tierra prometida por Dios. De hecho, el presidente de Israel invitó a Bolsonaro a visitar Israel en plena guerra. Un Bolsonaro que era católico y quiso rebautizarse como evangélico en las aguas del Jordán.
Vale la pena recordar el intento de reintegrar a Venezuela en una cumbre regional en Brasilia en mayo de 2023. En esa cumbre, el presidente Lula afirmó que «se ha creado una narrativa sobre la falta de democracia en ese país», algo que motivó una dura respuesta del presidente chileno Gabriel Boric, quien señaló que «el problema de los derechos humanos en Venezuela no es una construcción narrativa, es una realidad, y muy seria». En el mismo sentido se manifestó el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou. Esa cumbre había sido convocada por Lula para relanzar los planes de integración sudamericana más allá de las “divergencias ideológicas”, pero hasta ahora no ha habido avances concretos.
Por otro lado, mientras Brasil busca protagonismo en la política contra el cambio climático, mientras apoya a regímenes que privilegian, aún, el petróleo y avala la política de crecimiento de Petrobras. Uno de los posibles fallos del Gobierno de Lula da Silva, que revelan los sondeos de opinión, ha sido que ha querido abordar los problemas que le valieron popularidad como si el mundo de hoy fuera aún el mismo de sus dos mandatos anteriores.
Cuando Lula llegó por tercera vez al poder, lo hizo por un margen de poco más de un millón de votos. En ese momento, el país estaba dividido en dos. Lula lo entendió y en una de sus primeras intervenciones públicas afirmó que lucharía por un país de nuevo unido. Pero no, esa meta es cada día más inalcanzable, entre otras cosas porque Brasil, al igual que gran parte del mundo, ha experimentado en las últimas dos décadas una transición de una política anclada en lo analógico hacia la era digital, incluyendo la adopción de la inteligencia artificial, y fue gracias al impulso de las redes sociales que una figura tan controvertida como Bolsonaro logró acceder al poder.
Gracias al activismo en las redes de la extrema derecha, Bolsonaro, que nunca fue un estadista, en su peor momento político, con un pie en la cárcel, acusado de haber intentado un golpe de Estado, sigue apareciendo como la referencia ultraderechista más importante del país, como lo demostró la manifestación multitudinaria a su favor llevada a cabo en São Paulo el 24 de febrero del corriente año 2024, algo que sorprendió al propio Gobierno. Según el Laboratorio de Estudios de la Mediosfera y de la Esfera Pública de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ), en esas mismas redes sociales los votantes de Bolsonaro denuncian una «injusta persecución», algo que revela que la estrategia victimista está obteniendo sus frutos.
Según Paulo Velasco, profesor de política internacional en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ), el entorno actual es considerablemente más complicado que en la década de 2000, lo que hace más difícil alcanzar lo que Lula logró en ese entonces, muy particularmente en el contexto regional que se encuentra enfrentando numerosos desafíos. En sus anteriores gestiones de gobierno, Lula no solo logró múltiples acuerdos de cooperación y promovió la gran expansión de negocios brasileños en obras de infraestructura, sino que logró una clara predominancia política ante el vacío que dejaba Washington. Muchos vieron a Lula como un referente alternativo a la izquierda más radical representada por el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, para los países “bolivarianos”, aunque ambos fueron aliados y abrazaron proyectos como la Celac durante una ola regional de gobiernos izquierdistas. Al finalizar su segundo mandato, con altas tasas de popularidad, Lula era una estrella mundial de la política latinoamericana y Brasil pasaba a ser percibido como el país con mayor liderazgo en la región, según una encuesta de Latinobarómetro en 2011.
Brasil intentó de todo para que Argentina entrara en el grupo BRICS (que integra junto con Rusia, India, China y Sudáfrica y otros), finalmente Milei optó por no entrar. La situación en Mercosur no es nada fácil y el gobierno de Lacalle Pou insiste en poder negociar bilateralmente, acuerdos comerciales con China. Lula y el PT padecen el desgaste de escándalos de corrupción, incluida la condena contra él mismo en 2018, que luego fue anulada.
Sin una mayoría sólida en el Congreso, el gobierno de Lula propuso en noviembre un proyecto de ley para que el BNDES vuelva a financiar obras y servicios de compañías brasileñas en el exterior, como prometió en Buenos Aires. Sin embargo, la propuesta choca con una corriente de congresistas que buscan algo muy diferente: una enmienda constitucional para que esos créditos puedan ser aprobados o rechazados por el Legislativo, lo que convertiría a esos créditos en trámites muy engorrosos para poder alcanzarlos.
Para finalizar, me vienen a la mente dos preguntas:
¿Qué se puede esperar del gobierno de Lula para los próximos tres años?
¿Hasta qué punto el bolsonarismo conseguirá, no solo frenar las políticas públicas de Lula, sino alcanzar de nuevo el poder?