El 10 de mayo del corriente año 2022, ocurrió el asesinato de Marcelo Pecci, fiscal anticorrupción de Paraguay, cuando estaba de luna de miel en una playa de una isla colombiana, lo cual desato, como era de esperarse, la indignación de la comunidad internacional.
En Paraguay el fiscal Pecci ocupaba el cargo de abogado acusador contra el Crimen Organizado, Narcotráfico, Lavado de Dinero y Financiamiento al Terrorismo y su nombre era recordado por haber participado en casos como el que se dio contra el futbolista brasileño Ronaldihno en el 2020, en el que el deportista fue detenido tratando ingresar a Paraguay con un pasaporte falso. Sin duda este crimen como otros de personas fundamentales en la aplicación de la justicia, tiene metida la mano, el brazo y el antebrazo el crimen organizado.
Cuando se utiliza la expresión “la punta del iceberg” es para referirnos a que solo se sabe de un asunto una ínfima parte de lo que realmente es o, por ejemplo, cuando se ha destapado un escándalo de corrupción y se sabe con certeza que tras el mismo hay una trama mucho más importante. Asimismo se utiliza este símil, debido a que un iceberg esconde, sumergido bajo el agua, la mayor parte de este, siendo en realidad diez veces más grande de lo que se puede ver, (su punta).
Esa es la percepción que sobre este caso tiene, quien escribe el presente artículo. Es decir, el ICEBERG de este desgraciado episodio deja al descubierto la debilidad institucional de los países, facilitando el desarrollo del crimen organizado. No estamos a la altura de lo que se avecina.
Este homicidio, como el de Moïse en Haití sirven para poner sobre la mesa los objetivos de los grupos ilegales, que en muchos casos están siendo más fuertes que los propios Estados o han penetrado a las instituciones estatales o, quizás, ya son parte de ellas. Parece mentira que en la era de los grandes desarrollos tecnológicos para la vida, la seguridad mundial estuviera en manos de quienes no precisamente participan de esos desarrollos.
A mi modo de ver, las amenazas a la seguridad internacional dejaron de provenir de los Estados, para estar materializadas en actores no estatales que están desafiando la legitimidad y la autoridad del Estado. Así, la principal amenaza para la seguridad internacional está representada por el crimen organizado y el terrorismo. Si bien el crimen organizado no es un fenómeno reciente, los avances en tecnologías de la información y las comunicaciones en el contexto de la globalización, han facilitado sus operaciones y permitido, a estas organizaciones, transformarse, pasando de organizaciones jerárquicas a organizaciones estructuradas como «redes sociales».
En 1991 el historiador israelí Martin Van Creveld, en su libro The Transformation of War, señaló “en el futuro los conflictos no serían peleados por ejércitos nacionales, sino por grupos terroristas, guerrilleros, bandidos y criminales”.
Ciertamente, hoy en día las amenazas a la seguridad internacional no están materializadas en Estados, sino en actores no estatales, que surgen localmente pero cuyas operaciones trascienden las fronteras nacionales. Estos actores, a diferencia del terrorismo y el crimen organizado tradicionales, han demostrado ser mucho más poderosos, peligrosos, ricos y adaptables a las cambiantes circunstancias mundiales. Hago la salvedad del lamentable y actual caso de la guerra entre la Rusia de Putin contra Ucrania.
El hecho de que las amenazas provengan de actores no estatales hace que los mecanismos tradicionales de seguridad y defensa, que fueron diseñados para combatir las amenazas y acciones provenientes de otros Estados, no sean tan efectivos en la actualidad. Estas amenazas, representadas por redes criminales y terroristas, no son susceptibles de una retaliación militar por parte de un Estado, puesto que su lucha es por una causa distinta, el lucro y no por un Estado específico. Cuentan con diferentes bases de operaciones en diferentes países del mundo, operan desde la clandestinidad y sus recursos provienen fundamentalmente del comercio ilegal, desde cigarrillos hasta el tráfico de drogas, armas, personas, entre otras muchas actividades.
A partir de la década de los noventa comenzó a generarse una la tesis de que los temas económicos y comerciales estaban desplazando a los temas de seguridad en la agenda internacional. Esto ha sido en gran parte una realidad, ya que en el contexto de la globalización se han multiplicado los lazos económicos entre las naciones, materializados en tratados de Libre Comercio. Sin embargo, los defensores de la globalización fueron incapaces de predecir los efectos que la globalización tendría en la economía ilegal y sus consecuencias para la seguridad internacional.
De tal manera que transformaciones como la internacionalización de la producción, la liberalización del comercio, el libre movimiento de capitales y los avances en transporte y en tecnologías de la comunicación han facilitado no solamente el intercambio de bienes y servicios legales, sino como también el comercio de bienes ilícitos y la consolidación de alianzas entre organizaciones criminales de todo el mundo.
De acuerdo con el Dr. Moisés Naim, “además de la guerra contra el terrorismo el mundo enfrenta en la actualidad otras cinco guerras en el contexto de la globalización, estas son: “la guerra contra el narcotráfico, el tráfico de armas, la violación de la propiedad intelectual, el tráfico de personas, y el lavado de activos”. Así mismo afirma que “la tendencia será hacia la intensificación de estos fenómenos, puesto que la tecnología continuará expandiéndose y las redes criminales explotarán estas tecnologías de una manera más efectiva que los gobiernos”
Vale señalar que la transnacionalización del crimen supone que estos grupos criminales escapan del sistema estatal y trasciende la soberanía de los Estados y sus fronteras, incluye las relaciones desarrolladas entre individuos y grupos de diferentes nacionalidades, quienes en la búsqueda de negocios establecen lazos de cooperación entre ellos.
Regresando al caso del asesinato del Fiscal Pecci, tengo la impresión de que este es y será un caso mas de las organizaciones criminales internacionales en búsqueda de una mayor fluidez de sus negocios, cualesquiera que estos sean. En lenguaje coloquial se dice: “quitarse de en medio al que entorpece un camino”.
América Latina no está en condiciones de dar respuestas a este tipo de retos, por una sencilla razón, nuestra región es una desarticulada, descoordinada, no hay manera de producir una respuesta regional tan necesaria, solo hay respuestas unilaterales que sirven de muy poco para controlar tamaña amenaza y el ejemplo patético se dio en la lucha contra el COVID19. A manera de ejemplo, si un país es exitoso en el desmantelamiento de un grupo criminal en su territorio, y otros grupos que hacen parte de esa red continúan funcionando en otros países, su desmantelamiento total es casi imposible.
Por otro lado, la respuesta multilateral ha servido muy poco, a pesar de las múltiples convenciones internacionales en esta área.
Es fundamental que los gobiernos hagan un mejor uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones disponibles, y que se desarrollen mecanismos de cooperación más flexibles entre agencias del mismo país y con agencias de otros países. En tal sentido, se requiere que se desarrollen nociones más flexibles en términos de soberanía en la lucha contra el crimen organizado, puesto que obstaculizar la acción multilateral en aras de la defensa de la soberanía nacional solo contribuye a facilitar el accionar de las organizaciones criminales, que día a día trascienden las fronteras nacionales.