El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre representa un momento decisivo en la historia política de Estados Unidos, con profundas implicaciones para la democracia y la estabilidad del país.
Este triunfo, aunque celebrado por varios sectores, ha generado una marcada polarización en la sociedad estadounidense y una sensación de incertidumbre respecto a las instituciones democráticas que hasta ahora han sostenido la cohesión social y política del país. Para sus seguidores, su elección simboliza una ruptura con la clase política tradicional y una oportunidad de devolver el poder a una parte de la sociedad estadounidense que se siente relegada y poco representada por el sistema.
Sin embargo, para sus críticos, la academia y defensores de los derechos civiles, el ascenso de Trump plantea una seria amenaza a los valores democráticos fundamentales, suscitando temores sobre el posible debilitamiento de las instituciones y el sistema de checks and balances.
Uno de los puntos de mayor controversia en torno al triunfo de Trump es su estilo populista y confrontativo, que ha generado tanto admiración como preocupación en diversos sectores. Al proyectarse como un líder ajeno al «establishment» político, Trump consiguió conectar con aquellos que sienten que las instituciones democráticas y los mecanismos de representación ya no responden a sus necesidades.
Sus promesas de “drenar el pantano” y de luchar contra la corrupción en Washington resonaron especialmente en zonas económicamente deprimidas y entre ciudadanos que han perdido la fe en la clase política. Este enfoque, que representa una apuesta por un cambio radical, ha permitido a Trump ganar la lealtad de un electorado frustrado y ansioso por un liderazgo fuerte, prometiendo mejorar sus vidas mediante un populismo económico y una retórica conservadora que apela a valores tradicionales.
Sin embargo, el éxito de esta narrativa se pondrá a prueba en el corto plazo, y muchos expertos opinan que las políticas que ha propuesto, como las deportaciones masivas y el aumento de aranceles, podrían tener efectos contraproducentes para las mismas personas que impulsaron su victoria.
La retórica de Trump tiende a cuestionar y desacreditar las instituciones y los procesos de rendición de cuentas que tradicionalmente han sido el sustento de la democracia estadounidense. Además, la implementación de sus políticas económicas y migratorias podría terminar afectando tanto a la estabilidad económica de ciertas áreas como al equilibrio de poderes que es esencial para el funcionamiento del gobierno. La relación de Trump con los medios de comunicación y su trato hacia las minorías y la inmigración representan otros puntos de fricción que plantean serios desafíos para la democracia estadounidense. Desde su primer mandato, Trump ha adoptado una postura agresiva hacia la prensa, a la cual ha llegado a calificar como «enemiga del pueblo» cuando se le cuestionan sus acciones. Este enfoque ha generado un ambiente hostil hacia los medios, que son una de las herramientas más efectivas de control al poder en una democracia.
Asimismo, su retórica hacia los inmigrantes y las minorías ha acentuado las divisiones en la sociedad estadounidense, poniendo en tela de juicio la inclusión y la equidad, que son valores fundamentales en una democracia diversa como la de Estados Unidos. Con su insistencia en un discurso que tiende a estigmatizar a estos grupos, Trump ha profundizado las brechas sociales y ha fomentado un clima de desconfianza hacia la diversidad cultural, en un momento en que Estados Unidos enfrenta importantes retos de cohesión social.
Los analistas temen que esta tendencia hacia el autoritarismo se intensifique y que el poder presidencial se utilice para socavar aún más los contrapesos institucionales que han sido el pilar de la democracia estadounidense.
A nivel internacional, el impacto del triunfo de Trump en la política exterior de Estados Unidos se reflejará en varias áreas prioritarias, especialmente en las relaciones con Oriente Próximo y en la postura frente a la guerra en Ucrania. La situación en Oriente Próximo se ha vuelto crítica, con el conflicto entre Israel y Hamás, Hezbolá e Irán desatando una catástrofe en Gaza, donde se contabilizan ya más de 42,000 muertos, la mayoría de ellos mujeres y niños, en una franja que ha sido devastada por los enfrentamientos. Además, la guerra se ha extendido al Líbano, donde las fuerzas israelíes han invadido el sur del país, incrementando las tensiones en toda la región.
Trump se ha autoproclamado “protector de Israel” y ha respaldado al primer ministro Benjamín Netanyahu, instándolo a obtener una victoria rápida y a restablecer la normalidad en la región. En una reciente entrevista con la televisora saudita Al Arabiya, Trump aseguró que logrará la paz en Medio Oriente «pronto,» lo cual sugiere una expansión de los Acuerdos de Abraham que él mismo impulsó en 2020, para integrar a más países árabes en un pacto de normalización con Israel, aunque estos acuerdos han sido duramente criticados por omitir la causa palestina, tradicionalmente un punto de fricción en las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes.
En cuanto a la guerra en Ucrania, Trump ha manifestado en varias ocasiones que Kiev debió haber hecho concesiones a Moscú para evitar el conflicto y ha calificado el apoyo militar y económico de Estados Unidos a Ucrania como excesivo. Esta postura ha generado tensiones en el seno de la OTAN y entre los aliados europeos de Estados Unidos, que consideran fundamental mantener un apoyo sostenido a Ucrania para evitar el avance de las ambiciones territoriales de Rusia. Los críticos de Trump temen que su enfoque favorezca al presidente ruso Vladímir Putin, permitiéndole consolidar su influencia en la región y debilitando a Ucrania en un conflicto que ya ha causado miles de muertes y una grave crisis humanitaria. Trump ha prometido resolver el conflicto en “24 horas” mediante un acuerdo negociado con Rusia, aunque este compromiso ha sido recibido con escepticismo por parte de expertos y líderes internacionales.
Respecto a los socios europeos de EE.UU. les preocupa el regreso de Trump a la presidencia. Rose Gottemoeller, ex vicesecretaria general de la OTAN, en una entrevista de prensa con la BBC de Londres señalo: “No puedo edulcorar estas advertencias. Donald Trump es la pesadilla de Europa, y su amenaza de retirarse de la OTAN resuena en los oídos de todo el mundo”. Una de los mayores preocupaciones de los europeos se relacionan con la guerra en Ucrania.
Además, el nuevo gobierno de Estados Unidos deberá abordar una de las prioridades más críticas en su política exterior: la rivalidad con China, una potencia en auge cuyo peso geopolítico sigue expandiéndose a nivel global. Esta competencia abarca áreas clave, como el comercio, la tecnología y la influencia diplomática en regiones estratégicas. Para Washington, mantener una posición fuerte frente a China es crucial para salvaguardar no solo su posición económica, sino también su rol como líder en el orden mundial.
En este contexto, el futuro de Taiwán cobra particular importancia. Esta isla, que se autogobierna y mantiene una estrecha alianza con Estados Unidos, representa un punto delicado en las relaciones sino-estadounidenses. Pekín la considera una parte inalienable de su territorio y ha dejado claro que cualquier avance hacia la independencia tendrá serias repercusiones. A medida que Estados Unidos refuerza su apoyo a Taiwán, las tensiones con China se intensificaran, requiriendo una diplomacia cuidadosa para evitar un conflicto mayor en la región.
Ciertamente, la victoria de Trump podría alterar profundamente la dinámica geopolítica global debido a su enfoque aislacionista, resumido en su lema “Estados Unidos primero”. Su propuesta incluye aplicar altos aranceles recíprocos a las importaciones, igualando las tarifas que sus socios comerciales imponen a productos estadounidenses. Esto se traduce en un potencial aumento de los aranceles sobre las importaciones, con un rango de entre el 10% y 20% de forma generalizada, y un arancel específico del 60% para productos de China, junto con un 100% para automóviles mexicanos.
Estas medidas, podrían reducir significativamente el comercio con China y provocar represalias comerciales por parte de la Unión Europea. De cumplirse, estas políticas probablemente nos llevarían a una confrontación comercial global, afectando tanto la economía estadounidense como las relaciones con sus principales socios comerciales.
Para América Latina, la elección de Trump podría significar un regreso a políticas migratorias restrictivas y una línea dura hacia regímenes autoritarios en la región. En temas de migración, Trump ha propuesto medidas de control fronterizo más severas y una reducción en las facilidades para la solicitud de asilo, lo cual podría tener un impacto considerable en los flujos de migrantes latinoamericanos que buscan oportunidades en Estados Unidos. Estas políticas, además de afectar a miles de familias, podrían tensar las relaciones diplomáticas con países como México, Honduras y Guatemala, que verán un incremento en los problemas humanitarios en sus fronteras y una posible disminución de los recursos disponibles para abordar las causas profundas de la migración.
De cara a un nuevo mandato, Trump prometió expulsar del país a millones de extranjeros indocumentados en lo que asegura será la «mayor deportación» de la historia de Estados Unidos. Según las estimaciones del centro de estudios Pew, para 2022 había en EE.UU. unos 11 millones de migrantes indocumentados.
Numerosos expertos han alertado de que una deportación masiva de migrantes sería costosa y difícil de acometer, además de que podría tener efectos negativos sobre ciertas áreas de la economía en las que la mano de obra indocumentada juega un papel clave. Según estimaciones hechas por la organización FWD.US, en EE.UU. había durante la pandemia 5,2 millones de indocumentados en trabajos esenciales. Esto incluye en torno a 1,7 millones de personas que trabajaban en toda la cadena de producción y comercialización de alimentos.
Los indocumentados representan en torno a 17% de los trabajadores agrícolas y 13% del sector de la construcción, según el estudio del centro Pew de 2022. El presidente electo también plantea tomar otras medidas como restablecer la política que obligaba a los solicitantes de asilo a permanecer en México hasta que sus peticiones sean aprobadas y eliminar el derecho a la ciudadanía a los hijos de indocumentados nacidos en Estados Unidos.
En lo que respecta a los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua, Trump ha mantenido una postura de presión máxima, aplicando sanciones económicas a estos gobiernos y restringiendo las relaciones diplomáticas. Con su regreso a la presidencia, es previsible que esta línea se mantenga, limitando la posibilidad de diálogos constructivos con estas naciones y aumentando el aislamiento de estos gobiernos en el contexto internacional. Los defensores de esta postura argumentan que es una manera de mantener la presión sobre los regímenes autoritarios, mientras que sus detractores creen que estas medidas solo fortalecen a los gobernantes de estos países al otorgarles un enemigo externo al que culpar de sus propios fracasos.
En términos económicos, el enfoque de Trump también representa un desafío para América Latina. Al preferir una política proteccionista y reacia a nuevos acuerdos de libre comercio, las oportunidades de la región para acceder al mercado estadounidense podrían verse limitadas, especialmente para países como México y los de Centroamérica, que dependen en gran medida de las exportaciones hacia Estados Unidos. La posibilidad de que Trump imponga mayores barreras arancelarias y restricciones en manufactura plantea un reto considerable para las economías de la región, que aún se están recuperando de los efectos de la pandemia y que necesitan estabilidad en el comercio exterior para fomentar el crecimiento y reducir la pobreza.
Finalmente, el regreso de Trump a la Casa Blanca trae consigo un contexto político doméstico complejo, en el que enfrentará una oposición debilitada y un Congreso con mayoría republicana que probablemente respalde su agenda de forma incondicional. Esta elección inaugura una era de incertidumbre para Estados Unidos y su papel en el mundo, en un momento en que la democracia se enfrenta a desafíos tanto internos como externos que pondrán a prueba la resiliencia del sistema político estadounidense.