El día 6 del corriente mes de julio se realizó, en la República Islámica de Irán, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, resultando ganador el candidato moderado Masoud Pezeshkian con más de tres millones de votos de diferencia respecto al favorito del régimen, el ex negociador del acuerdo nuclear Saeed Jalili.
Tras esta victoria, los reformistas regresan a la Presidencia casi 20 años después de gobiernos de línea dura y moderados que pusieron fin al largo Gobierno del reformista Mohamed Jatami, en el que Pezeshkian se desempeñó como ministro de Sanidad. Vale señalar que el Dr. Pezeshkian, fue el único político moderado que pasó el filtro del Consejo de Guardianes, un cuerpo de clérigos y juristas encargado de seleccionar a los candidatos que pueden presentarse a las elecciones.
La proclamación de Pezeshkian, se dio luego de que las autoridades informaran que éste obtuvo el 53,3% de los más de 30 millones de votos escrutados en la segunda vuelta de las presidenciales. Por su parte, Jalili consiguió el 44,3%.
Según expertos electorales iranies, el porcentaje de voto no ha parado de descender en las últimas elecciones, lo que podría explicarse por una creciente desconfianza al sistema electoral y a que un gobierno u otro pueda mejorar la situación del país. A ello se le añaden las llamadas al boicot electoral por parte de los partidos opositores y de los activistas en la diáspora, que critican la falta de libertades del régimen, que ha aumentado la vigilancia y la persecución ciudadana tras las protestas anti-gobierno desatadas en 2022.
Durante su carrera hacia la presidencia de Irán, ha dejado en claro su apego por el líder supremo del país, el ayatolá Alí Jamenei; y a sus decisiones, señalando que “soy un principista (una persona apegada a los conceptos que sostienen a la República Islámica) y desde esos principios buscamos reformas”.
La propuesta más destacada de su campaña es el fin del aislamiento de Irán del mundo, con un acercamiento a Estados Unidos y a los países europeos para recuperar el acuerdo nuclear, en el que Teherán se comprometió a reducir las centrifugadoras y a disminuir sus reservas de uranio enriquecido, y así levantar las sanciones que están ahogando la economía del país.
Además de reducir las tensiones con Occidente y lograr la reinserción de Irán en el escenario internacional, el presidente electo ha prometido a sus compatriotas que buscará poner en práctica “reformas estructurales” que permitan al país lograr un desarrollo más equilibrado.
A mi modo de ver, esa promesa es un poco difícil de cumplir, porque no pasa por políticas publicas aplicadas con esos fines, sino por varios niveles decisorios que van desde la aprobación del que realmente maneja el poder en Irán, hasta el sostenimiento de un dialogo constructivo y complimiento de las decisiones que se aprueben en ese dialogo con las potencias occidentales que mantienen, sobre ese país, una serie sanciones que han impactado la economía iraní.
Por otro lado, se ha mostrado favorable a reducir el control que el gobierno ejercer sobre internet y a flexibilizar la postura sobre el hiyab, el velo islámico. Este es un tema muy delicado para lo sociedad iraní ya que una joven iraní de 22 años, Mahsa Amini en 2022, murió en manos de la policía por que supuestamente no estaba cumpliendo con las estrictas regulaciones sobre el uso del velo de las mujeres, lo cual provoco serias protestas y una gran represión de estas.
¿Pero, quien ostenta realmente el poder en el gobierno de Irán?
El médico Masoud Pezeshkian se convirtió en el noveno presidente de Irán, luego de ganar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas el viernes 5 de julio. Esta elección coloca toda la atención sobre uno de los países más poblados de Medio Oriente, debido a sus promesas de reformas y de diálogo con Occidente. Sin embargo, hay dudas de que pueda llevarlas a cabo, porque contrario a lo que pasa en la mayoría de las repúblicas del mundo, en Irán el presidente no es la máxima autoridad política ni militar en el país.
Quién ostenta, en realidad el poder, en Irán es el ayatolá Alí Jamenei, en su condición de líder supremo, es la figura institucional más importante del país. De acuerdo con el artículo 109 de la Constitución iraní, Jamenei, de 85 años es el jefe del Estado y comandante en jefe de las fuerzas armadas, por lo cual puede declarar la guerra y la paz.
Asimismo, tiene autoridad sobre la Policía Nacional y la controvertida Policía de la Moral, encargada de velar por el respeto a las tradiciones islámicas como el uso del hiyab. También controla el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), responsable de la seguridad interna del país, y de su ala de voluntarios, la Fuerza de Resistencia Basij.
La Constitución también le otorga al clérigo la facultad de “nombrar, destituir y aceptar las dimisiones” de los miembros del Consejo de Guardianes, instancia que controla a los poderes del Estado; de los miembros de la judicatura y de los directivos de los medios de comunicación estatales.
El líder Supremo puede cesar al presidente de la República, pero para que esto ocurra el mandatario debe ser condenado por el Tribunal Supremo del país por «descuido de las responsabilidades que legalmente le competen» o la Asamblea Consultiva Islámica (el Parlamento) debe declarar «su incompetencia política”, según se lee en el artículo constitucional 109. En pocas palabras Jamenei tiene la última palabra en el país desde 1989, cuando sucedió al fundador de la República islámica, el ayatolá Ruhollah Musavi Jomeiní, tras su muerte.
El artículo 113 de la Constitución señala expresamente: “El presidente de Irán es “la máxima autoridad oficial del país, después del líder”.
El texto fundamental le otorga al mandatario la responsabilidad de la gestión diaria del gobierno y le permite ejercer gran influencia en la política interior y los asuntos exteriores.
Sin embargo, en temas de seguridad y defensa su rol es puramente simbólico. Asimismo, las actividades del presidente están siempre bajo supervisión del líder supremo y de otras instancias como el Consejo de Guardianes y del Parlamento. La propia elección de Pezeshkian todavía tiene que ser avalada por el Consejo de Guardianes. El Parlamento iraní también está controlado por el polémico Consejo de Guardianes, el cual puede anular leyes.
El Parlamento, por su parte, es controlado por el Consejo de Guardianes, instancia conformada por seis clérigos y seis juristas. Todos los cuales pueden ser nombrados por el líder supremo directa o indirectamente. El Consejo puede anular las leyes si considera que están “en contradicción con los principios y preceptos de la doctrina religiosa oficial de la nación o de la Constitución”, señala el artículo 72 del texto fundamental.
Este organismo también es el encargado de avalar las candidaturas de los iraníes que aspiran a un cargo de elección popular. Para las presidenciales recién celebradas objetó a 74 postulados, entre ellos varias mujeres.
El líder supremo podría bloquear cualquier reforma que considere que atenta contra el sistema político que impera desde 1979, y lo podría hacer de manera directa o a través de las otras instancias institucionales.
Cabe recordar que las reformas legales e institucionales que el moderado Mohamed Jatamí intentó impulsar, durante su mandato (1997-2005), con el fin de reducir la censura y el control sobre los medios de comunicación fueron anuladas tanto por el Consejo de Guardianes como por la Justicia. Ambas instancias respondieron a los planes del entonces presidente, clausurando decenas de medios de comunicación y con detenciones.
Por otro lado, el cumplimiento de la promesa de mantenimiento de un dialogo constructivo con occidente y de la reinserción de Irán en el escenario internacional choca con las declaraciones realizadas por el presidente electo el 8 de julio de 2024: “La República Islámica siempre ha apoyado a la resistencia del pueblo de la región contra el ilegítimo régimen sionista (Israel)”, “el apoyo a la Resistencia tiene raíces en las políticas fundamentales de la República Islámica de Irán”.
“Los movimientos de la resistencia no permitirán que el régimen sionista continúe con sus políticas belicistas y criminales hacia el oprimido pueblo de Palestina y otras naciones de la región,” expreso Pezeshkian.
Dos lecturas podrían tener estas declaraciones, la primera que están dirigidas al líder supremo para generar confianza y la segunda su imposibilidad de decir algo sobre el programa nuclear del país ni sobre su política exterior. Quien decide es Jamenei y su camarilla.
En materia de la vinculación de Irán con el mundo, existe una tarea pendiente; resucitar el acuerdo nuclear de 2015. En ese pacto entre Irán, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania, Teherán se comprometía a no desarrollar armas atómicas. A cambio, se preveía un levantamiento gradual de las sanciones internacionales que asfixiaban la economía iraní. Tres años después de haberse concretado, el gobierno de Donald Trump se retiró unilateralmente del acuerdo y reestableció las sanciones, dejando el camino libre a Irán para profundizar su proyecto de convertirse en una potencia nuclear, tal y como hoy lo vemos. No está claro que Pezeshkian pueda cumplir su promesa de tratar de revivir ese pacto.
¿Podrá traer el cambio a Irán?
Según los politólogos especializados en Irán, permitir que el Dr. Pezeshkian, un líder no religioso, compitiera por la presidencia y su victoria en las elecciones envía un claro mensaje a Occidente, ya que la presencia de un rostro moderado en la presidencia podría facilitar el diálogo y la negociación entre Irán y los países occidentales. Es importante señalar que, es poco probable que la principal preocupación del nuevo presidente y de Irán, la mejora de la situación económica del país se materialice sin cambios significativos en las relaciones exteriores que puedan suavizar el impacto de las sanciones impuestas tanto por Estados Unidos como por Europa. Incluso con la mejor de las intenciones, los iraníes carecen de la capacidad para implementar cambios estructurales en la economía.
En el ámbito nacional, Pezeshkian también podría introducir algunos cambios sociales, en los que hizo hincapié durante su campaña electoral, aunque es de advertir que tales medidas distan mucho de estar garantizadas, porque deberán ser refrendadas tanto por el líder, el ayatolá Alí Jamenei y por el Consejo de Guardianes de la Revolución.
Como Jatamí, y más tarde Hasan Rohaní, Pezeshkian ha asegurado que intentará mejorar las relaciones con Occidente e incluso ha criticado a la ominosa policía de la moral, dando a entender que adoptará una actitud menos estricta en la exigencia de que las mujeres se cubran la cabeza. Sin embargo, ninguno de esos objetivos está en su mano.
Si las experiencias de los moderados Jatamí y Rohaní sirven de guía, el ala dura del régimen se encargará de impedir cualquier cambio significativo.
Más allá de su lealtad a la República Islámica el verdadero poder, como lo indique anteriormente, reside en la Oficina del Líder Supremo y la red de instituciones vinculadas a él, bajo control de los sectores más conservadores. En la mejor situación posible, el nuevo presidente intentará hacer lo que esté a su alcance para solucionar los problemas a ese enorme porcentaje de personas que está en la más absoluta pobreza y desigualdad, pero no se tienen los medios para curar esa enfermedad.