Hace poco me preguntaba qué pasaría si en unas elecciones, declaradas libres y democráticas, los elegidos son racistas, fascistas, separatistas, etc., que se oponen públicamente a la paz, a la igualdad y reintegración del país, delicada pregunta, pero de hecho es cada vez más común en el mundo y muy particularmente en Latinoamérica.
Pareciera que cuando un presidente es electo o confirmado mediante referéndum, comienza a sentirse como un dios, enfermedad que se manifiesta cuando empieza a creer que está por encima de la constitución y las leyes, haciendo caso omiso a los límites que establece la constitución de su país, instalando regímenes que privan a sus ciudadanos de derechos y libertades básicas.
Eso lo vemos desde Venezuela hasta Argentina y seguramente este año deberemos incorporar a Chile, y de ahí, a Medio Oriente, África y algunas estrellas rutilantes de Asia.
Una muestra de ello es que hace apenas unos días, el 4 de febrero de 2022, el gobierno de Venezuela conmemoró con festejos, el 30 aniversario de la revolución bolivariana. La única revolución en el mundo que se dedicó a aplastar a un país rico y a su sociedad, de manera lenta, pero constante.
La democracia, bien sea en su sentido clásico o liberal, tiene que ver con un sistema político marcado no solo por elecciones libres y justas, sino también por el estado de derecho, la separación de poderes y la protección de las libertades básicas de expresión, reunión, religión y propiedad.
Pero hoy, esas dos corrientes de la democracia pareciera que se están desmoronando y ejemplos de ello sobran en el mundo, bien porque todavía nadie entiende la definición de ese concepto y por ello sea hace más difícil instalarlas, o, porque algún genio del subdesarrollo decide crear su propio modelo cuyo ingrediente principal es el autoritarismo.
Según el índice de democracia, publicado por THE ECONOMIST, de los 194 países miembros de la ONU, 23 son democracias plenas, 55 democracias deficientes, 57 regímenes autoritarios, 35 regímenes híbridos. La última clasificación corresponde a los regímenes que adoptan la forma de democracia popular, con instituciones políticas formalmente democráticas para maquillar la realidad de la dominación autoritaria.
Lo que quiere decir es que 55 países no practican a profundidad mecanismos de la democracia y 92 países ni siquiera se le acercan a tener regímenes que propicien el desarrollo económico, político y social de un país.
Ciertamente, existe una creciente inquietud por la rápida propagación de elecciones multipartidistas en América Latina, ello se debería a lo que sucede después de las elecciones. Líderes populares como Hugo Chávez y Nicolas Maduro en Venezuela, los Kirchner y Fernández en Argentina, Ortega-Murillo en Nicaragua, Nayib Bukele de El Salvador, Xiomara Castro de Zelaya en Honduras, Jair Bolsonaro en Brasil, por solo nombrar unos pocos, eluden sus parlamentos y gobiernan por decreto presidencial, erosionando, de esta manera, las prácticas constitucionales democráticas básicas. Historias que se repiten en 92 países y sus gobernantes se pasean por el mundo, sin ninguna vergüenza, enarbolando la bandera de la libertad y de desarrollo humano que se ha alcanzado en sus respectivos países.
En gran parte de Latinoamérica las elecciones rara vez son tan libres y justas como dicen que son, pero reflejan una realidad: la de la participación popular en la política y apoyo a los elegidos.
El académico Fareed Zakaria, creó el término democracia iliberal para designar a aquellos gobiernos que creen que tienen mandato para actuar de cualquier manera, siempre y cuando se celebren elecciones. La carencia de libertades como la libertad de expresión y la libertad de reunión hacen la labor de oposición extremadamente difícil. Los gobernantes pueden centralizar los poderes entre ramas del gobierno central y de los gobiernos locales, exhibiendo una nula separación de poderes. Eso está sucediendo en nuestra región.
Quien escribe este artículo tiene la impresión de que la democracia plena no es una industria en crecimiento. Hoy en día más del 35 por ciento de los países son democracias híbridas, pocas han madurado como para convertirse en democracias plenas. Lo preocupante es que lejos de ser una etapa de transición, parece que en muchos países se está dando paso a una forma de gobierno que mezcla un grado un de democracia con otro grado de autoritarismo, de lo cual se podría interpretar que la democracia plena podría resultar no ser el destino final en el camino democrático, sino una de las muchas opciones posibles. Tomando la expresión del Profesor Zakaria, la democracia iliberal está sentando sus reales en el mundo y en particular en América Latina.
¿Dónde estamos en términos de democracia en América Latina?
Mi respuesta es: “en un limbo deficitario democrático”, ¿POR QUÉ?, porque en nuestra región tenemos todo el muestrario del espectro político del mundo desde la Democracia Plena, la Deficiente, la Híbrida y por supuesto la Autoritaria, que no podía faltar. En Democracia Plena tenemos a 3 países: Uruguay, Costa Rica y Chile (sin Constituyente ni gobierno de izquierda radical); en Democracia Deficiente, 9 países: Colombia, Panamá, Argentina, Brasil, Perú, Paraguay, Ecuador, México y Guyana; en la Hibrida, 4 países: Salvador, Honduras, Bolivia y Guatemala y en la Autoritaria, 3 países: Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Un elemento importante que se debe mencionar es el papel que juegan las instituciones en un país, en términos gráficos podría decir que sin unas instituciones sólidas Brasil, la mayor economía de la región habría sucumbido a los arranques totalitarios del capitán Bolsonaro. Sin unas instituciones sólidas la inestabilidad política de Perú habría provocado el derrumbe de la república. En la actualidad ha evitado daños mayores al país con el nuevo gobierno del maestro Castillo.
Pero como toda estructura, siempre tienen un punto de quiebre y es posible que se esté llegando a ello.
En mi opinión, no basta con convocar a elecciones para decir que estamos en democracia, no se trata de una metodología para llevar a cabo una selección tan importante. Se trata de ir mucho más allá y ese mucho más allá se sitúa en los derechos sociales, políticos, económicos y religiosos de un país.
Filósofos de la talla como Thomas Hobbes, John Locke, Adam Smith, Barón de Montesquieu estaban claros que “los seres humanos tienen ciertos derechos naturales (o «inalienables») y que los gobiernos deben aceptar esa ley básica, limitando sus propios poderes aceptando la fórmula del control y balance en el poder.