El aniversario del ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 se presenta en un contexto de gran peligro en la región, que enfrenta una inminente represalia israelí tras el ataque de Irán, cuyas consecuencias son imprevisibles. A su vez, los bombardeos en el Líbano han eclipsado a Gaza, que ya sufre una crisis humanitaria de dimensiones colosales. En este año de horror, más de 42,000 personas han perdido la vida en Gaza, la mayoría mujeres y niños, y casi toda la población ha sido desplazada.
Este conflicto se distingue por su duración sin precedentes; nunca, ni siquiera en las tres guerras entre Israel y los países árabes, se había prolongado tanto tiempo. La situación es aún más compleja debido a la implicación de numerosos aliados de Irán, como los hutíes de Yemen, quienes han obstaculizado el tráfico marítimo en la región y lanzado drones y misiles hacia ciudades israelíes, incluyendo Tel Aviv. Este panorama genera una creciente inestabilidad que no solo afecta a los países involucrados, sino también a la comunidad internacional.
El profesor John Arquilla, de la Escuela de Posgrado Naval de Estados Unidos, plantea que todas las guerras pueden reducirse a dos preguntas fundamentales: ¿Quién gana la batalla en el terreno? ¿Y quién prevalece en la batalla de la historia? Después de un año de hostilidades, es evidente que, a pesar del dolor infligido por Hamas, Hezbollah e Israel a sus respectivos ejércitos y civiles, no se ha logrado un triunfo decisivo en el campo de batalla. Las pérdidas son profundas y han dejado huellas imborrables en las comunidades afectadas.
Un año después del 7 de octubre, esta guerra se caracteriza por la falta de un nombre distintivo y de un vencedor claro. Ambos bandos están atrapados en un ciclo de violencia que complica aún más la narrativa histórica. Ninguno puede reivindicar una victoria rotunda ni presentar una historia que les otorgue legitimidad, lo que resalta la confusión de esta confrontación. Esta situación plantea interrogantes sobre el futuro del conflicto e invita a la comunidad internacional a reconsiderar su papel en la búsqueda de una solución duradera.
Es vital mostrar apoyo hacia los palestinos y árabes de Cisjordania, que viven bajo la presión de los asentamientos y restricciones impuestas por Israel, sin embargo, nada justifica las atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre. Asesinar, mutilar, secuestrar y abusar sexualmente de israelíes sin un objetivo claro más allá de la destrucción del Estado judío es inaceptable. Si creemos que la única solución viable es la creación de dos Estados para los dos pueblos que coexisten entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, entonces la masacre de Hamás representa un retroceso hacia esa meta.
Surge una pregunta sobre Irán: ¿qué derecho tiene Irán a profundizar las crisis políticas en el Líbano, Siria, Yemen e Irak, utilizando esos territorios como plataformas para atacar a Israel? No hay una respuesta clara. Por otro lado, el primer ministro Netanyahu tampoco ha presentado un plan concreto para Gaza. Un año después del conflicto, aún no ha comunicado a su pueblo, a su ejército ni a Estados Unidos qué desea construir en la región más allá de la búsqueda de una “victoria total”. Mientras se llevan a cabo bombardeos para eliminar a combatientes de Hamás ocultos en escuelas y hospitales, no se vislumbra una estrategia que ofrezca un futuro a los habitantes de Gaza, salvo perpetuar un estado de guerra solo contra Hamás.
Esta falta de planes sugiere que el objetivo es aniquilar a los miembros de Hamás sin considerar el alto costo en vidas civiles, lo que plantea el riesgo de una guerra interminable que socavará la credibilidad de Israel y tendrá repercusiones a largo plazo en la estabilidad de la región. La creciente desesperación entre los palestinos, alimentada por la falta de esperanza y oportunidades, podría resultar en un aumento del extremismo y la radicalización, creando un terreno fértil para nuevos ciclos de violencia que comprometan la seguridad de Israel y la paz en toda la región.
Según el analista político Thomas L. Friedman, “estamos en medio de una lucha entre dos coaliciones: una de inclusión, liderada por Estados Unidos y compuesta principalmente por democracias, y otra de resistencia, liderada por Rusia, Irán y Corea del Norte, regímenes autoritarios que utilizan su oposición a un mundo liderado por Estados Unidos para justificar la militarización de sus sociedades y mantener un control férreo del poder”. Además, la existencia de un actor independiente, China, que se encuentra en el medio de las dos coaliciones ya que su economía depende del acceso a la coalición de inclusión, mientras que comparte muchos de los instintos e intereses autoritarios de la coalición de resistencia.
Además, la política interna de Israel añade otra dimensión a la guerra. Netanyahu ha sido acusado de corrupción y enfrenta un juicio, lo que plantea dudas sobre sus verdaderas intenciones. Los ciudadanos israelíes se preguntan si sus hijos están luchando por salvar el Estado de Israel o por la carrera política de su primer ministro. La percepción de que Netanyahu podría estar utilizando la guerra como excusa para posponer su testimonio en el juicio y evitar nuevas elecciones genera desconfianza.
La pregunta es: ¿hacia dónde vamos? Es difícil de responder, especialmente tras el ataque de Irán a localidades israelíes y el llamado de los ayatolas a aniquilar a Israel. La guerra en Medio Oriente se ha vuelto un círculo vicioso. Netanyahu podría argumentar que el conflicto comenzó con el ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023, que dejó 1,195 muertos. Hamás, por su parte, afirmaría que la raíz se encuentra en la creación del Estado de Israel en 1948, cuando 750,000 palestinos fueron desplazados.
Historiadores y teólogos podrían retroceder aún más, hasta el momento en que Jehová ordenó a Abraham que se quedara con Sara, madre de Isaac, y dejara a Hagar y su hijo Ismael, considerado el padre de los árabes. Este relato muestra cómo, en su afán por imponer sus culturas, ambos grupos a menudo ignoran a quienes se interponen en su camino.
En el siglo XXI, las soluciones no son sencillas ni elegantes, ya que un entramado de intereses parece obstinarse en mantener el conflicto. Entre políticos que buscan ser vistos como triunfadores y potencias extranjeras que prefieren que los demás se enfrenten, todos parecen tener interés en que este ciclo no se interrumpa.
Las reacciones internacionales han sido diversas. Algunos países, como Estados Unidos y varias naciones europeas, han expresado su apoyo a Israel. En contraste, países como España e Irlanda, aunque se manifiestan a favor de la causa palestina, no respaldan los actos terroristas perpetrados por Hamas y Hezbollah. En América Latina, países como México y Colombia parecen alinearse más con Irán, lo que refleja una posición compleja.
Cabe recordar que Lula, Petro y AMLO apoyan a Maduro, quien, a su vez, respalda a Hezbollah. A pesar de esto, esos mismos líderes llaman la atención sobre la necesidad de alcanzar un acuerdo de convivencia entre la oposición y el régimen de Nicolás Maduro. Esta situación pone de manifiesto la falta de claridad en los intereses de las alianzas de poder a nivel mundial.
Algunos países del medio oriente, aliados a la paz mundial, no se han manifestado en apoyo a Irán, y rechazan la idea de orar por organizaciones terroristas.
La aspiración de poner fin a la guerra en Gaza, liberar a los rehenes y establecer dos Estados con las fronteras vigentes en 1967, parece alejarse cada día más, sobre todo si tomamos en cuenta que los términos “desescalar” y “apaciguar” carecen de significado tanto para el fundamentalismo islámico iraní como para la guerrilla chiíta en el campo de batalla.
El futuro de las relaciones entre Israel y sus vecinos es incierto. Con líderes de ambos lados adoptando posturas inflexibles, las posibilidades de un diálogo constructivo parecen escasas.