La cumbre climática de la ONU, más conocida como la COP26, aprobó un acuerdo para mantener vivo el objetivo de limitar el calentamiento global en 1,5 grados. Aunque el Pacto Climático de Glasgow es un intento ambicioso de frenar el aumento de las temperaturas en el planeta, una disputa de última hora sobre el carbón ensombreció el acuerdo.
India y China consiguieron que la alusión, en el documento final, a la “eliminación progresiva” del carbón se convirtiese en una “reducción progresiva”. Si bien es cierto que la enmienda fue aprobada por el resto de los países, también lo es que lo hicieron a regañadientes y por una única razón: evitar que las negociaciones se rompieran y se produjera un fracaso de dimensiones históricas.
Sin embargo, el acuerdo que tanto costo alcanzar, entre casi 200 Estados, presenta progresos importantes; introduce el sentido de urgencia, reclamado desde ámbitos sociales y científicos, al situar la actualización de los planes de reducción de emisiones antes de lo previsto, al próximo año, en lugar de aplazarlos a 2030.
Así como también da un paso, aunque tímido, en ambición, al mencionar por vez primera a los combustibles fósiles para apostar por la reducción de los subsidios “ineficientes” que reciben.
A estos avances se unen aquellos de carácter sectorial sobre bosques, carbón, automóviles, metano o el fin de la financiación de los combustibles fósiles en el extranjero, entre otros. Tiene especial relevancia el acuerdo entre China y Estados Unidos, los dos primeros emisores de CO₂, porque sin un compromiso mínimo de ambos no es viable seguir persiguiendo la meta de 1,5ºgrados de calentamiento global. No menos importante fue la decena de países que se sumaron a la Alianza Más Allá del Petróleo y el Gas (BOGA, por sus siglas en inglés), presentada por Costa Rica y Dinamarca, por la cual los países se comprometen a poner fin a la concesión de nuevas licencias para la exploración y explotación de petróleo y gas en los territorios bajo su jurisdicción.
Respecto a la financiación para los países en desarrollo, uno de los puntos que más divergencias levanto, el Pacto Climático de Glasgow, urge a los estados ricos a doblar “como mínimo” su aportación para la adaptación de los países más desfavorecidos antes de 2025, respecto a los niveles de 2019.
Si bien lo conseguido no es un cambio radical, sí es una forma de crear instrumentos de apoyo para avanzar en el camino necesario. El objetivo pendiente sigue siendo difícil y nadie tiene la solución para armonizar las medidas necesarias en cada zona del planeta y de acuerdo con cada situación de desarrollo.
No es fácil saber cómo alcanzar otro acuerdo más ambicioso, particularmente porque en él se entremezclan intereses geoestratégicos, económicos y políticos, y los Estados solo avanzarían en la medida en que no tengan otra opción.
El nuevo acuerdo llega pocos días después de un hito notable alcanzado por China, pues el miércoles antes del fin de la reunión, la agencia de noticias China, Xinhua anunció que el país había producido más carbón que nunca en un solo día. Es decir unos 12 millones de toneladas de carbón cuyo consumo representará emisiones de dióxido de carbono aproximadamente equivalentes a las que produce un país como Irlanda durante todo un año. Visto desde ese ángulo, el acuerdo alcanzado, tras largas negociaciones, parece un simple curita ante la profunda herida que amenaza la vida en el planeta.
Quien escribe estas líneas considera comprensible la decepción algunos en cuanto a los resultados, pero se debe tener en cuenta dos cosas de fundamental importancia:
1.-Modificar de la noche a la mañana los modelos de desarrollo de los países es imposible, ya que muchos de ellos han cimentado su desarrollo en la producción y exportación de energía fósil, son fundamentalmente países en desarrollo, algunos de ellos en crisis terminales constantes. Sin embargo hay otros que no producen nada y que viven de la cooperación internacional fundamentalmente y su atraso educativo y cultural lo imposibilita a cualquier tipo de adaptación tecnológica.
2.- La cuarta revolución industrial producirá cambios estructurales que favorecerán el medio ambiente y no habrá mas remedio que adaptarse a ello e incrementar el financiamiento a los países en desarrollo.
Para finalizar, la triste realidad, al igual que la producción récord de carbón en China, es que la atmósfera sólo responde a las emisiones y no a las decisiones tomadas en una conferencia como la COP26.