Como señalé en mi artículo anterior, “la realidad de los hechos ha obligado a América Latina a asumir una posición frente a acontecimientos imposibles de ignorar. Quizás algunos hubiesen preferido no tomar partido en un conflicto que a primera vista pudiera resultar ajeno, pero eso no ha sido posible». Sin embargo, la actuación de la mayoría de los países latinoamericanos en las Naciones Unidas muestra que, los más, se han visto obligados a votar en favor de las iniciativas de Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Canadá y Australia y los menos o se abstuvieron o no pudieron votar por incumplimiento de sus obligaciones contributarias anuales con la organización.Subyace, en este escenario, una realidad hasta ahora no muy bien entendida: los países latinoamericanos tienen ante sí el difícil dilema actual, de ratificar su vinculación a Occidente, el espacio político y cultural del que teóricamente forman parte, o bien acercarse a actores extra regionales, como Rusia, China o Irán, que portan bajo el brazo nuevas oportunidades comerciales y alternativas de financiación, vitales para sus propios intereses. Estas últimas son muy valoradas por algunos países de la región, especialmente en momentos como los actuales de estrecheces económicas. También están los que, una vez más, intentan nadar entre dos aguas en medio de este último conflicto geopolítico.
Estas circunstancias, junto a las fracturas y la división regional, imposibilitan una respuesta unificada y coordinada ante los desafíos internacionales y condenan a la región a un papel secundario, seguidista de las grandes potencias, muy similar al que tenían durante la Guerra Fría.Estoy claro que nuestra región juega un papel secundario en el tablero internacional, y si bien no es totalmente ajena a la crisis ucraniana, su papel está a la altura de su posición periférica. No obstante, no está exenta del efecto Mariposa del cual tampoco escapa el resto del mundo. Ya hemos demostrado, desde el inicio de la pandemia del COVID19 que no estamos en condiciones de aportar soluciones regionales, que escasamente podemos dar una respuesta a cualquier crisis, de manera unilateral, lo cual como ya quedó demostrado ha servido para poco. La pregunta inmediata es: ¿PORQUE SUCEDE ESTO EN AMÉRICA LATINA?, y la respuesta es que ello obedece a diversas razones; en primer lugar, a la diversidad de regímenes políticos que van desde los que presumen ser de izquierda dura, la izquierda caviar, hasta las democracias híbridas todas en pugnas por el liderazgo regional.
En segundo lugar, al debilitamiento de los procesos de integración. En la década de los 80s hubo, en la región, un auge importante de la democracia, con liderazgos perfectamente definidos que consecuentemente nos llevó a tener iniciativas integracionistas muy importantes, ejemplos, alguna de ellas, para la comunidad internacional.Llegamos a tener mecanismos de coordinación y consulta para unificar las posturas de la región en los diferentes temas del quehacer internacional. Organismos como el SELA, la Comunidad Andina, MERCOSUR e incluso en las negociaciones para la creación del ALCA, por solo nombrar algunos, las subregiones pudieron presentarse con una posición conjunta. Hoy en día prácticamente convertidos en cadáveres insepultos.
El advenimiento de regímenes autoritarios de izquierda, profundizaron diferencias, provocó la parálisis de los procesos de integración, que ha llevado a la región a tener una presencia limitada en la escena internacional y a no expresarse, con una sola voz, en los foros multilaterales. Lo anterior dio paso al surgimiento de organismos regionales como ALBA, UNASUR, CELAG con profundo contenido ideológico que tenían como fin el restablecimiento de los viejos escenarios de la guerra fría. Sin dejar de mencionar al siniestro grupo FORO DE SAO PAULO, creado por el posible próximo presidente de Brasil Luis Ignacio Lula da Silva por recomendación de Fidel Castro, y cuyo objetivo es reunir esfuerzos de los partidos y movimientos de izquierda y ultraizquierda de América Latina, para «debatir y sugerir acciones sobre el escenario internacional» después de la caída del Muro de Berlín y «las consecuencias del neoliberalismo en los países de América Latina y el Caribe».
La falta de liderazgo, inconsistencia en la integración regional es lo que impidió, impide e impedirá, por un lado, tener una posición regional sobre los diversos temas de la agenda política internacional así como tampoco alcanzar acuerdos globales. En resumen carecemos de una Política Exterior común sólida y coherente. Se necesitará mucha más imaginación de parte de los dirigentes de cada uno de los países, por una sencilla razón, no habrá respuestas nacionales que sean suficientes para solventar, ni siquiera en el largo plazo, los males que nos aquejan directa o colateralmente. Si lo que queremos es participar activamente en las decisiones que se tomen a nivel multilateral y no ser seguisditas, habrá que echarle mano a la integración, pero no la que hemos conocido hasta ahora y que ha estado concentrada en el acceso a los mercados, sino que se deberán construir instituciones regionales que incluya a la sociedad civil en todos sus ámbitos, ya que al fin y al cabo son los genuinos operadores de cualquier proyecto que se proponga cualquier país en cualquier parte del mundo.
Llama la atención que ante delicadas realidades nadie se haya sentado a pensar que cualquier país extra o regional puede invadir a otro en nuestro propio terreno, o que por razones climáticas se produzcan epidemias, cataclismos u otros eventos y que no estamos preparados ni para ponernos de acuerdo en cómo actuar.El papel que han jugado algunos países de América Latina en la crisis de Ucrania no ha hecho más que evidenciar uno de sus problemas recurrentes: presenciar, a veces incluso compartir, pleitos que considera ajenos y sobre los que no ejerce ningún tipo de control ni influencia.
La causa última es la debilidad y división de sus Estados y la ausencia de un sistema de gobernanza regional capaz de impedir intervenciones, agresiones o injerencias externas.