Desde hace un siglo, cuando era uno de los países más ricos del mundo, Argentina ha experimentado una inflación anual media del 105% y ha tenido que cambiar cinco veces de moneda. Hoy es el principal deudor del Fondo Monetario Internacional y sufre una de las contracciones más graves de América latina por la pandemia. La pregunta que me surge en este momento es: ¿Por qué? Casi que se puede decir que los resultados de la elección primaria de este país se asemejan al título de unas de las grandes obras del escritor colombiano Gabriel García Marquez: “Crónica de una Muerte Anunciada”. País lindo, con recursos humanos y económicos que contradicen la razón y las consecuencias por la que está pasando Argentina. Pero es que hay un detallazo, la existencia de una clase política que se siente cómoda con un país en permanentemente crisis.
El gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner sufrió, el 12 de septiembre pasado, una dura derrota electoral en las elecciones primarias, que funcionara, en la práctica, como una medida de lo que pueden ser los resultados de las elecciones de mitad de término que se llevarán a cabo el próximo 14 de noviembre. Pero es que la situación económica no mejora. No obstante, el esfuerzo que se hizo para mostrar datos que comprobaban que la situación era otra.
Es importante tener en cuenta que, a septiembre de 2021, las tasas de pobreza e indigencia, aun con las políticas de ayuda financiera, se mantienen alrededor de 42% y 10,5% respectivamente. Estos índices son especialmente dramáticos, si esos datos los llevamos al segmento de la población ubicada entre 0 a 17 años. Para esta porción de la población, de acuerdo con el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), la pobreza asciende a 62,5% y la indigencia a 15,8%.
En este contexto, difícilmente, habría posibilidades de obtener un voto de apoyo por parte de la sociedad, que no solo se encuentra sufriendo por el acoso que impone una crisis
pandémica por la que está pasando toda la humanidad, sino por la presión sobre el salario que ejerce la inflación, las dificultades para el acceso a la vivienda no solo para los sectores bajos de la población, sino como también para la clase media trabajadora. Es precisamente ese el voto que inclina balanzas para cualquier lado de la «grieta» que divide
a cualquier sociedad. Pero no es solo la presión económica que sufren los argentinos lo que los llevó a dar un voto de desconfianza al gobierno en ejercicio, sino como también la seguidilla de escándalos cuyos protagonistas han sido, precisamente altas figuras gubernamentales, como es el caso de la violación de las restricciones impuestas para contener el COVID19, llamado el Olivosgate o el de “Vacunación VIP”, o los escándalos de espionaje durante el gobierno de Mauricio Macri así como los de corrupción, que afectan a casi todos los partidos políticos.
Lo anterior, hace que la ciudadanía se sienta que vive en un escenario de dos realidades, la de ellos y la de una clase política incapaz de ver más allá de sus intereses. Esta fotografía se ajusta perfectamente a cada uno de los países de nuestra región, lastimosamente.
Las consecuencias más inmediatas empiezan por la apolitización ciudadana y el desencanto electoral, la deslegitimación de la clase política en general. Lo anterior se torna aún más preocupante cuando vemos que en el país no se ven figuras políticas que pueda capitalizar ese descontento, en momentos en que se necesitan políticas públicas para
encarrilar la economía, reducir la desigualdad y la pobreza, solventar los problemas del sistema de salud pública.
Las elecciones de segundo término determinarán el camino a seguir y no lo que el Presidente Fernández señaló al tener en sus manos los resultados: “a partir de mañana vamos a prestarle atención y resolver el problema que la gente nos confía” teniendo en mente los resultados de la elección de segundo término. Es difícil enmendar los errores y los comportamientos personales para obtener resultados electorales positivos en menos de 2 meses.