“Con una frase no se gana un pueblo
Ni con un disfraz de poeta
A un pueblo hay que ganarlo con respeto
Un pueblo es algo más que una maleta
Perdida en la estación del tiempo
Esperando, sin dueño, a que amanezca”
María Ostiz
Lo que acaba de ocurrir en Perú es una tragedia que reviste dimensiones continentales. Sus causas y consecuencias seguramente trascenderán negativamente en toda la región con el agravante que, el péndulo político muy posiblemente quede estacionado en alguna parte, sin lograr mantener alguna dosis del Estado de Derecho.
La experiencia enseña que cuanto más se inclina el péndulo a la izquierda el resquebrajamiento del Estado de Derecho es un hecho, y se traduce en crecientes dificultades, no solo políticas, sino económicas y sociales. Venezuela es claro ejemplo de lo antes mencionado.
En el caso de Perú, En los últimos cuatro años ha tenido tres presidentes y los últimos seis mandatarios se han visto envueltos en escándalos de corrupción. He ahí una de las explicaciones a tanta inestabilidad política del país.
La desconexión de los políticos con la sociedad es real, y en este caso se ha manifestado en el hecho cierto de que, en Perú, una definitoria proporción de la población es rural, no les llega las influencias mediáticas, ni los análisis políticos por más serios que estos sean y mucho menos les llegan los encantadores de serpientes que no logran entender que la capital de un país es solo la capital donde habitan solo una porción pequeña de los ciudadanos. A esos ciudadanos del interior de cada uno de nuestros países, los arropa la realidad de su transcurrir cotidiano, pleno de esfuerzos y privaciones cuya prioridad supera, por largo, la discusión de propuestas económicas.
A estas alturas pienso que quien ofrezca una mínima mejora en la distribución en la riqueza y de la comida lleva las de ganar, sin que importe un Vargas Llosa. El importa menos que el mejoramiento, siquiera modesto, de las condiciones de vida. Esos votaron por Castillo, quien además se presenta, habla y luce cual uno de ellos.
Con lo anterior lo que quiero significar es que, o los políticos se comprometen a fondo con la sociedad que representan, incorporando al país a esa inmensa cantidad de población que habitan las zonas más deprimidas o seguiremos sintiendo el peso del lado izquierdo de ideologías comprobadamente fracasadas. Venezuela es también un ejemplo de ello.
El caso de Chile es también impactante. Después de la dictadura de Pinochet, pasaron al menos 7 presidentes de diferentes partidos políticos, todos muy orgullosos de los indicadores económicos que presenta el país, pero no se daban cuenta que una parte de la sociedad no estaba recibiendo beneficios de esas boyantes cifras y esa parte de la sociedad salió a la calle y casi que quema al país en el 2019. Es misma porción de la sociedad fue la que hizo que en las recientes elecciones, la izquierda, y no la que representan la Sra. Bachelet o el señor Lagos, sino la izquierda radical obtuviera la mayoría de las gobernaciones y que seguramente se hará del poder en noviembre próximo. Por eso el presidente en ejercicio Sr. Piñera dijo: “nuestro gobierno ha perdido conexión con el pueblo”.
Por otro lado, vale mencionar el caso de la abstención que jugo, en los dos países, a favor de aquellos que prometían el paraíso en la tierra. Es muy fácil prometer repartir lo que no se tiene.
Bolivia cayó primero; Ecuador, por ahora, se salvó de milagro, Chile va para una constituyente en la que la izquierda ya ha hecho saber que “van por todo”; en Brasil un Lula radicalizado se presenta como opción posible; Colombia se debate en una crisis que pudiera presagiar que el candidato de la izquierda se impondrá. La razón siempre será la misma la desconexión