A 700 años de la fundación de Mexico-Tenochtitlan y a 500 años del asesinato del tlahtoani Cuauhtemoc es momento de reflexionar sobre esa gran civilización y a quien la defendió hasta la muerte frente al invasor extranjero, convocando a la unión de todos los pueblos en defensa de nuestra tierra. Nuestra cultura originaria tenía rasgos que hay que conocer para entender al mexicano actual.
Recordamos a Cuauhtémoc como un esforzado guerrero, disciplinado y audaz, y al mismo tiempo, como una cuestión dual, disfrutaba el descanso. Buscaba complementar el esfuerzo y el descanso.
Vivió una cultura siempre llena de celebraciones porque la gente no vivía para trabajar, sino que trabajaba para vivir, celebrar y convivir: el hecho de cosechar maíz dos veces al año, gracias a las chinampas y a la hibridación del maíz, les daba tiempo libre. Así tuvieron oportunidad de analizar y entender la naturaleza, la fauna, la flora, los astros y desarrollar grandes conocimientos.
Tenían muchas fiestas, a Cuauhtémoc le gustaban mucho las dedicadas a Quetzalcóatl, a Tláloc, a Tezcatlipoca y especialmente a Huitzilopochtli, la fiesta del solsticio de invierno, evento que ha sido una tradición milenaria en el Anáhuac. En esa época tenían 20 días de fiesta durante el mes Panquetzaliztli y festejaban el nacimiento de Huitzilopochtli, que representaba al sol. Así celebraban su “Navidad”, palabra que viene del latín nativitas, que significa “nacimiento”.
Cuauhtémoc no dejaba de observar cuán larga es la noche en esa temporada. El solsticio de invierno marca la época en la que el sol llega a su punto más lejano de la tierra, la noche se vuelve más larga, hace frío, y a partir de ese día comienza un nuevo ciclo en el que el astro se acerca cada vez más hasta llegar al solsticio de verano, a diferencia de lo que ocurre en el Cono Sur, donde celebran el We Tripantu (año nuevo mapuche) en el solsticio de invierno, del 21 al 24 de junio. La palabra solsticio proviene del latín solstitium; “sol” y “stit”, derivada del verbo sistere (pretérito perfecto stiti, “detener”), que se puede leer como “sol quieto”, porque durante los solsticios el sol parece detener su marcha.
Cuauhtémoc disfrutaba mucho el Panquetzaliztli porque era la fiesta grande que duraba los 20 días del decimoquinto mes. En todos los meses (que eran de 20 días) había un día de celebración, ahí se origina la costumbre muy mexicana de celebrar muchas fiestas a lo largo del año, al grado de que dicen que los mexicanos somos bien “fiesteros”, es parte de nuestra cultura.
Desde niño supo que, en su mitología, Huitzilopochtli vencía a su hermana mayor, la Luna, representada por Coyolxauhqui y sus 400 hermanos, Centzonhuitznahua, las estrellas sureñas, aunque algunos estudiosos creen que la fiesta también representaba el nacimiento de la civilización del Anáhuac.
El sol resurgía en medio de rituales y danzas en los que participaba Cuauhtémoc. Durante esas fechas, en las que se organizaban otros actos ceremoniales, los pueblos originarios adornaban con banderas o pantli de papel amate todos los árboles frutales y plantas comestibles de la temporada. El día de la fiesta se curaban todos los árboles y se les ofrendaba meoctli (pulque) y tlaxcalli (tortillas) como muestra de agradecimiento a lo cosechado durante el año. La ceremonia que realizaban incluía la elaboración de una figura de maíz tostado amasada con miel de maguey que preparaban las muchachas casaderas vestidas con sus mejores plumas y guirnaldas. Cuando la terminaban, la sacaban al patio del templo y la recibían los jóvenes, como en su momento hizo Cuauhtémoc, que también traían guirnaldas de maíz; se la presentaban al pueblo de Tenochtitlan y la subían al Hueyi Teocalli o pirámide del Templo Mayor.
Efectivamente, cada año, en el primer día del Panquetzaliztli, se realizaba este culto en honor a la representación de Huitzilopochtli, el Sol, para solemnizar su nacimiento el 21 de diciembre. La ceremonia comenzaba con una carrera encabezada por un corredor muy veloz que cargaba en los brazos una figura de Huitzilopochtli hecha de amaranto y que llevaba en la cabeza una pantli (bandera) color azul. Iniciaba en la Hueyi Teocalli y llegaba hasta Tacubaya, Coyoacán (Coyoacán) y Huitzilopochco (Churubusco). Detrás del portador de esta imagen, corría una multitud que se había preparado con ayuno. Durante el solsticio de invierno –21 de diciembre–, el sol ya había recorrido la bóveda celeste y había llegado a un punto muerto el 20 de diciembre. El Niño Sol se iba al Mictlán (Lugar de los Muertos), donde se transmutaba en colibrí para regresar al origen. El colibrí, que en náhuatl se dice huitzilin, daba vida a Huitzilopochtli, colibrí del sur.
Posiblemente el tradicional puente “Guadalupe Reyes”, que se vive en el México actual, tiene que ver con esa tradición de celebrar 20 días en el mes Panquetzaliztli.
Cuauhtémoc disfrutaba varias semanas de fiesta, en las que hacían piñatas, usaban ollas adornadas con papeles de colores y les daban diversas formas, las llamaban pipinatl y las llenaban de frutas que disfrutaban con algarabía en un antecedente de lo que hoy son las piñatas. Luego de la invasión española, también trajeron piñatas de Italia (provenientes de China, algo similar). Pero es claro que la piñata tiene en México raíces originarias, no es una tradición importada de Europa como muchos sostienen. Cuauhtémoc pudo disfrutar las fiestas de diciembre y romper piñatas, que es una tradición muy antigua en nuestras tierras.
El 21 de diciembre, día del solsticio de invierno, en el Anáhuac celebraban a Huitzilopochtli. Se decía que resurgió como un huitzilin o colibrí, el ave que era símbolo de la voluntad porque es un pajarito que vuela a su gusto, en todas las direcciones e incluso se queda estático como un helicóptero. Por eso Huitzilopochtli representaba la voluntad, no era el dios de la guerra, como lo calificaron los españoles, aunque es claro que antes de una batalla, los guerreros sí que tenían que hacer acopio de gran voluntad. De hecho, aquí no existían ni dioses ni demonios, sino la personificación de un importante poder de la naturaleza, por ejemplo: Ehécatl es el viento mismo; Tláloc es la lluvia (tlalli-tierra, octli-licor), su dualidad o pareja es Chalchiuhtlicue y representa las corrientes de agua, ríos y mares. La lluvia alimenta los ríos y mares, son una dualidad.
Tenían una concepción espiritual muy diferente a la euroasiática. Para los habitantes del Anáhuac, la máxima energía la representaban Omecihuatl y Ometecutli, señora y señor de la dualidad, que vivían en el Omeyocan, lugar de la dualidad y principio de la generación de todo.
Luego de su nacimiento, Huitzilopochtli (el colibrí a la izquierda), ese solecito niño de solsticio de invierno, comienza su retorno en el horizonte luego de tres días –alrededor del 21 de diciembre– en que parece permanecer “suspendido”.
El solsticio de invierno era para Cuauhtémoc una noche de fiesta, una velada feliz por este acontecimiento que lo reunía con su gente en celebraciones familiares y con los seres cercanos. Esos días hace falta calor, dulces, consumir alimentos, bebidas calientes y golosinas, fruto de todo un año de esfuerzo, es una necesidad humana. Esto es un fenómeno universal que experimentan todas las personas.
En casi todas las culturas del mundo se ha marcado el solsticio de invierno como un día de renovación o de cambio, el cristianismo celebra las posadas y el nacimiento de Jesús, los romanos festejaban al Sol Invictus; los griegos, a Hermes; en India y China, a Buda; en Egipto, a Horus; entre los persas, a Zoroastro, y en Babilonia, a Tammuz, mientras que en la India también veneran a Krishna. Por otro lado, en Grecia recordaban a Heracles, ya que todos habían nacido alrededor del solsticio de invierno.
Este fenómeno natural aparenta que, a lo largo del año, el sol no sale ni se pone siempre desde el mismo lugar: da la impresión de que recorre toda la bóveda celeste alcanzando su punto más alto por ahí del 21 de marzo y en diciembre lo veía Cuauhtémoc más bien de ladito. Es por estos días cuando parece que se detiene por completo y que no recorre más el cielo; de hecho, la palabra solsticio significa “sol detenido”.
De ahí que los habitantes del Anáhuac se dieron cuenta de que, por unos días, el sol no se movía, así que festejaban el “nacimiento” del siguiente ciclo. Esta celebración era parecida a la Navidad actual, pero festejaban el nacimiento de Huitzilopochtli.
Estas fiestas decembrinas eran para Cuauhtémoc una gran oportunidad de convivir, gozar la compañía de los seres queridos, relajarse un poco y retomar fuerzas para el año venidero. El ser humano debe esforzarse en el trabajo, que le da sentido a su vida, y también tener periodos de descanso.
Como indicamos, nuestra cultura “fiestera” se deriva de ese gran invento nuestro: el maíz, surgido de cruzar el tripsacum con el teocintle y que permitía tener varias cosechas al año con periodos de descanso, a diferencia de las culturas asiáticas que trabajaban todo el año para cosechar el arroz o la europea que tardaban meses en obtener el trigo. El maíz nos permitió tener estos periodos de descanso y convivencia que son mejores para la sociedad humana, porque hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar, como sucede en el actual sistema capitalista, que vive de la labor incesante de los trabajadores y del pueblo en general. En una sociedad evolucionada la gente deberá contar con largos espacios para el arte, la cultura, el ocio, la creatividad y la vida armónica, como lo vivió Cuauhtémoc en su niñez y juventud.
En sus días más difíciles, en medio del hambre, la guerra, el tormento, la cárcel Cuauhtémoc cerraba los ojos y se daba fuerzas y ánimo recordando aquellos días felices en los que todo era armonía, cuando él pudo disfrutar del amor y la paz junto a su pueblo querido. Fue asesinado el 28 de febrero de 1525, hace 500 años defendiendo hasta el final a esa civilización que lo forjó como un héroe. Al imponer su cultura europea, el invasor comenzó a tergiversar, calumniar y desconocer la sabia cultura del Anáhuac. A 500 años nosotros la seguimos defendiendo. «IN KECHKIXKAUH MANIZ IN ZEMANAHUAK AIX IXPOLIUIZ IN ITENYO IN ITAUKA IN MEXIHKO TENOCHTITLAN.» «Mientras exista el mundo, jamás acabará la fama y la gloria de Mexihko Tenochtitlan»