Se cumplen 500 años del magnicidio cometido contra el joven tlatoani el 28 de febrero de 2025. Hernán Cortés había mantenido prisionero a Cuauhtémoc, sosteniéndolo como tlahtoani y usándolo como rehén, así le servía para mejor control de la situación y de la gente; lo utilizaba como escudo, tal como había hecho con Moctezuma cuando lo mantuvo preso antes de asesinarlo. Le tenía mucho miedo a Cuauhtémoc por ser un guerrero insuperable, un hombre valiente, amado por su pueblo y enemigo acérrimo de la invasión.
Desde un principio lo supo: tenía que matarlo, pero el astuto asesino comprendió que en México-Tenochtitlan le sería imposible quitarle la vida, había que llevarlo lejos, a una selva escondida, donde hubiese pocos testigos, así la noticia tardaría meses en llegar a la cuenca de México. Además, en los meses que tardara en regresar, podía urdir bien una historia que lo liberara del crimen e inventar lo que quisiese para así “explicarle” al rey de España y justificar el porqué de esta malévola acción de asesinar a sus prisioneros que estaban inermes y bajo su cuidado.
En Honduras, en 1524, se había rebelado Cristóbal de Olid, además había noticias de que en esas tierras abundaba el oro. Lleno de ambición, el invasor se lanzó a las Hibueras para pedir cuentas a Olid. Con ese pretexto deja Tenochtitlan ya con su plan en mente contra la vida de Cuauhtémoc. Ni siquiera esperó a que regresara de las Hibueras un primer enviado, Francisco de las Casas, quien ya volvía con la noticia de que había logrado engañar y asesinar a Olid. En una cena, conviviendo con el capitán, sorpresivamente lo hirieron por la espalda, a traición, como estilaban los amigos de Cortés, y aunque logró escapar, lo capturaron y le cortaron la cabeza.
La misión que le había encomendado Cortés a de las Casas en las Hibueras ya se había consumado, de modo que es evidente que el fondo del viaje que emprendía obedecía a su plan de matar, lejos, a los tlatoanis. Llevaba presos a los dirigentes de la Triple Alianza, a Cuauhtémoc, Tetlepanquetzal, Coanacoch, al cihuacoatl Tlacotzin, a los capitanes Ecatzin y Temilotzin, además de otros jefes importantes. Se hizo acompañar por los principales capitanes españoles: Gonzalo de Sandoval, Francisco Marmolejo, Gonzalo Rodríguez, Alonso de Grado, Juan Jaramillo, Diego de Mazariegos y muchos otros. Tenía desconfianza y miedo de que, si sus compañeros de aventura y cómplices de sus crímenes se quedaban en Tenochtitlan, se pudieran sublevar y adueñarse de la situación a sus espaldas mientras él estaba lejos.
Trajo consigo también a fray Juan de Tecto, quien había sido confesor del rey y se oponía a sus crímenes. Defendía cuanto podía a los pobladores originarios y a sus dirigentes, sujetos al más cruel trato. Cortés temía que, de vuelta a España, este franciscano denunciara sus tropelías en la Corte; era un testigo incómodo que tenía que eliminar, también allá, lejos y a escondidas.
Salieron rumbo a las Hibueras, hoy Puerto Trujillo en la costa de Honduras, departamento de Colón, el 12 de octubre de 1524, y se encaminaron por la costa del golfo hacia Coatzacoalcos, pasando por Punta Xicalango y Tabasco. Por donde pasaban, la gente huía llena de miedo, solo en ocasiones la presencia de Cuauhtémoc y de los otros dirigentes los detenía, de este modo los españoles pudieron conseguir mapas. En la travesía murieron de hambre muchos nativos integrantes de la expedición. Cortés traía una manada de cerdos para alimentarse, pero convenientemente iban muy atrás y solo se utilizaban para alimentar a los españoles, quienes acaparaban el alimento. La mayoría, incluso los tlatoanis o tlahtoanime presos, solo consumían hierbas, frutas, raíces y lo que lograban encontrar en el camino. Enfrentaban enjambres de insectos, sanguijuelas, garrapatas y toda clase de reptiles y animales salvajes (Roldán, 1984).
Conforme avanzaban, encontraban campos y ciudades calcinadas, la gente quería detener así el avance español, antes de huir, quemaban todo.
En Orizaba había casado a la Malinche, o doña Marina, con el soldado Juan Jaramillo, (Gurría, 1976) luego de que Cortés la había forzado a ser su amante e incluso tuvo un hijo con ella, de nombre Martín (como el padre de Hernán), y esto lo realizó cuando aún era esposo de Catalina Juárez, mujer a quien asesinó en Coyoacán el 2 de noviembre de 1522, para que no le estorbara. Ambas mujeres fueron parte de sus muchas víctimas.
Luego de pasar por Coatzacoalcos, Tonalá y Tabasco, de cruzar ríos, ciénagas y rodear pantanos, se dirigieron a Acatlán, donde se ubicaba Izancanac, cerca de la laguna de Términos.
Pasaron por el río Chilapa, que en náhuatl significa “lugar de chiles”, y por ciénagas muy grandes para ir a Temascaltepec, el cual hallaron, como tantos otros poblados, desierto y quemado. Desde allí se dirigieron a lztapa, que estaba al margen del río Usumacinta, el más caudaloso de México y de Centroamérica, para luego llegar a Acallan.
Cortés refiere que cruzaron el Usumacinta con mucho trabajo por ser ancho y torrentoso, y que luego continuó tres días por montañas espesas hasta llegar a un gran pantano, donde se construyó un puente con más de mil vigas. La habilidad de los indígenas para construir el puente y la rapidez con que lo hicieron sorprendió a los fuereños. A un par de jornadas se encontraba Tizatépetl, el primer pueblo de Acallan, provincia grande y rica, donde los expedicionarios podían abastecerse con holgura. Ahí los recibieron los chontales, que eran aliados de los mexicas. La capital de esa rica provincia, hoy ubicada en Campeche, era Izancanac.
Ahí, como en tantos otros lugares, el dirigente Paz Bolón Hacha, para esconderse, fingió haber muerto, no quería ni ver a los apestosos invasores y, en vez de presentarse, mandó a su hijo al encuentro de la expedición.
El fatídico 28 de febrero de 1525, martes de carnaval, amanecieron en un lugar cercano a la capital maya-chontal, Tuxkahá o Teotlac. Ya en Izancanac, el asesino decidió que ese era el lugar adecuado para llevar a cabo sus siniestros planes. Para encubrir las malas intenciones y debido a la fecha, Cortés, con perversidad, organizó una fiesta para distraer a todos con música, danza y canciones; sonaron los teponaztle (tambores), los atecocoltin (caracoles), las flautas. Ya en la tarde-noche, violentamente y por sorpresa, capturaron a Cuauhtémoc y a los otros tlatoanis o tlathoanime acompañantes y, sin juicio alguno y mientras todos dormían, los colgaron de una ceiba.
Cortés aprovechó para ahorcar también al fraile Juan de Tecto para que no lo acusara ante el rey. Como pretexto, inventó que le había pedido que confesara a Cuauhtémoc –deseaba saber dónde estaba el tesoro–. Cuando el fraile se separó del guerrero, Cortés le preguntó: “¿Qué te ha dicho?”. “No me dijo nada”, contestó, y por este “motivo” lo asesinó. Antes de ser ahorcado, el sacerdote pidió que una cruz de olmo que traía desde España quedara cerca de su cadáver. Cortés necesitaba un pretexto para su crimen y con una explicación como ésta a su ambicioso ejército le pareció justificable el crimen, porque los privaba de su oro.
Sobre el motivo por el cual dieron muerte a Cuauhtémoc y a los dirigentes del Anáhuac que lo acompañaban, sólo hay tres testigos presenciales que escribieron al respecto: Cortés, Bernal Díaz del Castillo y un tlatelolca llamado Martín Ecatzin (Gurría, 1976).
Cortés dio su falsa versión, por supuesto bien meditada y arreglada a su gusto, para justificar su crimen en su Quinta Carta de Relación al rey el 3 de septiembre de 1526, un año y medio después de que acabó con la vida de nuestro héroe. Inventó que se había organizado una sublevación para matar a los españoles y que, por eso, ahorcó a sus víctimas. Fue la versión oficial.
Hernán Cortés inventó y así lo escribió que, en medio de la fiesta, Cuauhtémoc, Tetlepanquetzal y otros habían platicado sobre la necesidad de matar a los españoles. Como “prueba”, Cortés dijo que el denunciante fue un tal Mexicalcincatl, bautizado como Cristóbal, y escondió el nombre de Motelhuihtzin. Años después, Bernal confesó que Motelhuihtzin, bautizado como Andrés de Tapia, fue quien informó del “complot”, colaborando en la mentira.
Cortés sólo le informó al rey que ahorcó a Cuauhtémoc y a Tetlepanquetzal, dejó de mencionar que también mató a Coanacoch, tlatoani de Texcoco; el asunto se explica porque lo acompañaba su cómplice Ixtlixóchitl, hermano de Coanacoch, y quiso ocultar un crimen más, y no causar un agravio más a Texcoco, miembro de la triple alianza a la quería dividir y golpear a la Triple Alianza.
El hecho fue que, de buenas a primeras, fueron ajusticiados. La tradición escrita de Ixcateopan refiere que Cuauhtémoc murió de horrible tormento, y la tradición oral afirma que murió colgado de los pies cuando Cortés ordenó prender una fogata debajo de su cabeza y que, ya muerto, lo colgó del cuello. (Roldán, 1984).
Lo de la conjura fue una mentira, aunque la repite la historia oficial. De hecho, desde que salieron de Tenochtitlan, la sentencia mortal estaba dada.
Bernal Díaz del Castillo también relató el episodio, pero hay que recordar que fue cómplice de los crímenes. Su escrito Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, se publicó en 1568; luego de 21 años del fallecimiento de Cortés, ya se podía dar el lujo de hacerle pequeñas críticas, pero no podía alterar nada de fondo la que ya era historia oficial, llena de mentiras, que fue bendecida por el rey tras ser sobornado con gran cantidad de oro.
Bernal había participado en los principales delitos y no iba a escribir nada que lo inculpara. Escribió la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España para obtener favores del rey, tierras e indígenas que explotar, por lo que debía mostrar su mejor rostro.
Aun así, cuenta que, cuando Cuauhtémoc se dio cuenta de que lo iban a ejecutar, le dijo a su captor: “¡Oh, malinche! Días había entendido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia. Dios te lo demande, pues yo me la di cuando te me entregaba en mi Ciudad de México”. “Sin haber más probanzas, Cortés mandó ahorcar a Guatemuz [así le llamaba Bernal] y al señor de Tacuba, que era su primo”. Relata que el tlahtoani de Tacuba, Tetlepanquetzal, dijo que daba por bien empleada su muerte por morir junto con Guatemúz.
Decenas de años después escribió Bernal: “Verdaderamente tuve gran lástima de Guatemuz y de su primo, por haberles conocido tan grandes señores. Esta muerte que les dieron muy injustamente le pareció mal a todos los que íbamos”.
El otro testigo presencial fue Martín Ecatzin (Gurría, 1976), quien había luchado contra los invasores, pero luego traicionó a los suyos, estuvo en España y conoció al rey. Fue fiel servidor, de todas las confianzas, de Hernán Cortés. Ecatzin, tlacatécatl en Tlatelolco durante la conquista, fue también parte de la expedición a las Hibueras y, como premio a su traición, fue nombrado e impuesto por los españoles gobernador de Tlatelolco entre 1529 y 1531. De este modo, las otras dos fuentes solo repiten, con variantes, los inventos de Cortés, quien tuvo meses para elaborarlos y convertirlos en historia oficial. El cobarde Bernal decía que no osaban decir que no a las órdenes de Cortés, y si alguno se atrevía, aquel lo hacía obedecer por la fuerza. Así que la palabra del asesino era la ley. Tampoco Ecatzin lo iba a desmentir, había visto cuántos ahorcados, quemados o aperreados acumulaba el capitán por contradecir sus deseos. Esos son los tres testigos presenciales que narraron la muerte de Cuauhtémoc; a los incómodos los mataron.
Así, a su regreso de las Hibueras en 1526, Hernán Cortés impuso como gobernante de Tenochtitlan a Motelhuihtzin, a quien ya había nombrado como tal en 1525, durante la expedición, y lo mantuvo en el cargo hasta 1530. Mataron a Cuauhtémoc y a los tlatoanis de Texcoco y Tacuba, también asesinaron al cihuacoatl Tlacotzin, el Manuscrito Mexicain y el Códice Aubin, afirman que fue ahorcado junto con Cuauhtémoc.
No hubo complot, Cortés fabricó la mentira para falsear los hechos, hay fuentes hispanistas que dicen que Tlacotzin fue nombrado tlatoani transitoriamente, antes que el traidor de Motelhuihtzin, y dicen esto precisamente para disimular la arbitraria imposición del cómplice que se había vendido. Al regreso de las Hibueras, Tlacotzin ya estaba muerto, y quien fue instalado como tlatoani de México Tenochtitlan fue Motelxiuhtzin. Cortés eliminó el nombre de Motelxiuhtzin –cómplice del crimen y había que borrar sus huellas–, pues iba a ser el sucesor de Cuauhtémoc, el usurpador de un título que solo obtuvo por imposición de los españoles, quienes lo bautizaron como Andrés de Tapia Motelxiuhtzin. Así, cuando Cortés y los suyos narran el ahorcamiento de Cuauhtémoc llenan su narrativa de mentiras y medias mentiras. De esta manera pérfida, brutal e injustificable fue asesinado el gran defensor del Anáhuac. Cuauhtémoc murió para vivir, su ejemplo de resistencia es perdurable, la civilización y la sociedad que defendió fue sabia y ejemplar en muchos sentidos, murió enfrentando al colonialismo. Hoy el águila retoma el vuelo y nos convoca a luchar contra el neocolonialismo.
Retomemos el espíritu indomable de Cuauhtémoc en las luchas y resistencias actuales por los derechos de los pueblos originarios y la plena soberanía de México frente al imperio norteamericano.