Bien lo dijo el Papa Francisco, los migrantes son sobrevivientes. Es necesario cambiar el enfoque de “indeseables” en una cultura en donde predomina la indiferencia, por una visión solidaria y compasiva.
La crisis migratoria de hoy en el mundo es un reflejo de los tiempos que vivimos de gran desigualdad. Mientras unos países viven en un entorno de abundancia, en otros predomina la carencia de todo. Por supuesto, lo que se tiene es producto de trabajo y una eficiente administración de recursos públicos. Las personas migrantes están sometidas a gobiernos que no han podido combatir la violencia, la presencia de grupos criminales, la pobreza y la falta de acceso a servicios básicos de derecho a la salud, a la alimentación, educación y oportunidades de empleo.
Lo que vemos en la frontera con Estados Unidos, en donde aproximadamente llegan 9 mil migrantes por día, cantidad que se ha incrementado en las últimas semanas, también se aprecia en Europa en donde se calcula que 12 mil personas han llegado a la Isla Lampedusa del mediterráneo al sur de Italia. Habría que agregar a quienes se mueren en el camino. Y los números van al alza. Es una crisis humanitaria que requiere soluciones integrales y colaborativas entre los países de origen-tránsito-destino, sin fines partidistas o electorales y con enfoque de derechos humanos.
México está «desbordado» por la llegada de migrantes a su territorio, dijo Alicia Bárcena, la canciller mexicana. Este año esperan procesar 140 mil solicitudes de asilo y mientras obtienen documentos y encuentran un empleo, o para regresarlos a sus países cuando Estados Unidos los rechaza, se quedan en México lo cual demanda de recursos económicos y humanos para instalar albergues y atender a la población. Difícil hacerlo sin la ayuda financiera de los vecinos, quienes han declarado estar en una situación de emergencia.
Las imágenes de campamentos improvisados y de intentos forzados por violar las restricciones son muy tristes. Duele mucho ver a niños y familias que además del desamparo son despojados de sus recursos para tener “derecho” a avanzar en un camino lleno de riesgos.
Ni los muros, ni la detención de trenes, ni las boyas marinas, ni los alambres de púas, ni el incremento de agentes fronterizos disuaden a las personas para ir por un sueño de vida. Nada detiene el flujo de personas que prefieren arriesgarse a continuar viviendo en la opresión y desesperanza.
La mayoría de los inmigrantes que llegan a México con la ilusión de ir a Estados Unidos proceden de Ecuador, Colombia, Haití, Cuba, Venezuela, Guatemala y Honduras, países con altos índices de pobreza y de gobiernos izquierdistas, amigos de AMLO.
Mucho se ha dicho, y con razón, que, si las condiciones de seguridad, empleo y derechos humanos en los países de origen fueran satisfactorias, las personas no buscarían salir de ellos. El punto está en que a esos gobiernos les cuesta admitir que sus estructuras de izquierda no funcionan.
Si realmente tuvieran una visión de bienestar ciudadano, el primer paso sería reconocer la necesidad de cambio hacia la democracia. Es evidente que se necesita trabajo, educación, acceso a salud y entornos de paz para reconstruir el tejido social.
En los países de tránsito y destino, considerar sistemas de visa y asilo más accesibles y ampliar la asistencia humanitaria no con enfoque de rechazo sino de aceptación. Igualmente implementar medidas que faciliten la integración a una nueva cultura y ofrecer acceso a servicios de educación, salud y empleo.
A nivel social, reducir la xenofobia y el estigma mediante campañas de sensibilización sobre la migración.
El enfoque de solución debe ser de diálogo y compromiso de acciones puntuales entre países.
Se debe otorgar asistencia humanitaria y asignar recursos financieros a esta situación emergente. Regresar a los migrantes a sus países de origen no funciona.
Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com