Nos han estremecido las muertes de Marifer, Debanhi y ahora Yolanda, quienes tuvieron un lamentable desenlace de vida al ser víctimas de la violencia personal. Tristemente, no son las únicas.
Está el caso de Daisy, una mamá que en Montemorelos mató a una de sus hijas e hirió de gravedad a otra; o el del menor de 17 años que asesinó a su padrastro en Pesquería, debido al maltrato al que él y sus hermanos recibían constantemente. De igual forma, un joven de 25 años en Juárez quién asesinó a su esposa, a sus hijas de 7 y 3 años, a su madre y a su padrastro. O Juan Martín de 38 años quien, a seis meses de salir de la cárcel, mató a su abuela, a su tía y a una prima con las que vivía en Guadalupe. Violencia familiar.
Todos los días nos enteramos de diferentes formas y situaciones violentas. El fin de semana pasado, mataron a 10 personas en 24 horas. Y esta situación no es exclusiva de nuestro Estado, también Guanajuato, Zacatecas, Michoacán, Nayarit y Quintana Roo están viviendo situaciones extremas principalmente por peleas entre grupos antagónicos del narco. Violencia urbana.
Son temas tan dolorosos que dañan a la persona, a la familia, y a la sociedad. Afectan la convivencia, la realización personal, la movilidad ciudadana y el bienestar. Y lo triste, nos vamos acostumbrando a ellos y a no tener respuestas oficiales. En la relación temor-placer-morbo se reproducen de diferentes formas: con crónicas urbanas más graves que la realidad, con referencias de humor y en el extremo, con modelos de vida que se replican. Hacemos poco o nada por romper estos círculos perversos. El otro día en un programa de televisión los conductores jugaban a ver quién tenía la mejor puntería para aventar “la chancla” como medida correctiva y hasta gritaban “cállate” al hijo imaginario. ¿Y qué me dice de la piñata de Debanhi, como “homenaje” a las desaparecidas?
¿Nos hemos degradado tanto? La violencia engendra violencia. Mientras no hagamos algo por revertirla seguiremos con esta enfermedad personal y social.
Según los especialistas, la pandemia y confinamiento trajeron como resultado, entre otros factores, el incremento en las adicciones, crisis económicas por falta de empleo, el deterioro de la salud mental y afectaciones en las relaciones familiares. Pero ciertamente, no todo es atribuible al COVID que, sin duda, agravó la situación.
Se necesita regenerar el tejido social como una de las soluciones a esta problemática. Esto equivale trabajar en las entrañas de la comunidad a través de resignificar las heridas que se tienen, y trabajar en el deseo de sanarlas; a través de metodologías puntuales basadas en el diálogo y narrativas, se puede mejorar la convivencia socio ambiental atendiendo los vínculos, la identidad, y reforzando desde las relaciones personales y las prácticas institucionales los valores para establecer acuerdos sostenibles hacia el buen convivir.
Es promover la cultura de paz, el respeto a la diversidad, la legalidad y el diálogo constructivo entre vecinos y autoridades. Tener a la persona al centro de toda decisión y como punto de partida para cualquier cambio. Si no empezamos por nosotros mismos, difícilmente podemos esperar cambios mayores.
La metodología del buen convivir promueve e interioriza la esperanza, la verdad, empatía, justicia, reconciliación y cuidado. Es trabajar en comunidad, en la conciencia de los aspectos que como grupo están afectando para identificar lo que se necesita cambiar, asumir responsabilidades y establecer acuerdos. Hay profesionales que pueden operar estas metodologías.
Los líderes sociales son excelentes aliados. El pastor religioso, el director o directora de escuela, los maestros, el dueño de los abarrotes, y los vecinos que gozan del aprecio y respeto de los demás deben constituirse como portadores de un nuevo mensaje de paz y bienestar.
Sin duda, los gobiernos tienen un papel preponderante como reguladores del entorno. Ellos, entre otras cosas, deben hacer valer el estado de derecho y contar con procesos más eficientes para restaurar la justicia.
El diálogo constructivo es entre pobladores, instituciones y autoridades.
¿Quién debe tomar la iniciativa? Todos, cada uno en su respectiva esfera y quienes tienen posibilidad de intervenir en el entorno de manera positiva, que lo hagan.