El cambio es inevitable y la rapidez con la que se presenta demanda prepararse para la evolución. En ocasiones no es posible identificar la relación causa-efecto por la velocidad de la transformación en que suceden las cosas. ¿Las transformaciones políticas, económicas, sociales y tecnológicas, producen nuevos esquemas de trabajo, de organización, de comunicación y de relaciones geo-políticas, entre muchos otros aspectos, o son estas las que hacen los cambios? Lo cierto es que ambas situaciones suceden y es necesario afrontarlas.
También es cierto que, en este mundo de cambios y de retos, hay valores claros en las personas: sentido de comunidad, sin discriminación, equidad, justicia y respeto. Así mismo, continúa vigente la aspiración de bienestar y de armonía individual y social, metas que engloban la búsqueda y acciones del ser humano para su realización y satisfacción personal.
Ya en otra ocasión hablamos de la investigación realizada en Harvard durante 75 años en la que se encontró que la felicidad no está asociada ni a la riqueza, ni a la fama, ni a los grandes logros, sino a relaciones plenas.
Esta investigación que consideró a más de 700 personas tanto estudiantes de la Institución como habitantes de barrios marginados en la ciudad de Boston, encontró entre muchas otras cosas, que la calidez de las relaciones personales tiene mayor impacto positivo en la satisfacción con la vida.
El estudio señala que los jóvenes creían que la fama, la riqueza y grandes logros, era lo necesario para tener una vida plena. Sin embargo, el tiempo demostró que les fue mejor a quienes se inclinaron por las relaciones, la familia, los amigos y la comunidad.
La felicidad no está asociada ni a la riqueza ni a la fama.
La persona feliz y satisfecha con su vida es más productiva, innovadora y creativa porque sus relaciones de pareja y familia no le generan estrés tóxico que la limiten a actuar.
Fred Luthans, profesor investigador de la Universidad de Nebraska y especializado en comportamiento organizacional, ha demostrado a través de diferentes investigaciones que trabajar en la esperanza, el optimismo y la confianza puede generar 2% más de ganancias anuales en las organizaciones.
Estos conceptos de bienestar y satisfacción personal han generado nuevos enfoques en las empresas, universidades, y políticas públicas sobre tiempo libre, salud, educación, empleo, capital humano y capital social.
Hay una nueva forma de ver el progreso, centrado en la plenitud personal.
Ahora, con el COVID-19, seguramente se confirmarán estos hallazgos. El confinamiento y las pérdidas nos ha llevado a valorar la cercanía y presencia de familiares y amigos. Así mismo, la salud y la vida misma, el perdón y la gratitud.
El mundo necesita avances en ciencia y tecnología, pero también requiere evolucionar en la capacidad de diálogo, formas de vinculación con la naturaleza y en la orientación de recursos para el bien común en condiciones de igualdad. Siempre con sentido ético.
Los valores se redimensionan y significan. Se vuelve a lo básico. Y es importante, que todos en la sociedad, estemos alineados en esta nueva valoración.
Promover, empresas, universidades, familia, una nueva actitud hacia la vida y estar orientado para que la persona sea más sensible y tenga mayor seguridad y confianza en sí mismo. Para que esté motivada y convencida de la necesidad de una constante y continua actualización, de aprender a aprender y desaprender lo que no funciona. Para que se ame a sí mismo, a los demás y a su país. Para que vea en la tecnología un medio para su felicidad y no para su control. Que no haga de la diversidad un punto de discordia sino de construcción.
Agustín Basave, filósofo de origen regiomontano, señaló en alguna ocasión: “Me parece que el mundo contemporáneo no ha ensayado, a gran escala, una educación para el amor. Y para que el mundo sea habitable por el hombre, requerimos una educación universitaria para el amor. Las universidades no han querido creer en el amor como fuente de luz y de ciencia, de calor y de consuelo para el hombre y la sociedad. Sobran eruditos y faltan sabios. Hay poca gente feliz. Siento una compasión infinita por ese pequeño, admirable ser que vive y muere entre asfalto y humo, siempre atenazado por el reloj, molesto por enfermedades que produce la civilización, saturado de problemas, siempre a la búsqueda, pero generalmente frustrado antes de haber encontrado el amor. Como dato, esto lo expresó en 1984.
Jorge Luis Borges, escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX, comentó en una ocasión: “He cometido el peor pecado que un hombre puede cometer, NO he sido feliz”.