«Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada», Edmund Burke. Filósofo inglés.
La indiferencia es el enemigo más fuerte del hombre y del progreso que se basa en el trabajo colaborativo. Su definición la refiere como un estado de ánimo en el que no se siente ni inclinación ni rechazo por algo, sea una persona, un objeto, tema o asunto determinado. Parecería que quien la siente, está encerrado en sí mismo y los demás no existen.
Es una decisión de la voluntad de no interesarse por nada ni por nadie; es un estado neutro afectivo, de desapego, de desatención e inacción.
Para algunos especialistas, la indiferencia es un escudo o autodefensa para no sentirse lastimado y en consecuencia se prefiere el aislamiento. También está quien protege sus creencias e intereses y opta por la no exposición. O quien asume posiciones de poder político o económico y no quiere abandonar sus beneficios.
Hay indiferencia personal, hacia otros, y social hacia temas comunitarios. Las dos son graves pues no se construye en favor del bienestar, podrían resumirse en indiferencia moral pues es un tema asociado a los antivalores.
¿En dónde radica la indiferencia? ¿En el no sentir o en el no actuar? Es decir, ¿nos puede doler algo y no actuar en mitigarlo? Lo común es lo mismo: no se actúa.
Hay situaciones o personas que parecieran ser invisibles o que caen en el olvido por ser recurrentes; por ejemplo, los migrantes, las personas de la tercera edad, las mujeres que sufren violencia o los indigentes. O bien, los grandes dilemas éticos: Pobreza, discriminación, desigualdad, cambio climático; o la falta de equidad o de justicia. La indiferencia es una forma de violencia.
¿Usted ha apoyado a alguien en situación de calle? ¿Ha compartido su salario con quien no tiene trabajo? ¿Visita a quien vive en soledad? ¿Participa en marchas para manifestarse ante un mal gobierno? ¿Actúa más allá de la comodidad del hogar?
Basta con asomarse por la ventana para apreciar la realidad que vivimos y que exige acciones compasivas, solidarias.
Stéphane Hessel, escritor y político francés señaló: “La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir ‘yo no puedo hacer nada, yo me las apaño’. Al comportaros así, perdéis uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano. Uno de sus componentes indispensables: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella».
Hay un relativismo de valores. Creemos que lo importante está en el tener y no en el ser. Nos hemos acostumbrado a situaciones adversas que se llegan a normalizar en nuestras vidas; es común pensar que las carencias sociales forman parte de la cotidianidad; así mismo, que siempre hay “otro” que se encarga de resolver los problemas.
El tema es que no podemos permanecer indiferentes al dolor ajeno ni a la necesidad de cambio cuando creemos que es indispensable. No olvidemos que vivimos en sociedad y es junto con el otro cómo se construye y se avanza. Necesitamos conectar con los demás, en sentimientos y en acciones. No es suficiente lamentarse ante el dolor ajeno, es necesario actuar para suavizarlo. Tampoco es suficiente estar enterados de lo que sucede, el interés debe llevar a la acción.
¿Cómo revertir la indiferencia? Con conciencia, sensibilidad, empatía, compasión y, sobre todo, acción.
En situaciones críticas como las que estamos viviendo en México, en violencia, desarrollo, desigualdad, polarización y manipulación de la verdad, no podemos ser apáticos ante temas ciudadanos que ponen en riesgo la libertad y democracia. Estamos viviendo situaciones extremas por autoridad del gobierno y urge la participación responsable en temas ciudadanos.
Así las cosas.