Septiembre es un mes festivo para los mexicanos. Es la época del año en que de manera especial afloran sentimientos de patriotismo que se reflejan en colores, gastronomía, arengas y objetos vistosos que decoran oficinas, casas y calles. Celebramos la Independencia de México.
Recordamos con orgullo las razones de un movimiento esperanzador que nos dio soberanía, libertades y el reconocimiento de la ciudadanía con facultad de decisión. Motivos que todavía estimulan la lucha diaria para conservarlos. Los mexicanos festejamos el inicio de la Independencia y no su culminación que fue 11 años después. El levantamiento fue el 16 de septiembre de 1810, fecha adelantada a la originalmente prevista del 1º. de diciembre, al ser descubierta la conspiración para la rebelión.
Los mestizos y los criollos estaban hartos de ser considerados por los españoles, ciudadanos de segunda. Estaban cansados de que las decisiones y los dineros del pueblo privilegiaran a España, la llamada madre patria. Se vivía una crisis económica, política y social derivada de las reformas borbónicas que generaron un profundo malestar en el pueblo.
Fue inevitable la fusión de las culturas y la influencia en ideas y principios entre las poblaciones involucradas, sin embargo, siempre estuvo presente la fidelidad y nostalgia a lo propio, a lo que constituye la identidad.
Gracias a la Independencia de México, se sentaron las bases de la democracia, la defensa de los derechos humanos, la formalización de leyes, y la valoración de principios como libertad, igualdad y justicia. En el proceso hubo personajes destacados como Hidalgo, Morelos, Allende, Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide, entre muchos otros. También hubo
mujeres como Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, La Güera Rodríguez, Luisa Martínez y Gertrudis Bocanegra. Más allá de ser compañeras, apoyo para los varones y custodios de la familia, participaron en el campo de batalla y fueron estrategas. Hubo mujeres instruidas y ricas, con redes de contacto relevantes. Fueron proveedoras de ideas.
En la lucha se tuvo una gran influencia del clero porque los curas tenían mucho poderío y participaban en decisiones políticas. Viéndolo en retrospectiva su presencia fue necesaria e importante pues la iglesia era la “gran empresa económica”. La independencia no hubiera sido posible sin los religiosos dada su cercanía y gran influjo al pueblo. Fueron un vehículo de convencimiento y de recursos importante.
También la gente ilustrada favoreció el movimiento. Aunque parezca difícil de imaginar por las distancias y la época, se tuvo influencia ideológica y estimulante de los movimientos nacionalistas de Francia y de la independencia de Estados Unidos. El mundo ya estaba globalizado en intercambio de ideas pese al ambiente cerrado que se vivía en la Nueva
España. Con información de otros levantamientos, hubo conspiraciones para diseñar la estrategia de libertad, recabar dinero y diseñar el plan político para la nueva nación.
A veces nos preguntamos, la historia, ¿para qué? El pasado nos permite entender nuestro presente al contextualizar hechos que explican muchos comportamientos sociales; además, nos debe inspirar hacia situaciones mejores.
Lo relevante es identificar qué hemos ganado y perdido a lo largo de estos 211 años, y qué podría seguir pendiente. La evolución, las desigualdades y las posiciones políticas, nos han cobrado factura principalmente en el concepto de unidad y de la visión compartida que ya no tenemos al interior del país. Quizá ahora más que nunca, México está polarizado; “los otros datos” y la constante denostación de la sociedad desde la presidencia dividen a la población generando inconformidad.
Al igual que en aquella época, siguen prevaleciendo las luchas internas de poder, privilegios económicos, privaciones de libertad, corrupción, así como omisiones en el reconocimiento de derechos humanos para poblaciones vulnerables. Habría que cuestionarnos si los principios inspiradores de libertad, justicia, legalidad e igualdad siguen siendo rectores de nuestras decisiones. Sobre todo, traducirlos en hechos y no en discursos.
Desde el punto de vista del exterior, nuestra soberanía no está en riesgo, aunque sí tenemos fuertes dependencias económicas con el extranjero que más que ponernos en peligro, nos demandan negociaciones equitativas e inteligentes. De igual manera tenemos presiones por problemas globales como la migración, el narcotráfico, calentamiento global, comercio ilegal, por citar algunos, que exigen capacidad de colaboración y acciones estratégicas.
Festejar la Independencia nos debe recordar la lucha que debemos mantener, día con día, para confirmar el respeto a la libertad de acción, de expresión y pensamiento; para fortalecer la unión y con visión constructiva y de diálogo, edificar un México mejor, de justicia, igualdad y derechos; para consolidar nuestra identidad como Nación.
Y sí, la asistencia de Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba, en nuestros festejos patrios no era necesaria; su sola presencia en un evento local representó un insulto a la nación. Díaz-Canel representa la represión y ausencia de libertades. Su invitación es un mensaje autoritario de Andrés Manuel hacia el pueblo. Todo el mes de septiembre es de festejos. No olvide los chiles en nogada, el huapango de Moncayo, el tequila y el agua de horchata. Viva México.