En 1937 se filmó la versión original de película estadounidense “Horizontes Perdidos” dirigida por Frank Capra que narra el encuentro de un grupo de viajeros con la sociedad utópica budista de Shangri-La, en el Himalaya, a la que solamente se podía acceder por un sendero entre las montañas y una cueva.
Sus habitantes no conocían la violencia ni la agresividad, eran felices y no envejecían; vivían más años por el clima y porque comían de una planta que les daba fortaleza física y salud, todos eran buenos, vivían en una comunidad amorosa. Si salían de la ciudad, se iniciaba el proceso de envejecimiento al entrar en contacto y conciencia con los problemas urbanos y humanos.
La película fue inspirada en “La Utopía” de Tomás Moro obra de 1536 que también refiere a una comunidad pacífica en una isla llamada Utopía, término que Moro acuñó, que establecía la propiedad común de los bienes como base para la vida en bondad y armónica. Era una ciudad perfecta, libre de delincuencia, robos, asesinatos, entre otros crímenes, porque no había dinero.
Hay otras referencias, míticas y literarias, de lo que podría ser la ciudad ideal, conceptos que parten de la bondad en el ser humano, de la rectitud de intenciones y de un espíritu positivo que anima al bienestar global. Plantean futuros de esperanza que, para algunos, sí se podrían lograr.
“Si lo puedes soñar, lo puedes lograr” expresión de Walt Disney, el rey de la fantasía, sin embargo, no podemos pensar en un mundo ideal si tenemos problemáticas globales que no hemos podido resolver.
Temas como equidad, inclusión, proteger el planeta, pobreza, discriminación de género, entre otros, nos alejan del modelo ideal de Shangri-La.
Y quizá una explicación de esta incapacidad de resolución es el exceso de individualismo que señala Zygmunt Bauman, sociólogo polaco considerado como uno de los intelectuales clave del s. 20, quien habla de lo volátil de los sentimientos en un mundo provisional, ansioso de novedades, sin compromisos, lo que nos lleva a actuar de manera egocéntrica y materialista.
Pero hay formas de contrarrestar este individualismo, y una de ellas es la conciencia ciudadana y comunitaria que ayudará a identificar y trabajar juntos, por el bienestar general.
Mark Lilla politólogo estadounidense y profesor de humanidades en la Universidad de Columbia, señala la necesidad de tener principios y proyectos comunes, trabajar unidos más allá de las diferencias para formar comunidad ciudadana y construir bienestar.
“Las recientes preocupaciones en torno a la identidad racial, de género y sexual han distorsionado el mensaje del liberalismo, porque han desplazado temas relevantes para la comunidad en su conjunto”, señala Lilla.
En nuestro mundo global, hay documentos universales que marcan límites en la convivencia y resaltan la dignidad humana. Algunos de estos son la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Carta de la Tierra, la Carta de la ONU, la Biblia y otros libros de índole religiosa. Son inspiradores de otras guías, reglamentaciones y principios. Si se siguieran, tal vez tendríamos nuestra Isla de Utopía.
Por ejemplo, la Carta de la Tierra, establecida en el año 2000, es un referente ético para la relación con los demás y el planeta. Establece cuatro principios generales como ejes básicos para expandir nuestra conciencia para vivir en el presente, pero con visión futura para las próximas generaciones.
Es un documento que señala responsabilidades más allá de las fronteras, culturas y conocimientos para el bien común. No habla de derechos, sino de acciones.
Refiere valores aspiracionales como el respeto a la diversidad, interdependencia y cuidado de los seres vivos, dignidad, potencial intelectual y espiritual de la humanidad, compasión, amor, prevención de daños ambientales, libertad, democracia, sostenibilidad, justicia, responsabilidad en métodos productivos, desarrollo humano, equidad, paz, entre muchos otros.
En sus postulados se considera la erradicación de la pobreza como imperativo ético, social y ambiental; así mismo la mayor responsabilidad hacia los demás cuando se tiene más conocimiento o preparación o recursos; tratar a todos los seres vivos con respeto; y tener una cultura de tolerancia.
Como diría mi abuela, “por información no queda”, lo que falta es la voluntad política, social y sobre todo personal, hacia una vida con ética orientada a la convivencia en paz. Porque antes de pensar en transformaciones globales, debemos partir de un cambio personal.
Respeto, justicia compasiva y autodominio, valores indispensables.