Hace poco me preguntaron por qué me daba tanto miedo comer productos convencionales, es decir, no orgánicos, transgénicos, llenos de aditivos y microplásticos; y la pregunta me pareció muy curiosa, porque quizás eso sea lo que se ve desde fuera cuando alguien decide optar por un estilo de vida más saludable. Podría pensarse que se hace por miedo, pero creo que no hay nada más lejano a la realidad.
Para empezar, hace unos años no existía una diferencia entre comida convencional y comida orgánica, era simplemente comida, como la naturaleza nos la ofrecía. Los agricultores tenían técnicas ancestrales para eliminar plagas de insectos o para darle más nutrientes a la tierra que les daba magníficos alimentos. En las granjas se respetaba el equilibrio en el ecosistema: se cultivaban diferentes tipos de frutas, verduras y cereales; había gallinas ayudando a remover la tierra y a eliminar algunos insectos; vacas pastando y dándole nutrientes a la tierra; el agua que salía de los pozos era limpia, se recolectaba y se reciclaba el agua de lluvia. Había un equilibrio completo, y esos alimentos tenían el mismo equilibrio en sus nutrientes, los cuales llegaban a nosotros en su más puro estado. ¿Qué pasó entonces? Llegó la ambición del hombre por hacer más y más dinero.
Con la excusa de mejorar e incrementar la producción de alimentos para una población en constante crecimiento, aparecieron industrias como la de los transgénicos y un sinfín de productores de veneno cuyo único objetivo era vender. Los increíbles campos de cultivo con tierra fértil y llena de nutrientes se convirtieron en campos de monocultivos que degradaron el suelo al punto de ser dependientes de los fertilizantes industriales.
Entre algunas de las historias de su niñez, mi papá me contaba cómo tenía que llevar una botella de vidrio a la tienda cuando compraba aceite de oliva; el bodeguero simplemente se la rellenaba y ninguno pensaba: «¡Oh! ¡Cuánto trabajo es hacer esto!» La aparición del plástico se consideró un increíble beneficio para el ser humano: ya no había que llevar la botella de vidrio a la tienda para ser llenada con más aceite; simplemente se compraba otra botella de aceite en un lindo envase plástico con una etiqueta colorida y llena de mensajes marqueteros, se usaba y luego se desechaba.
Pero hoy en día existen estudios que demuestran cómo los microplásticos nos están invadiendo literalmente desde todos los frentes. Están en todo nuestro medio ambiente: en el aire, en las nubes, en el agua; están en nuestros pulmones, en la leche materna. Y por supuesto que las implicancias que esto tiene en nuestra salud son enormes. Lo mismo ocurre con los productos de limpieza y cuidado personal; todo ha evolucionado (o involucionado, mejor dicho) al punto en que las listas de ingredientes de todo son simplemente impronunciables.
Hoy en día los niños creen que los alimentos vienen en bolsas y cajitas que se compran en las tiendas. Nadie le presta la real importancia que tienen los agricultores y granjeros reales; lo que vivimos hoy en día es la cultura del descarte: no me gusta, lo boto; no me sirve, lo boto. Y esto no solo aplica a la comida y productos, sino también a las relaciones interpersonales.
Entonces, cuando elegimos un estilo de vida saludable, es tan solo elegir lo que naturalmente fue creado para nosotros. Pero hoy en día vemos como “normal” algo que hemos distorsionado de su forma original. Volver a lo natural, volver a nuestras raíces es recuperar el control sobre nuestra salud, es regresar a nuestro estado natural de balance, y ese balance nos trae felicidad. Entonces, empecemos a tomar mejores decisiones, no por miedo a que tal o cual toxina nos vaya a provocar un cáncer, sino porque merecemos ser felices, merecemos tener salud, merecemos vivir como la naturaleza lo había planificado para nosotros.
Haz un experimento: si tienes la suerte de poder ir a una granja orgánica local, anda, conversa con el agricultor, conócelo y que te cuente cómo cultiva esas verduras. Cómprale lo que tenga de temporada, a veces incluso puedes cosecharlo tú mismo. Verás que no es la verdura de perfectos colores y formas que encuentras en el supermercado; y cuando la laves, vas a encontrar tierra e insectos. Prepara una comida con eso y te aseguro que será la mejor comida de tu vida, una fiesta para tus sentidos.
No esperes a enfrentar una crisis de salud para prestar atención a tu estilo de vida. Mejorar tu alimentación y elegir productos más saludables te ayuda a conectar con tu humanidad y con el planeta. En esa conexión, encontrarás una felicidad plena.