Recién en la universidad, el feminismo se presentó en mi vida. Aunque siempre estuvo ahí, a través de las figuras, historias y mensajes de mi familia, nadie me dijo que existía.
Mi primera impresión del feminismo fue “pero eso es lógico”, ya que me han educado con un mensaje que se puede resumir en “Nadie es mejor que nadie. No dejes que nadie te diga que eres menos”. Sin embargo, luego de reflexionar sobre mi forma de ser, de mis familiares y de mi entorno, era lógico, pero no evidente. Mientras me decían que todos somos iguales, veía más mujeres en la cocina o moviéndose de forma ágil por la casa y mis tíos viendo fútbol o haciendo nada. Mientras me decían que yo podía tener todo lo que quisiera, no podía escoger la presa de comida, porque las más grandes estaban separadas. Poderosas imágenes pasaron por mi mente. Para muchos esto es tan normalizado que no significa nada. El rol que debemos de tener en la sociedad fue retumbando en mi mente. ¿Debemos de tener un rol por ser mujeres? Junto a esa pregunta también vino a mi cabeza esas frases de mi mamá o mi abuela “Porque eres mujer”. ¿Qué significa ser mujer, entonces?
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Ahora, pienso, de nuevo, la primera oración del primer párrafo de este texto “ya que me ha educado…” y me cuestiono “¿hemos recibido todos la misma educación? “ La respuesta es evidente, lo sé, pero uno no se da cuenta porque vivimos en burbujas que se van rompiendo con el tiempo o, a veces, no. Mis dos últimos años en el colegio estuve rodeada del sexo femenino, ya que por cuestiones económicas terminé mis estudios en una escuela del Estado. La fama del nivel educativo que tienen estos colegios fue confirmado por algunos profesores. Como siempre y, en cualquier lado, no todos tienen la vocación de enseñar y se reflejaba en las clases, pero eso no fue un problema para mí. Yo sabía más que ellas— en matemáticas o letras, en otras cosas, no. No sabía nada— y si bien es cierto, me gustó sentirme muchas veces superior por responder más que mis compañeras, había un ruido en mi cabeza sobre lo que eso significaba. ¿Por qué no todas hemos tenido ese mismo nivel? ¿A caso no somos todas capaces? ¡Qué clase de mentira me han dicho toda la vida!
Mientras fui conociendo sus historias, me di cuenta que eso les valía mucho más que la rapidez que yo tenía en un ejercicio de trigonometría. Las diferencias se hicieron más evidentes y las preguntas crecieron en mi mente.
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Años más tarde, cuando renegaba de comportamientos machistas o cuestionaba alguno de ellos en voz alta, me empezaron a preguntar.
—¿Eres feminista?—con ese tonito que te pone en duda si es bueno o malo.
—Sí, lo soy — respondí.
—No necesitas ser feminista para defender la igualdad.
—Lo que busca el feminismo es eso …
La conversación terminó ahí. Entonces, aquí va el punto de esta publicación: la necesidad de compartir.