Ha pasado más de un año desde que mamá regresó a Lima para atender a pacientes de Covid-19 en la capital. Desde La Villa Mongrut, mi madre comenzó con turnos completos de 24 horas seguidas para atender a pacientes desahuciados que buscaban procesar un poco de oxígeno en su cuerpo. Mi madre, que con menos de 54 años trata de contener las lágrimas al ver a pacientes jóvenes perder la gran lucha de sus vidas, hoy se encuentra frente a la rudeza del gobierno, la falta de previsión y una nueva alerta roja que expone no solo al personal de salud, sino también al país entero frente a la amenaza de la tan temida tercera ola.
Así como mi gran pequeña madre, muchos asumen el reto de enfrentarse al Covid-19 en primera línea y aunque con el tiempo las medidas de prevención han ido aumentando y los presupuestos destinados han marcado una gran diferencia, la amenaza nunca cesó para el personal de salud a quien en muchas ocasiones se les ha elogiado en eventos públicos y discursos políticos. Sin embargo, tras los telones la situación ha sido bastante diferente.
Contratados la gran mayoría bajo la modalidad de servicio CAS (Contratación Administrativa de Servicios), la cual permite una rápida contratación, más no un régimen laboral estable, muchos asumen que su labor no será permanente y, por el contrario, se ve sujeta completamente a la alza en la demanda de camas UCI y hospitalizaciones. Es decir, a mayor contagiados y casos críticos haya se necesitará mayor personal para contratar. Caso contrario, como es en la actualidad, los presupuestos se recortan y se cierran villas bajo la premisa de que a menor demanda, menor personal de salud se necesitará en las salas de hospitalización.
Esta situación refleja una grave crisis al interior del Ministerio de Salud en cuanto al manejo del personal, la capacidad de respuesta frente a una crisis y la poca visión que se maneja al prever una situación que prontamente pueda salirse de control. Este hecho no resulta un caso aislado, al contrario. Alrededor de octubre/noviembre del 2020, la situación se prestó para aplicar esta directiva: las salas de UCI, que en ese momento no se encontraban al límite de su capacidad y en muchos casos vacías, fueron cerradas y el personal despedido. Sin embargo, no se previó que la enfermedad no había perecido y meses después la segunda ola golpeó con fuerza el suelo peruano.
Esto debe dejarnos una lección frente a lo que vivimos ahora. Los médicos en Rebagliati protestan contra la inestabilidad laboral y la protección mediante la aplicación de la tercera dosis de la vacuna anticovid. Mucho hay que observar de esta situación heredada en la que el Ministerio de Salud ha resultado bastante incompetente frente a la crisis sanitaria, en la que además resalta el precario régimen laboral que se aplica en el sector público. Actualmente mamá se encuentra en paro, luchando no solo por derechos laborales de sus compañeros sino por la previsión frente a una tercera ola en el Perú, la cual afectaría directamente a millones de peruanos.
Sin duda, un tema del que debemos exigir no solo respuestas, sino también el respeto para el personal de salud que día a día arriesgan su vida, sus emociones e inclusive a su familia para que otras no pierdan a sus seres amados, por lo que hoy más que nunca el paro debe cesar y las madres deben sentarse en la mesa, a ser protegidas, respetadas y, sobre todo, escuchadas.