Escuchaba hace unos días un tema de ‘Los Prisioneros’, la histriónica banda chilena que marcó al rock latinoamericano con una alta dosis de crítica social y que fue capaz de denunciar a través de sus canciones rasgos cuestionables del momento. Muevan las Industrias, Por qué no se van y Sexo son títulos que han marcado generaciones enteras en latinoamérica y que hoy más que nunca, en medio de las convulsiones sociales de la contemporaneidad, vuelven a estar presentes en nuestro imaginario político y social. Una canción en particular vino a mi mente después de observar el choque entre el Ejecutivo y el Legislativo, y aunque el tema es amplio pero no ajeno, creo importante resaltar el equivocado acto de Guido Bellido como un peligroso intento de Independencia Cultural.
Lejos de la discusión en cuanto a la pertinencia de dirigirse en el hemiciclo en quechua, o las pausas concedidas para chacchar coca frente a sus colegas, lo que hoy está sobre la mesa es el uso político de la identidad andina de Guido Bellido como una forma de establecer una diferencia divisoria entre en y los seguidores que lo apoyan, frente a la clase política limeña y claramente occidentalizada. Esta forma de utilizar la identidad como un bastión que marque la otredad frente a lo costeño, así como la asociación cultural que hay detrás entre el pueblo y lo andino frente a lo costeño y burgués, resulta con seguridad la más peligrosa de las jugadas políticas que ha emprendido Perú Libre.
La reivindicación de aquellos pueblos marginados, así como la necesidad histórica de revalorar aquello que fue segregado y maltratado por una cuestión de raza o clase, pasa hoy a un segundo plano por el uso instrumentalista que hace el señor Bellido de aquellas luchas sociales válidas y que convierte en escudo y armadura para su ideología política. El peligro está oculto detrás de la corrección política y la batalla ha dejado de ser netamente ideológica: se ha proyectado una nueva batalla cultural.
Si cabe alguna duda respecto a lo afirmado, es importante recordar que todo acto realizado públicamente construye un discurso frente a los demás debido a nuestra naturaleza social, y por el mismo hecho que hilamos nuestro discurso a través y con el lenguaje y lo simbólico es que se vuelve a afirmar que todo acto público constituye una narrativa y por lo tanto se convierte en un acto político. El proyecto político de Bellido ha dado resultado. La discusión se volvió cultural y las asociaciones y hablantes de quechua vieron en esta una oportunidad de levantar sus banderas y reclamar aquellas agendas olvidadas que tenían en los bolsillos. Sin embargo, lo peligroso está en esa intención instrumental que por lo menos hoy logró empañarnos la vista.