Pedirle a un mexicano, a cualquiera, que se quede confinado en su casa más de un día, por el motivo que sea, es una receta para el desastre: ¿de veras creyeron los gobernantes que les iban a hacer caso?
No me extraña que los mexicanos medio han hecho caso, medio no, de que en medio de la pandemia del coronavirus las sacrosantas autoridades que los gobiernan, las cuales creen que se han ganado su absoluta confianza, les digan: “¡Quédate en casa!”
Ni con personajes estilo Súper Héroes -como Susana istancia- han podido convencer a los tercos mexicanos que desafían, más que al coronavirus, a sus autoridades. Ahora, ¿qué significa quedarse en casa?
Para muchos, muchos millones de mexicanos, eso implica convivir en un espacio estrecho en casitas de no más de dos dormitorios, aproximadamente un 70 por ciento de las viviendas en México. En esas viviendas (“casitas de Infonavit”, les dicen en México), cuartos de vecindad o jacalitos en asentamientos irregulares en laderas de cerros, apenas cuentan sus residentes con los servicios elementales: electricidad, si logran colgarse de la lìnea en un poste; agua, si tienen la suerte de pescar a una pipa de reparto.
De drenaje y seguridad, mejor ni le cuento. Sin aire acondicionado, ni acceso a internet, ni bibliotecas públicas, ¿cómo pasan las horas millones de mexicanos que viven en la pobreza o muy cerca de ella?
Aguantando, por otra parte, en el encierro en espacios estrechos, la convivencia forzada con parejas abusivas que ponen en evidencia otro mal nacional: la violencia familiar.
No sólo eso, simplemente, no pueden quedarse en casa aun por razones de supervivencia: hay que traer comida a la mesa, hacer alguna chamba para comer hoy, y ya mañana Dios dirá.
Según información oficial,un 60 por ciento de losmexicanos en edad de trabajar lo hacen en el sector informal de la economía, no tienen salario regular. Tal vez algunos de ellos reciban uno de los apoyos de los gobiernos federal y estatales, pero será un alivio efímero e insuficiente para retenerlos en casa.
Lo urgente, lo prioritario, a pesar del coronavirus, para ellos es salir “a corretear la chuleta”, para decirlo en términos coloquiales.
Es muy diferente la perspectiva de la pandemia cuando se observa desde la clase media o la clase alta mexicana y se cuenta con acceso a servicios, varias amenidades y el internet se da por descontado, al igual que el aire acondicionado. Sobre todo si se vive en una casa con tres o más dormitorios y espacios adicionales, como jardín y estancias, para tener momentos y rincones de privacidad cuando lo necesitemos.
El Home Office o trabajo a distancia, no tiene más complicaciones que las redes de internet saturadas, ocasionales caídas de las llamadas, etcétera, pero nada que nos impida realizarlo desde nuestros hogares. No lo es para quien ya no sigamos el acceso a internet, sino tener una computadora o Tablet o teléfono inteligente en casa, es un sueño inalcanzable. No seamos, por tanto, tan duros al momento de juzgar a quienes, motivados por la necesidad, tienen que salir a las calles de México a ganarse el pan.
No son mexicanos irresponsables todos ellos -aunque otros sí lo sean-, más bien no tienen opción a lo que la vida diaria les pone por delante: o trabajas o no comes. Tratemos de ser más empáticos, ponernos un poco en sus zapatos y, en lugar de fustigar, buscar la mejor manera de ayudarlos.
Con coronavirus o sin coronavirus, la vida ya era suficientemente dura con millones de nuestros compatriotas, así que esta pandemia vino a acentuar esa dureza y a colocarlos, literalmente, contra la pared.
Saquemos a la luz nuestros sentimientos más solidarios, ayudemos con lo que podamos a que sus vidas sean menos duras. Una forma de empezar es bajarle el tono a los señalamientos con índice de fuego, a estigmatizarlos casi casi como malos mexicanos. Nada de eso: ellos lo hacen no por claustrofobia, sino por “la chuleta”.
Menos reproches, más empatía, puede ser un buen comienzo. No lo olvidemos.