Una tarde caminaba hacia mi casa después de un examen de la universidad. De pronto, sentí una presión en el pecho y el aire empezó a desaparecer. Intenté hacer una pausa y empezar a respirar. No pude. Caminé y traté de no pensar nada. No pude. Los pensamientos empezaron a cubrir mi cabeza y eran preguntas sin respuestas. ¿Qué lo desencadenó? No lo comprendía en ese momento. Tuvieron que pasar meses para poder analizar la situación y qué pasó para sentirme de esa forma.
La ansiedad es algo normal, es una reacción muy natural. Sin embargo, cuando esto se vuelve excesivo esto se convierte en un trastorno. Se vuelve un malestar constante que afecta el funcionamiento habitual de nuestra vida y puede influir negativamente en la relación familiar, amorosa, estudios y trabajo.
El desencadenante puede ser cualquier cosa, situación e incluso palabra. Cambiará de acuerdo a la persona. La reacción a ello puede ser falta de aire, enojo e incluso somatizarlo de forma física con dolores en el cuerpo, cuello, manos, piernas y más.
Las estrategias que se aplican son diferentes para todos. Creo que es lo más frustrante porque lo que le funciona a uno, no le funciona al otro. Puedo decirle a mi amiga que me siento así, ella puede también sentirse igual. Luego, me da consejos para solucionarlo. Entonces, lo intento y no me funciona. Ahí empiezan nuevas preguntas ¿lo estoy haciendo bien? ¿En realidad lo estoy haciendo?
Me costó entender cómo funciona mi ansiedad. Para eso, tuve que llevar terapia y decirle a una persona extraña (la psicoterapeuta) todo lo que sentía. Tuve que hacer cuadros y listas, pero eso no es lo difícil. Lo más complicado es que para que funcione tienes que enfrentarte a esa sensación de miedo para entenderla.
Es un ensayo de práctica. Hay días malos y buenos. Aún no logro convivir con ella. Por momentos es difícil, pero ahora logro entenderla poco a poco.
Se ha convertido en una conversación, así que la recibo y le digo “Hola, Ansiedad”, porque es el primer paso para darle una despedida.