Algunas madres piensan que su hijo está siempre malhumorado porque según ellas dicen que su hijo es incapaz de entretenerse solo. Pero esto, está lejos de la verdad. El deber de madre es ayudarles, porque los niños cuando aún son pequeños no saben desenvolverse solos. Tampoco saben cómo entrenarse para ir al baño o jugar.
Como siempre, hay excepciones que confirman la regla: algunos niños de poca edad ya son capaces de jugar solos y, por largo tiempo sin la intervención o presencia de sus padres. Ciertamente estos merecen la medalla al mérito creativo, porque lo normal es que los pequeños de corta edad empiecen a protestar a los pocos minutos de haberse quedado solos.
Aunque sea incómodo y desesperante para los padres, la realidad es esa, y no necesariamente se tratan de niños mimados de mamá. Por muchos juguetes que se pongan a su disposición, a la mayoría de los niños de poca edad la única idea brillante que se les ocurrirá será la de utilizarlos como arma arrojadiza. Su curiosidad es muy fuerte, pero a esa edad todavía necesitan que se les encausen un poco a sus juegos.
El hecho de que algunos de ellos siempre quieren estar con un adulto no obedecen a caprichos; se trata del miedo a quedarse solos y lloran. Este miedo seguramente se remonta a nuestra prehistoria familiar, y más cuando están en peligro si sus padres no están cerca de ellos.
El juego no solo es entretenimiento. A través de sus juegos, el niño descubre su mundo infantil, y gran parte de su desarrollo de sus sentidos depende de su actividad del juego que haga. Por ello, los padres no solo han de dedicar tiempo a jugar con su hijo, sino también a elegir el material, y los juegos adecuados para él, para su capacidad y necesidades específicas.
Personalmente creo que tres son los requisitos válidos: darles seguridad de sentirse querido, ayudarle sin interrupción y proveerles estímulos con prudencia.
Por lo regular, las normas son infringidas por casi todos los padres sin que sean muy conscientes de ello. Los horarios impuestos y la propia organización familiar muchas veces impiden respetar esos primeros momentos de concentración del niño cuando es pequeño.
El otro cumplimiento, no siempre está al alcance de los padres. Si, por ejemplo, acaba de llegar un hermanito a su vida, a él, que es el mayor, siente celos y le costará mucho concentrarse en algo y más aún prescindir de la compañía de sus padres. Estará demasiado pendiente de rivalizar con su hermanito, y no dedica tiempo a sus juegos.
No hay que olvidar que el niño no solo juega con juguetes, también rompe o tira objetos al piso, para verificar el ruido que hace, y esto es jugar, según el niño.
El ser humano es el único que juega. Un gatito se puede entretener horas con un ovillo de lana o pelotita, pero en realidad no juega, se está entrenando instintivamente para cazar ratones. El niño necesita estímulo, porque la curiosidad, base de la mayoría de los juegos, es también el motor principal de su desarrollo. Aunque él necesite incentivos no significa que debamos darle muchos juguetes a la vez. Lo mejor es dividir sus juguetes por zonas y renovarlos a medida que dejen de interesarle. También, conviene dejarle que experimente y curiosee con todos los objetos a su alrededor, que muchas veces son más interesantes e instructivos que los propios juguetes.
Particularmente esto está basado en la experiencia que veo actualmente con dos de mis sobrinos, los más pequeñitos, LEO e ISABELA. Para ellos todo adorno u objeto de casa es motivo de curiosidad y juego más que sus propios juguetes. Cuando van a casa de la abuela, se divierten con todo lo que está al alcance de ellos. Aunque dejan la casa como si hubiera pasado un huracán, no importa, si eso precisamente es vida y salud. Un mundo lleno de curiosidad. Mejor diría, y, para terminar, un “MUNDO DE JUGUETES”.