Ninguna relación puede funcionar si no aceptamos a las personas como realmente son. Como seres humanos tendemos a querer cambiar a los demás y hacerlos a la manera que a nosotros nos parecen que deben ser. No chiquitos, no es así…veremos.
Es cierto que debemos ser una influencia positiva para los demás; no hay nada malo que imitemos lo bueno de ellos y que ellos, a su vez, imiten lo bueno de nosotros, pero los cambios que se realizan en una persona deben hacerse porque ellos así lo desean y no por nuestro afán de cambiarlos.
Hay seres que no tienen amigos, porque quieren que las personas con quienes se relacionan sean perfectas, pero, hasta donde se sabe, aun no nace la persona perfecta, solamente el ente perfecto es Dios.
Todos tenemos defectos. Muchos de nuestros defectos son productos de la herencia de nuestros padres y abuelos, la educación, y el medio. Cuando una persona confía en nosotros y nos demuestra su afecto, debemos ver lo positivo que hay en ella y la oportunidad de enriquecernos aprendiendo de sus virtudes y aceptándola con sus defectos, que seguramente son muchos.
Muchas de las grandes amistades que han existido se han formado entre personas totalmente diferentes tanto en carácter como en pensamiento, y muy diferentes entre sí.
Es importante entender que todos somos diferentes y que la verdadera amistad consiste en armonizar nuestra diferencia y apreciar más a fondo lo mejor de nuestros amigos, aceptando aquello que no es placentero, pero que forma parte de su carácter y personalidad.
La lealtad es quizás la característica, por excelencia, de una amistad. Algunas veces, por trabajo, estudios u otras preocupaciones, no es posible muchas veces ver a los amigos con la frecuencia que quisiéramos. Llamar a nuestros amigos por lo menos para saludarlos o escribirles un mensaje y preguntarles cómo están tanto de salud como por su familia, es una forma de lealtad; obviamente olvidarnos de ellos es una deslealtad de nuestra parte. Si hubo algún mal comportamiento o un mal entendido de algún amigo, deja allí tus resquemores, y discúlpalo, más aún si sabes que esa persona no es así siempre, porque ser desleal con aquel o aquella.
Quizás la forma clásica de demostrar lealtad hacia nuestros amigos es impedir a toda costa que otras personas hablen mal de nuestros amigos, cuando no están presentes y no se pueden defender de ese ataque. Esto no es nada fácil. Es necesario armarse de valor para decirle a quien habla mal, que se detenga en ese momento, y que, si tiene que decir algo de nuestro amigo o amiga, que se lo diga de frente a la persona que insultó.
También se demuestra la lealtad estando con nuestros amigos o amigas en las buenas y en las malas. Especialmente si están en necesidades o enfermas. Es más, la verdadera amistad se demuestra en los momentos de prueba, en los momentos más difíciles.
Es muy común que cuando una persona vive en la prosperidad le sobren amigos. Esto es fácilmente observable entre gente famosa. Pero ¿qué sucede cuando por cosas de la vida, se acaba el dinero? La gran mayoría de los falsos amigos desaparecen de la faz de la tierra. En una verdadera amistad no hay interés material, el único interés que prevalece es el que se tiene por la persona misma. Interés por disfrutar juntos un vasito de vino, disfrutar juntos lo positivo de la vida; interés por crecer unidos; interés por aprender juntos; interés por disfrutar de la compañía de los amigos sin importar si son ricos o pobres si te pueden dar algo o no… esa es la verdadera amistad.
Como amigos podemos sentir empatía y solidarizarnos especialmente con el sufrimiento de quienes queremos en verdad. Los verdaderos amigos tienen la capacidad de entender y compartir los sentimientos, alegrías, en fin, las emociones en sí mismas, pero sin hacer juicios. “Cualquier alegría es más grande cuando se comparte con un amigo; una tristeza es más llevadera cuando se puede descargar con su amigo o amiga”.