Japón nunca ha sido un destino conocido por subir los precios a los extranjeros. Pero el turismo excesivo —alimentado por una combinación de demandas reprimidas tras el calvario de la pandemia de covid-19 (también conocido como «viaje de la venganza») y la debilidad de la moneda local— ha llevado recientemente a los restaurantes del país a considerar las ventajas de los precios diferenciados.
«La gente dice que es discriminación, pero a nosotros nos cuesta mucho atender a los extranjeros, y está fuera de nuestra capacidad», dice Shogo Yonemitsu, gerente de Tamatebako, un restaurante de mariscos en Shibuya, el bullicioso distrito comercial de Tokio.
Él sostiene que no cobra un extra a los turistas. En cambio, lo que hace es ofrecer un descuento de 1.000 yenes (US$ 6,50) a los locales.
«Necesitamos (este sistema de precios) por razones de costos», afirma Yonemitsu.
Japón no se reabrió completamente hasta el otoño de 2022, tras la eliminación de las restricciones de viaje por la pandemia.
Este año, espoleados por la debilidad del yen, que ha caído a su nivel más bajo frente al dólar en décadas, los turistas volvieron, y lo hicieron en masa.
Los turistas en Japón alcanzaron la cifra récord de 17,78 millones en el primer semestre de 2024, según datos del Gobierno, y van camino de batir el récord del país en 2019, con 31,88 millones de turistas.
En respuesta, lugares de todo el país comenzaron a aplicar tasas turísticas, imponer topes a los visitantes e incluso a prohibir la venta de alcohol en un intento de frenar los efectos de un exceso de turismo.
A principios de este año, una ciudad turística situada en las inmediaciones del monte Fuji puso una red gigante para bloquear las vistas de la emblemática montaña después de que los turistas acudieran en masa a un punto de observación fotográfica, generando basura y problemas de tráfico.
Mientras tanto, las autoridades turísticas de Hokkaido, la prefectura más septentrional del país, conocida por sus vistas panorámicas y sus estaciones de esquí, instaron este mes a las empresas a fijar precios más bajos para la población local.
Y un alcalde del oeste de Japón dijo que estaba considerando cobrar a los turistas extranjeros más de seis veces el precio de la entrada local al castillo de Himeji, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Elisa Chan, directora asociada del centro de investigación sobre hostelería de la Universidad China de Hong Kong, afirma que la fijación de precios diferenciados puede ser una forma eficaz de combatir el turismo excesivo.
«El propietario puede querer asegurarse de que el repentino aumento de la demanda turística no ahuyenta a todos sus clientes locales fieles y frecuentes. Cobrar más a los turistas puede considerarse una solución», afirma.
Yonemitsu, el dueño del restaurante, dijo que la afluencia de turistas no se resuelve simplemente añadiendo mesas adicionales.
Dijo que su restaurante de mariscos tuvo que contratar personal adicional que hablara inglés para tomar pedidos, gestionar las reservas y explicarles a los turistas todo, desde cómo diferenciar entre sashimi y alimentos a la parrilla hasta dónde colocar el equipaje. No hacerlo da como resultado un «desorden», declaró.
«Algunos dicen: ‘En nuestro país no hacemos esto’. Pero piensen en lo mal que hablan inglés los japoneses. Aún no hemos alcanzado el nivel que nos permite considerarnos una potencia turística. No sabemos hablar inglés y, sin embargo, no podemos decir las cosas equivocadas. Es realmente estresante», afirma.
Aunque se trata de un fenómeno nuevo en Japón, la diferencia de precios es bastante común en otras partes del mundo. Como los precios menos caros para los residentes suelen estar escritos en el idioma local, es posible que los turistas extranjeros ni siquiera sepan que han pagado más.
En Japón, cada empresa decide por sí misma si quiere aplicar precios diferenciados. No siempre es así en otros lugares, ya que los gobiernos pueden intervenir.
En Venecia, por ejemplo, las autoridades introdujeron una tasa para entrar en la ciudad y un sistema de reservas en línea para hacer frente al turismo excesivo.
Mientras tanto, algunos empresarios japoneses intentan ser más creativos.
Shuji Miyake, que regenta un izakaya o pub informal, en el distrito tokiota de Tsukiji, ofrece ramen con langosta por 5.500 yenes (US$ 35), cuatro veces más caro que los fideos con gambas que suelen pedir sus clientes habituales. El plato está dirigido a los turistas, que, según él, tienen un presupuesto más alto para probar cosas nuevas.
La turista australiana Phoebe Lee afirma que en su reciente viaje de dos semanas a Japón gastó menos que en sus anteriores visitas al país, y que no le importaría pagar un poco más si la debilidad del yen dificulta la vida de los japoneses.
«Esto ayuda a las empresas locales a seguir ofreciéndonos a los afortunados visitantes experiencias increíbles y a preservar partes importantes de la cultura japonesa, como los pequeños restaurantes familiares o los auténticos ryokans (posadas tradicionales)», afirma.