Por Zoila Antonio Benito
La capital musical de Colombia, Ibagué, Tolima, nos abrió los brazos para recibirnos en el Ibagué Festival 2024, una propuesta de cuatro días que nos indica que, más allá de los artistas que se puedan ver en el escenario, la verdadera esencia de la música la encontramos en los instrumentos que utilizamos y la manera en la cual los empleamos. Pero hay algo más.
En esta quinta edición, el Ibagué Festival fue el escenario perfecto para que expresiones artísticas de Colombia y del mundo se juntaran. Conciertos en diferentes puntos de la ciudad, clases magistrales, conversatorios y hasta talleres especializados nos dan cuenta que aquí la música se toma en serio.
Puede resultar impensable que haya padres que alienten a sus hijos a ser músicos profesionales. Aquí pasa todo lo contrario. Se fomenta el conocer y estudiar profesionalmente los instrumentos musicales. La clave está en sus recursos. Cuentan tanto con el conservatorio de Ibagué como el de Tolima, ambos dentro de la ciudad, que permiten un acercamiento más real con aquellos que gustan de la música y que, desde la escuela, deciden involucrarse.
Las actividades del Ibagué Festival refuerzan lo aprendido, así como forjan lazos entre el pasado, presente y futuro musical de esta parte del país. El evento inició el jueves en el Panóptico de Ibagué con el artista más internacional que dio la región: Santiago Cruz. Pero primero, The New Orleans Jazz Vipers inauguraron la velada y el festival. New Orleans demuestra porqué es uno de los destinos a los que sí o sí tienes que ir a visitar en esta parte del mundo si amas la música. Nos transportaron a aquella música que se puede escuchar en los bares de las avenidas más concurridas de este estado, que de por sí tiene una arraigada cultura jazzista, tanto que se vuelve cotidiana hasta de escuchar en sus calles. Calidad en cada nota tocada.
No obstante, la noche fue de Santiago Cruz, el consentido de Ibagué. Con más de 20 años de carrera, ha colaborado con artistas como Alejandro Sanz, Franco De Vita, Andrés Cepeda, entre otros. El público, su público, lo adora. Fue tanta la gente que quiso verlo que muchos se quedaron afuera del aforo. Pero lograron tumbar las vallas perimétricas, entrar y superar las expectativas hasta del mismo cantante, quien llenó completamente el lugar y presentó sus más grandes éxitos en formato sinfónico junto a la orquesta juvenil sinfónica del conservatorio de Ibagué y la orquesta sinfónica del conservatorio de Tolima.
Las actividades del viernes empezaron desde la mañana, en un salón dentro del conservatorio de Tolima diseñado especialmente para las presentaciones de alumnos y músicos profesionales. En esta ocasión, desde Francia, el Cuarteto Hermes nos dice que interpretar música clásica no tiene porqué ser aburrido. La juventud de estos músicos no significa falta de experiencia, al contrario, el presentarse en escenarios mundiales tan importantes como el Carnegie Hall en Nueva York certifica lo lejos que ya están llegando. Seguidamente, desde Colombia, el Cuarteto Cumbe nos demuestra que es posible hacer música de cámara con música tradicional andina, entre violines, piano, flauta traversa y bambuco, y sonar más vigentes que nunca.
Pero esto no solo se trata de música tradicional o clásica. Lo urbano también se hace presente. Desde el complejo cultural del panóptico de Ibagué, ya por la noche, el local Afrofresh nos aporta frescura y una propuesta que va desde el afrobeat, dancehall y la fusión, que vale la pena recomendar, escuchar y verla en concierto. Yorman David Mosquera es un gran frontman y bailarín. Energía no le falta. Luego, le toca subir al escenario a Phonoclórica, con la hermosa y potente voz de Aura Martínez. Instrumentos del Pacífico, como la marimba de chonta y tambores, se vuelven protagonistas del proyecto electropical. No obstante, el plato fuerte de la noche vino desde Bogotá. La gente había llegado principalmente para verlos. Son leyendas. Estamos hablando de La Etnnia. Con tres décadas de trayectoria, esta escuela del hip-hop latinoamericano puso a todos a sus pies.
La exploración musical continúa en la mañana del día siguiente, sábado. Con una increíble destreza, desde Texas, Estados Unidos, llega Eleni Katz con su fagot y Evren Ozel en el piano. Y, entre géneros y estilos musicales como cumbias, zumba que zumba, pasillos y torbellinos, la agrupación colombiana Ensamble Sincopa2 nos trae sonoridades del país del café que no hacen más que demostrar su riqueza musical.
De manera más formal, nos vamos al Teatro Tolima, para ver nuevamente al Cuarteto Hermes. Hay demasiado profesionalismo que verlos dos veces no es molestia, al contrario, un lujo. Pero se preguntarán, ¿por qué esta vez en un teatro? Pues no es un día cualquiera. Autoridades de Ibagué y organizadores del festival rinden homenaje a César Augusto Zambrano Rodríguez, destacado violonchelista, compositor y director, quien fuera impulsor de la primera orquesta y coro de la Universidad de Tolima. Empezando muy joven, 18 años, Zambrano Rodríguez le dio a esta parte del país hasta la actualidad veintiséis piezas musicales, cantatas, inspiradas en la región. Además, impulsa la edición de obras de nuevos compositores del Tolima. Reconocimiento más que merecido.
En aquella velada, alumnos de los conservatorios anteriormente mencionados hicieron gala de sus aprendizajes y talentos, con un pequeño recital dedicado a la herencia musical y recursos naturales de Ibagué. Solo basta saber que esta es la tierra donde se ubica el Cañón del Combeima, lugar que además de ofrecer un paisaje natural con osos de anteojos, cóndores y zorros, también brinda comida local, impulsa el deporte y hasta revaloriza el café que se hace en la zona. El tomarlo allí, donde se siembra, se vuelve una experiencia religiosa.
Volvemos el domingo al Salón Alberto Castilla del Conservatorio de Tolima para el último día del Festival de Ibagué. Con cuatro profesores de música que lo conforman, el Cuarteto León Cardona nos atrapa con un homenaje musical al campesino entre bandolas, tiple y guitarra. Sus reconocimientos en festivales y concursos nacionales e internacionales avalan su experiencia. Posteriormente, Tres Palos Ensamble interpretó un repertorio en el que habían composiciones de Cuba, Rusia y Argentina a través del piano, clarinete y fagot. En la tarde, esta vez desde el Conservatorio de Ibagué Amina Melendro, Eleni Katz y Evren Ozel, concluían su participación con faggot y el piano respectivamente, en medio de una tarde brillante y con una vista generosa del jardín botánico que se ubica al lado del recinto. El Cuarteto Cumbe se ubicó en el escenario también brindándonos su última presentación en el festival. La Música de Abril nos recordó que el rock tiene lugar en este evento, replicando, en formato mucho más eléctrico, los temas que compartió en uno de los puntos musicales en las calles de Ibagué que el mismo festival impulsó. Un día atrás ella se presentó en el lugar que la vio crecer, el barrio Belén, en el parque lleno de familias, donde el sol y, en plena temporada de jacarandás florecientes, nos invitaba a escucharla.
Volvimos por última vez al Teatro Tolima, esta vez para una experiencia entre música y cine. Entre piano, viola y clarinete, se musicalizó cortometrajes colombianos como Aura o las violetas, de 1924, Madre (1924) y estadounidenses como El Aventurero (1917).
Con canciones de la costa Caribe, la cantante local Juliana Valdiri nos termina de convencer del apoyo al músico local, de todo tipo de género musical, en el festival. Por todo lo alto, el evento tenía que terminar con jazz. The New Orleans Jazz Vipers dio cátedra y nos confirma que la música se disfruta, construye y viene de todas partes.
Hay algo que rodea a este evento, más allá de su atractivo cartel, perfecto para gente que desea ampliar sus gustos musicales; los instrumentos atípicos de festivales convencionales (¿alguna vez has pensado ver un concierto de fagot o de tiple en un festival?) y la oferta gratuita a todos los habitantes de Ibagué. Y es la reafirmación y celebración de su identidad a través de la cultura, en este caso, la música. Desde los carteles enormes que publicitaban el festival en su aeropuerto hasta la unión de dos conservatorios que se encontraban distanciados, hay un esfuerzo colectivo de por medio. El público también fue clave. Cómo se acercaba el festival a ellos, por medio de presentaciones en parques, sitios familiares y/o culturales, fue crucial.
Con cultura para todos se pueden generar ciudadanos empáticos, críticos, con sentido de comunidad, identidad para poner primero lo nuestro y, por qué no, sentirnos orgullosos de ello, características que hemos podido ver en el Festival Ibagué. Pero aquella responsabilidad no solo recae en los empresarios, ni solo en el público, es toda una rueda que va desde el Estado. Con ello la interrogante: ¿tenemos cultura para todos en nuestras comunidades? La respuesta, y posibles soluciones, las tienes tú.