Desde sus inicios en esa fábrica de cracks que es Eslovenia hasta ser una superestrella mundial pese a que dicen que no defiende ni mejora su cuerpo.
Los testimonios de su padre, su madre, su abuela y los técnicos que detectaron a un diamante en bruto.
“Luka nació para jugar al básquet”.
Mirjam, la madre, lo resumió a la perfección. Y enseguida aportó un dato más que describe la comunión, desde el primer día, entre su hijo y el básquet: “Cuando era bebé y lloraba, la mejor forma para calmarlo era subirlo al cochecito y llevarlo a la cancha, al entrenamiento del padre. No sé qué pasaba, pero se calmaba cuando escuchaba el pique de la pelota y el rechinar de las zapatillas”.
Ahora se entiende, ¿no? Nada es casualidad en la vida de Luka Doncic. Así se crió y se desarrolló hasta hoy. Él junto a la pelota. Él y el básquet. Inseparables, indivisibles. “Lo recuerdo siempre con una pelota en la mano, casi desde que aprendió a caminar”, recordó Milena, la abuela materna.
Dicen que cada persona es su esencia y -también- su contexto. Nada mejor que esa frase para explicar a este genio del básquet que deslumbra a todos desde la NBA. Y por eso es esencial volver a Eslovenia, este país del Este europeo que, gracias a su política deportiva, ha logrado con apenas 2.000.000 de habitantes ser una fuente impactante de atletas a nivel mundial, desde los ciclistas Pogacar y Roglic, los futbolistas Oblak, Nadanovic y Ilicic, pasando por la esquiadora Maze y el propio Luka. En el básquet, puntualmente, ha conseguido grandes resultados, como ser campeón europeo y semifinalista olímpico, justamente con Doncic. El Chico Maravilla que todo lo pudo. Desde chico.
Su obsesión de niño, además de la pelota, fue su altura. Tanto que marcaba su crecimiento con rayitas en una pared, como lo hizo Manu Ginóbili, en la primera de tantas similitudes que tienen sus historias. El pequeño se la pasaba tirando a un arito que tenía colgado de la puerta de su habitación y, a veces, como sucedía con MG y Raquel, la madre tenía que intervenir para sacarle la pelota. Para que no rompiera algo o simplemente se fuera a dormir.
“Muchas de las cosas de la casa terminaron rotas, incluso varios vidrios”, admitió la madre. Como Ginóbili tuvo a sus hermanos, jugadores profesionales igual que Sasha. Ellos inspiraron y generaron ese deseo de emulación tan importante en los chicos. Como sucedió con Sasha, que incluso llegó a jugar en Olimpia, el club más importante de Ljubliana, ciudad de básquet como la Bahía Blanca de Manu.
Y, como MG20, entre grandes, queriendo ser como ellos. Lanzando al aro. Imitando movimientos. Preguntando, recibiendo consejos. Hasta la noche, cuando sus padres debían decir basta… Luka era un fanático y, a los ocho años, pidió ser quien limpiaba y secaba la cancha en los partidos del padre. Y ahí andaba el rubiecito, siempre con un secador en la mano. Pero, claro, también con la pelota cerca. Para poder tirar antes y después de los partidos, incluso en los entretiempos.
Doncic, además, practicó varios deportes: vóley, handball, fútbol, waterpolo y hasta judo, sobre todo en la primaria. Al punto de impactar por su talento en varios, en especial el fútbol. “¿Por qué eligió el básquet? Quizá pesó la influencia del padre. Pero creo que, en el fondo, nunca tuvo dudas”, aclaró la madre.
Luka siempre fue distinto. Algo de lo que se dieron cuenta rápido en Olimpia, cuando llegó para jugar en las Inferiores, a los ocho. “Para ser honesto, sólo lo entrené durante 16 minutos. Era más alto y mucho mejor que los otros, por lo que rápidamente lo pasamos al equipo U12, donde jugaba con chicos tres y cuatro años mayores que él”, contó Grega Brezovec, el efímero primer técnico de Luka, quien habló de su talento pero también la actitud, determinación y pasión. “Era muy responsable para la edad. Eso era impactante. Lo mismo que su liderazgo. Aunque era mucho mejor que el resto, jugaba en equipo. Estaba claro que llevaba al básquet en la sangre”, agregó. Era normal verlo jugar contra chicos hasta cinco años más grandes que él.
La precocidad fue un rasgo distintivo que sí lo separa de Manu, quien no pintaba para ser el crack que luego terminó siendo. Doncic fue campeón nacional U12 y U14 con Olimpia. Y dando años de ventaja. Las reglas no le permitían hacerlo, pero él mentía en su edad para estar. “Siempre terminaba logrando jugar en una categoría superior”, aceptó Jernej Smolnikar, su coach formador.
Luka siempre quería más. Desde chico se acostumbró a jugar mucho. Y a entrenar más. Era su pasión. “Había días que le decía ‘mañana tenés libre, quédate en tu casa, con tus juguetes, mirando TV’. Pero al otro día al mediodía me llamaban los padres para pedirme que lo dejara ir a la práctica, que se los estaba rogando.
Su pasión por aprender y competir era increíble”, admite Smolnikar en el libro del autor Alex Monnig que cuenta la vida de Doncic. Sus entrenadores destacan su avidez por aprender. “Era una esponja, captaba todo lo que se le decía”, aseguró Brezovec.
Pero es tal su talento, tan impactante, que cualquier cosa imposible parece probable para él. Y a este don hay que sumarle su determinación, ambición, mentalidad y competitividad. Un pibe con calle, con potrero, picante, ganador, que se banca los momentos límites, también las críticas y se motiva en los climas adversos. Lo trajo desde la cuna y lo mamó en Eslovenia. El combo completo para ir por la gloria eterna desde este jueves.