Entra por la izquierda hacia el centro haciendo una diagonal, como durante los 20 años que estuvo en Barcelona. Esta vez es diferente, no encara hacia el arco de rival y evade defensas como si fueran estatuas de sal, sino, se dirige hacia el centro de la sala de conferencias del club mientras lidia con las emociones que lo embargan. Esta vez no termina en gol y en el grito desenfrenado de la tribuna del Camp Nou, sino en un llanto profundo y en el silencio de los presentes. Al frente ya no está la eufórica hinchada del Barcelona esperando gritar un gol del 10, esta vez está su familia, Antonella, Mateo, Thiago y Ciro, que acompañan a Leo en el, tal vez, día más importante de su vida.
Tras 20 años viviendo en Catalunya, Messi deja al Barcelona. El resto de historia, se podrá contar como quieran, que Messi aceptó reducir su sueldo un 50%, que su padre tenía todo planeado para que su hijo dejará el club ese año, que las, vale decir, inexplicables políticas de La Liga no lo dejaron quedarse o que Messi ya tenía todo arreglado para irse este año. Lo real es que nada de eso importa hoy, ni en ese momento, ni nunca, lo real es que Messi deja el lugar donde lo ganó absolutamente todo, Champions, Ligas, Copa del Rey, Mundial de Clubes, y a nivel individual se convirtió en una figura para el club, 6 balones de oro, 5 botas de oro, 6 veces goleador de la Champions y 6 veces mejor jugador de la Liga (y si no lo siguió ganando fue por solidaridad deportiva). Lo real es que Messi ya no es jugador del Barcelona.
Messi es una figura de culto popular en Catalunya, el escudo del Barcelona fue otro después de la llegada de Messi, desde que ese chico de 19 años pisó el césped del Camp Nou con la 30 en la espalda, la historia del club estaba destinada a cambiar para siempre, los barcelonistas estaban destinados a ser las personas más felices del mundo. Incluso, el hecho de que Messi estuviera con ellos parecía ser un consuelo eterno para la gente de la ciudad, los problemas recurrentes que tenía el gobierno regional con la monarquía parlamentaria española, producto del deseo de independencia de Catalunya, parecían terminar con un «bueno, al menos tenemos a Messi», y todo los conflictos parecían disiparse, al menos momentáneamente.
Leo fue un héroe para Barcelona, mejor dicho, fue el último héroe para el Barcelona, porque personas así nacen cada 100 años. Fue un caballero medieval en tiempos de guerra, un pintor cuando no había color en el cuadro y un profeta cuando se respiraba incertidumbre. Y fue así, y todos en Barcelona lo entendieron, cuando había problemas solo hacía falta acudir a él, como dice una canción «la pelota siempre al 10, que ocurrirá algún milagro».
Será distinto ver a Messi con otra camiseta, hasta las palabras «raro» o «extraño» quedan cortas para describir la sensación de ver a Leo con otro escudo en el pecho. En unas horas Messi estará firmando su contrato con el Paris Saint German, y Paris será la ciudad más linda del mundo, y sus ciudadanos los hombres más felices del planeta porque un nuevo héroe ha llegado a la ciudad. Porque Leo Messi ha llegado a la ciudad.