Prepararse para vivir el dolor de las pérdidas. ¿Es posible? Lo que se fue, lo que cambió, lo que perdimos. Puede ser el trabajo, una relación, una muerte, el divorcio, bienes materiales, la salud. No siempre hay tiempo para anticipar el duelo, de pronto suceden las cosas y lo que nos queda es recuperar el ánimo para salir adelante. Buscar la resiliencia y sacar a flote la capacidad para superar el momento difícil.
Toda pérdida duele, y no se trata de que no duela, sino de recuperarse del dolor estableciendo otro tipo de significados.
Cuando perdemos el trabajo, por ejemplo, hay afectación por lo que se deja sobre todo cuando no es una decisión personal; hay enojo y posiblemente miedo a encontrar algo igual o mejor a lo que se tenía y se puede caer en depresión. Y lo mismo es aplicable a la muerte de los seres queridos o cuando nos vemos en la necesidad de migrar a otros países o cuando se nos notifica de una enfermedad. Recordemos las etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Hay una línea fina entre cada una, se fluctúa entre ellas en diferentes momentos.
Los apegos no ayudan. El sentimiento excesivo de propiedad hacia algo o hacia alguien hace difícil el desprendimiento cuando se tiene que hacer. Construimos apegos para sentir seguridad, fortaleza, protección. Cuando amamos a alguien o cuando creamos un vínculo intenso por el significado que ciertas cosas representan, nos sentimos dueños de ellas y puede generar angustia su pérdida.
La Tanatología es una disciplina que surge a principios del siglo 20 que ayuda al bien vivir para un buen morir o un buen adiós ante pérdidas significativas. Los profesionales que la ejercen proporcionan apoyo al paciente con una enfermedad en etapa terminal y a sus familias, o bien a una persona que esté viviendo algún tipo de duelo derivado de pérdidas relevantes. Cada vez hay más tanatólogos sobre todo en hospitales o en consulta privada. Es un acompañamiento para dar sentido a la pérdida y superarla.
En el caso de la muerte implica prepararse para “cerrar círculos” de ayuda legal, de reconciliaciones, de despedidas, de dar instrucciones para servicios funerales. Momentos difíciles, llenos de desesperanza, de dolor, que deben con la ayuda de especialistas llevar a la paz del paciente y de su familia.
Lety M sufrió la pérdida de su hijo Juan después de 9 meses del diagnóstico de un cáncer terminal. “Somos una familia que salimos adelante con él…lo más difícil fue cuando supimos que todo se salió de control y ya no había nada qué hacer…no lo quise aceptar…al autorizar sus tratamientos sentía que firmaba su sentencia de muerte…Juan siempre fue muy fuerte…recibimos ayuda y nos despedimos en paz, él se fue en paz”.
En las enfermedades terminales hay dos decisiones que para algunos son reflejo de la preparación para el morir: La voluntad anticipada y la eutanasia. Las dos requieren del respaldo legal correspondiente que no en todos los países se tiene.
La voluntad anticipada, según la Secretaría de Salud de México, es la decisión que toma una persona de ser sometida o no a tratamientos o procedimientos médicos que pretendan prolongar su vida cuando se encuentre en etapa terminal y, por razones médicas, sea imposible mantenerla de forma natural, protegiendo en todo momento la dignidad de la persona. Respeta el momento natural de la muerte. Favorece la atención paliativa y los cuidados al final de la vida. El énfasis está en el acompañamiento del paciente durante esta etapa de su vida.
La eutanasia es la acción u omisión que acelera la muerte de un paciente desahuciado con la intención de evitar sufrimientos. En ambos casos, se requiere el acompañamiento de profesionales y de la familia y la voluntad del paciente para tomar la decisión.
Para un buen adiós en cualquier tipo de pérdida se requiere valorar la vida. Prepararse para fortalecer la espiritualidad, para disfrutar el presente, para tener recursos internos de optimismo, de sentido positivo. Así mismo, procurar una vida sana, la felicidad de nosotros y de quienes amamos, apreciar la naturaleza, buscar la paz, no perder la fe. Hay recursos: la oración, el perdón, el agradecimiento, la meditación, la convivencia familiar, tener guías espirituales, el amor.
El cambio es inevitable y por lo tanto el adiós también.