La mañana del 11 de septiembre de 2001 parecía ser como un día cualquiera en Nueva York para el fotógrafo de la agencia Associated Press (AP) Richard Drew, que cubría diferentes temáticas con maestría, debido a la sobrada experiencia sobre sus espaldas. Tenía entonces 54 años. Después de cubrir el torneo de tenis de US Open en Queens, esa mañana comenzaba a trabajar en las coberturas de la Semana de la moda de Nueva York, en el elegante Bryant Park, a pocas cuadras del Empire State, en el Midtown. Había tomado fotos en una pasarela donde habían desfilado modelos embarazadas reales por primera vez. Hasta ese momento, estaba enfocado en luces, looks modernos, peinados y sonrisas a cámara de modelos llegadas de todas partes del mundo.
Mientras conversaba con un camarógrafo de la cadena televisiva CNN, se enteró de que habido una explosión en el World Trade Center. “Un avión chocó contra el World Trade Center”, le dijo. Enseguida su teléfono sonó. Lo llamaba su jefe quien le pidió que se dirigiera hacia allá lo más rápido posible. El fotógrafo de AP tomó su cámara y se dirigió a toda velocidad hasta Times Square y se tomó el subte que lo llevaría hasta el corazón del distrito financiero, en el sur de la isla. A los 16 minutos del primer impacto en la Torre Norte, otro avión había atravesado por el medio a la Torre Sur. El caos no solo se había desatado en la cima de los gigantes, también estaba abajo con la conmoción que había generado entre los neoyorquinos. Nadie entendía qué estaba sucediendo. Reinaba la confusión.
Drew bajó en la calle Chambers, una estación previa a la de las Torres Gemelas. Al subir las escaleras de la estación vio una imagen que quedó sellada en su mente para siempre: las torres gemelas ardiendo. De los rascacielos de 110 pisos, los más altos de Nueva York, emanaba un humo denso, espeso y oscuro que teñía el cielo diáfano de ese 11 de septiembre, de un verano en retirada.
Apenas salió de la estación Drew comenzó a hacer su trabajo, lo que mejor sabía hacer desde los 19 años, cuando vivía en un suburbio de Los Ángeles, cubriendo policiales, incendios para años más tarde convertirse en uno de los cuatro fotógrafos que registró el momento en que el senador Robert Kennedy recibió disparos el 5 de junio de 1968, por los que murió al día siguiente. Drew estaba en el escenario detrás de él minutos antes del tiroteo. Ambos fueron a la cocina y comenzó la balacera, por los que el fotógrafo terminó tomando las imágenes del cuerpo de Kennedy parado sobre una mesa. Tenía solo 21 años. Ya tenía buenos reflejos para estar en el lugar de los hechos.
Drew no había llegado a las 8.46 o 9.03 cuando impactaron los aviones en las torres. Lo hizo más tarde. No sabía qué estaba sucediendo, como muchas personas que lo rodeaban. Por esas horas no se hablaba del secuestro de aviones comerciales por terroristas en pleno vuelo. Se enteró en la calle del segundo avión estrellado cuando un oficial de policía dijo “que el segundo avión era grande”. El fotógrafo de AP registró el pulso de la calle, marcado por la angustia, miedo, confusión, enojo, al mismo tiempo que el FBI cerraba el área. Tomó las duras imágenes de los edificios que prendían fuego, mientras la gente de esos pisos se asomaba a las ventanas. Al darse cuenta de la dirección en que soplaba el viento, decidió cambiar de lugar y evitarlo. “Me quedé junto a las ambulancias, entre un socorrista y un policía”, contó a los medios. Fue uno de ellos, el socorrista que advirtió una escena terrorífica y señalando hacia arriba, gritó: “¡Dios mío, la gente se está tirando del edificio!”. Desde allí tenía una perspectiva de las dos torres.
A partir de ese momento, y según relató, de forma “instintiva” el fotógrafo de AP tomó la cámara y comenzó a registrar a la gente que saltaba hacia su muerte, tampoco sin entender por qué eso estaba sucediendo. “No sé si saltaron por elección o se vieron obligados a hacerlo por el fuego o el humo. No sé por qué hicieron lo que hicieron. Solo sé que tuve que grabarlo”, relató el fotógrafo.
Quienes presenciaron esas espeluznantes escenas detallaron que tardaban 10 segundos en caer desde semejante altura y que no estaban inconscientes durante la caída. Pero que la muerte era inmediata. Muchos saltaron solos, otros lo hicieron en pareja y algunos en grupo.
Se estima que en esas horas de desesperación unas 200 personas murieron de esa forma. No eran suicidas. Huían de las lenguas de fuego, de las explosiones, del humo negro. De un infierno a otro de cientos de metros de altura. Todas las víctimas fueron declaradas muertas por homicidio causado por trauma contundente, excepto los secuestradores asesinos. Los que se vieron forzados a lanzarse al vacío no fueron declarados muertos por suicidio.
Drew se dedicó a tomar todas las fotos posibles. Acompañaba con su visor toda la caída, mientras mantenía presionado el botón del disparador de su cámara digital. Sin temblar, sin interrumpir su trabajo cuando escuchaba el escalofriante sonido del golpe en el suelo según su relato. Drew se defendió de aquellos que lo acusaron por su frialdad, argumentando que solo hizo su trabajo para el que fue entrenado.
Al regresar a la agencia no tardó en distinguir la foto más impactante entre todas, conocida como “el hombre que cae”. Muchos caían, pero este estaba en posición vertical, entre las dos torres, cabeza abajo. “Había una simetría. Pero solo estuvo así por un momento”, recordó.
“No sabía que tenía esa fotografía de aquel hombre en esa posición hasta que la vi en mi computadora cuando volví a mi oficina, llamé a uno de los editores de fotografía, miré la imagen y dije: “Esta es la imagen”.
“Es una foto muy silenciosa, no es como otras tantas fotos violentas de otros desastres. No hay sangre, no hay vísceras, no hay gente pegándose tiros”, destacó, pero con sus propias particularidades despertó identificación y despertó mucho miedo. ¿Qué pasaría si? La dramática decisión del hombre atravesó a muchas personas. Era morir o morir. “Es una de las pocas que muestra a alguien muriendo en el ataque más grave que hemos sufrido en Estados Unidos”, aseguró el autor de la foto.
En 2016 la revista Time le hizo una entrevista al destacado fotógrafo de AP, que ofreció más detalles detrás de la foto icónica del 11-S.
La foto recibió nombre propio dos años después en la revista Esquire, titulada “The falling man” (El hombre que cae). Muchos habían visto esa imagen. Imposible olvidarla. El autor de la nota, el periodista Tom Junod, intentó develar la identidad del hombre en caída libre. Creyó que podía tratarse de Norberto Hernández, chef del restaurante Windows of the World, situado en el piso 106 de la Torre Norte, que perdió a 78 empleados en la tragedia. Su familia negó esa posibilidad por la ropa que tenía puesta. Su mujer Eulogia lo descartó: “Mi marido no tenía remera naranja”. Su hija mayor, Jacqueline incluso se enojó cuando le llevaron la foto, según Esquire. En cambio sus hermanos Tino y Milagros dijeron que sí se trataba de Norberto.
La otra posibilidad era que se tratase de Jonathan Briley, un ingeniero de sonido de 43 años que también trabajaba en el restaurante. Sus hermanos creyeron que por su aspecto y forma de vestir podría ser El hombre que cae. Era de piel ligeramente oscura. Medía casi 1,70 m. Llevaba bigote y corto.
El padre de Briley, un pastor, después del 11 de septiembre de 2001, reunió a toda su familia y le pidió a Dios que le dijera dónde estaba su hijo. No se lo pidió: se lo exigió. “Señor, demando saber dónde está mi hijo”. Durante tres horas seguidas rezó sin pausa. Al día siguiente, el FBI lo llamó. Habían encontrado el cuerpo de su hijo, que milagrosamente estaba intacto. El hijo más joven del pastor, Timothy, fue a identificar a su hermano. Lo reconoció por sus botas negras altas. Timothy le sacó una y se la llevó a casa y la puso en el garaje como recuerdo.
Según la hermana de Jonathan, Gwendolyn, el joven sufría de asma y el humo que se elevaba le habría dificultado respirar. Usaba tanto una remera anaranjada que Timothy solía burlarse de él por eso. Pero no existe ninguna certeza de que haya sido él.
¿Recuerda usted esta foto?”, preguntaba Junod en 2003 en su artículo. “En los Estados Unidos, muchos la quieren borrar de sus memorias del 11 de septiembre de 2001″. Según el periodista la imagen siempre fue resistida, aún desde el primer momento. Cuando los diarios publicaron imágenes impactantes muchas fueron consideradas demasiado fuertes para que los lectores las enfrentaran. Especialmente las de aquellos que saltaban al vacío. Después de que The New York Times publicara la foto de Richard Drew en la página siete al día siguiente, fue calificada de “perturbadora”, “explotadora” y “voyeurista”.
La imagen tomada por Richard Drew resumía como ninguna el horror vivido el día del atentado terrorista. Recibió múltiples premios. Nunca fue declarada oficialmente la identidad del hombre. Lo única información que se obtuvo fue que la imagen pertenece a la Torre Norte del World Trade Center, y que fue tomada a las 9:41:15 de la mañana. Como este hombre anónimo, en un viaje no tan corto hacia su muerte, hubo decenas de personas que murieron del mismo modo, sin posibilidad de identificar o recuperar sus cuerpos.
Drew le contó a The Telegraph que si bien la historia del hombre todavía está envuelta en un misterio, le gusta pensar en él “como el soldado desconocido, que represente a todos (para quienes) ese fue su destino ese día”.
La foto de “El hombre que cae” recuerda también la forma en que el mundo presenció el salvaje atentado terrorista a Estados Unidos mirando cualquier noticiero en la televisión. Después del segundo impacto, se supo que no se estaba frente a un choque accidental de un avión, sino a aviones comerciales secuestrados con pasajeros.