Casi se cumplen 500 años del asesinato, el 28 de febrero de 1525, del Ueyi Tlahtoani Cuauhtemotzin, en Teotilac, cerca de Izcancanac, hoy estado de Tabasco. Hernán Cortés no podía matarlo en México-Tenochtitlan, tenía que cometer su crimen en un lugar aislado, en medio de la selva. El pretexto fue llevarlo a acompañarlo a las Hibueras en persecución de Cristóbal de Olid. De hecho, éste ya había sido asesinado por Francisco de las Casas en los momentos en que la expedición de Cortés se dirigía a lo que hoy es Honduras.
Lo mataron a traición, a sangre fría y no solo a él sino a los otros tlatoanis integrantes de la Triple Alianza, a Coanacoch de Texcoco, a Tetlepanquetzal de Tacuba y de paso a Fray Juan de Tecto, confesor del Rey de España, de quien temía Cortés que hiciera saber al Rey todos sus crímenes.
Una vez asesinado, Cuauhtémoc fue conducido por Tzilacatzin y una treintena de valientes guerreros a Ixcateopan porque ahí era su lugar de nacimiento.
Está plenamente documentado que los restos que permanecen en Ixcateopan pertenecen al último Ueyi Tlahtoani. Fueron descubiertos por Motolinia en la casa grande de su familia y los enterró en otro lugar para salvaguardarlos mejor, en el sitio, construyeron un momoxtle, luego una capilla y luego la Iglesia de Santa María de la Asunción. Para identificarlos colocó en la tumba un medallón de cobre con la siguiente inscripción: “1525-1529 Rey e S Caroteno”, además escribió y firmó un documento para que quedara memoria del sitio del entierro. El documento pasó de generación en generación, durante siglos, al desgastarse el papel se hicieron copias del documento original conteniendo y transmitiendo la información veraz.
El Dr. Salvador Rodríguez Juárez depositario de los documentos secretos, los da a conocer en febrero de 1949, armando revuelo nacional. El INAH manda a investigar y verificar los documentos a la mejor paleógrafa de México, Eulalia Guzmán, quien llega a Ixcateopan y constata que son copias de un documento auténtico, no conforme con eso convoca a los ancianos de alrededor de 90 años para cerciorarse de que la historia oral de Ixcateopan corresponde con lo escrito en el documento. Se tenía el dato exacto del entierro y ante los hechos Eulalia Guzmán se dispone a realizar la excavación, el INAH aduce falta de presupuesto, pero se cuenta con el apoyo del gobernador de Guerrero, Baltazar Leyva, para financiar el trabajo. Al no llegar oportunamente el arqueólogo del INAH, Carlos Margaín, el gobernador presionó para iniciar la excavación.
Luego de días de trabajo, llegó el momento clave, el 26 de septiembre de 1949, debajo de una laja de piedra, apareció una placa de cobre con la inscripción: “1525-1529 Rey e S Coatemo”, y un entierro que tenía 400 años, dado que la Iglesia se construyó en la primera mitad del siglo XVI. La placa iba acompañada de una punta de lanza de cobre nativo, las cuentas de jade que revelaban la edad de Cuauhtémoc al ser asesinado, dos anillos que acreditaban, uno su egreso del calmécac y el otro, su exaltación como hueyi tlahtoani, un fragmento de cristal de roca y restos óseos calcinados (Mendoza, 2003). El 85% pertenecía a un solo individuo, el atlas mostraba que era masculino, lo que se determinó con la técnica told y por las características del fragmento del hueso iliaco, además de las dimensiones, proporciones e inserciones musculares observadas en huesos como el fémur, el húmero y la clavícula; una cuestión sumamente importante: tenía el tercer metatarsiano del pie derecho quemado, se determinó una edad de alrededor de 25-30 años, alto, de alrededor de 1.80 m y atlético, huesos muy antiguos y en proceso de descomposición. Como es frecuente en entierros secundarios, también se encuentran, además, otros huesos.
¡Se habían encontrado los restos de Cuauhtémoc, en el preciso lugar que lo señalaban los documentos y la historia oral, además de constatar que los restos tenían las mismas características correspondientes al tlahtoani! Y se encontraron en Ixcateopan, ni más ni menos, porque ahí nació, porque hubo todo un pueblo que recibió su cuerpo sacrificado y durante siglos guardó tanto sus restos como el secreto.
Al descubrirse dónde descansaba Cuauhtémoc hubo una explosión nacional de júbilo, de esperanza, de seguridad de ver renacer nuestro México, soberano libre de dominio extranjero. Esto preocupó a los proyanquis y prohispanistas que permanentemente han luchado por destruir nuestra cultura ancestral.
Para negar el hallazgo del último tlahtoani, divulgaron la versión de Fernando de Alva Ixtlixóchitl, de que había sido nativo de Tlatelolco. Es la única fuente que afirma esto, luego lo repitieron Luis González Obregón, Salvador Toscano y Alfonso Caso.
Incluso Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo dan testimonio que Cuauhtémoc era originario de Ixcateopan, llamado en aquel entonces Zompancuahuithli. Narra Bernal que en Mataltzingo y Tulapa, jurisdicción de Ixcateopan, Cuauhtémoc (a quien llamaba Guatemuz) tenía muchos parientes por parte de madre y juntaron un ejército para apoyar la defensa de Tenochtitlan (Díaz del Castillo, 1955, p. 414), pero Cortés mandó a Andrés de Tapia a combatirlos. También Cortés dice que estaban esperando el socorro de Mataltzingo, su principal expectativa. Su pueblo natal no iba a abandonar a Cuauhtémoc (Cortés, 1963, p. 126). Pero los refuerzos fueron atajados por el ejército invasor.
El Códice Tlapa de 1576 interpretado por Saturnino Téllez Reyes, reafirma a su vez la información de que Cuauhtémoc nació en Ixcateopan.
La versión del tataranieto de Ixtlixóchitl además de falsa, proviene de un descendiente del máximo traidor del Anáhuac y cómplice de los invasores españoles. Ixtlixóchitl traicionó a su familia, a su pueblo de Texcoco y a la Triple Alianza a la que pertenecía, para convertirse en un instrumento del invasor Hernán Cortés.
El hallazgo que le llevó a Eulalia siete meses de arduo trabajo, fue descalificado en unos pocos días por una Comisión Oficial que cumplió el encargo del presidente Miguel Alemán y de Washington, de negar su autenticidad. El instrumento fue el querido maestro e íntimo colaborador de Miguel Alemán, Alfonso Caso, que recién había sido su Secretario de Bienes Nacionales, después de ser el primer director del INAH, heredándole el puesto a su discípulo Ignacio Marquina.
El gobierno de Alemán, a través de su secretario de Educación Pública, Manuel Gual Vidal integran la primera comisión Marquina- Zavala con la consigna de negar el hallazgo, en esa comisión no integran a Eulalia Guzmán sino a Silvio Zavala, colaborador del Centro de Estudios Históricos de Madrid y a otros que “al vapor” el 14 de octubre, y habiendo estado menos de un día en Ixcateopan, el 8 de octubre, negaron el hallazgo.
Estalló un escándalo nacional, el pueblo no aceptó el dictamen y el presidente Alemán, asustado, anunció “nuevas investigaciones”.
Ante esa situación, Eulalia Guzmán se apoya en los científicos más connotados del país, pidiendo el auxilio del Banco de México que manda a investigar al mejor criminólogo del país, Alfonso Quiroz Cuarón. El 23 de noviembre, luego de un intenso trabajo este experto entrega al presidente Miguel Alemán varios estudios, dictámenes y el resultado de investigaciones que prueban, sin lugar a dudas, a través de estudios científicos, la autenticidad del hallazgo. Para lavarse las manos, al mes y medio, Alemán anuncia la creación de una nueva comisión, la llamada Gran Comisión que comienza sus trabajos el 6 de enero de 1950, organizada por Alfonso Caso, el encargado de llevar las actas fue Wigberto Jiménez Moreno otro hispanista discípulo de Caso. En febrero de 1951 dan a conocer otro dictamen negativo, aunque la Comisión se dividió y el gran peritólogo José Gómez Robleda se opone al dictamen y demuestra punto por punto su falsedad. Se deslindó de la misma y aceptó la autenticidad. Y así quedó la cosa, las dos comisiones dijeron que “no podían comprobar que los restos eran de Cuauhtémoc” sin negarlo explícitamente.
Eulalia reunió un equipo de los científicos más reconocidos de México: Alfonso Quiroz Cuarón, el mejor antropólogo físico de América Latina, José Gómez Robledo, iniciador de los estudios periciales de la Procuraduría General de Justicia.
El ingeniero José Cuevas realizó estudios de mecánica de suelos para demostrar que las rocas y tierra que cubría la tumba y en las que se asentaba el altar sin cimientos permanecieron intocados desde antes de 1539; Luis Chávez Orozco, gran historiador, demostró ampliamente que Florencio Juárez no pudo haber inventado la Tradición de Ixcateopan y simulado el entierro, como argumentaron los detractores. Los ingenieros Ignacio Díez de Urdanivia y Rafael Illescas hicieron estudios químicos que demostraron la antigüedad de los objetos de cobre hallados en la tumba, de la placa y de las letras inscritas; la especialista Ana María Herrera concluyó que la inscripción fue grabada en el siglo XVI; Ezequiel Ordoñez, geólogo, constató también la oxidación y antigüedad de la placa y los huesos; Alejandro von Wuthenau estudió el templo, constatando que fue construido en 1539; Liborio Martínez, ilustre anatomista, realizó estudios osteológicos; el biólogo Isaac Ochoterena avaló la solvencia científica de Eulalia Guzmán. De 1949 a 1951 se realizaron más de 20 estudios científicos que corroboraron la autenticidad de los restos (Quiroz Cuarón, 1973). Así se comprobó científicamente que los restos de Cuauhtémoc en Ixcateopan son auténticos.