Los bravucones políticos no se acaban, al contrario, crecen y se fortalecen con el apoyo popular.
Las motivaciones intrínsecas en un líder autoritario están vinculadas a una combinación de factores psicológicos, emocionales, sociales y personales. Entre las explicaciones de los especialistas está la necesidad de control y poder ante una creencia distorsionada de que se vive en anarquía; o la desconfianza de los procesos democráticos existentes y el consiguiente remedio de poner fin a ellos; o el ego y autoimagen de grandeza y deseo de ser venerados por las masas; o el sentido de misión que justifica un estilo de gobierno imparable por el “bien de la nación”.
No se trata de la crítica a la oposición que es esperable de los políticos y de quienes pretenden asumir el poder. El punto es cuando su estilo de liderazgo es amenazante y pretenden imponer sus visiones políticas, a veces radicales, haciendo a un lado las estructuras legales existentes.
Hay varios mecanismos para no permitir el avance de los líderes autoritarios. Uno de ellos, según Levitsky y Ziblatt en su libro, “Cómo las democracias mueren” proviene de los partidos políticos, es decir, que actúen como filtros para mantenerlos fuera del poder.
Esta visión tiene sentido, sin embargo, el problema es cuando el líder tirano actúa como si fuera el dueño del partido; sabe cómo imponerse para buscar legitimidad y reparte dádivas “comprando” lealtad y apoyo a través de amenazas o promesas. Bajo un alto costo, los partidos no están dispuestos a renunciar a victorias electorales y posiciones de poder y prefieren “vender” su alma al diablo.
Estos autores señalan cuatro indicadores del comportamiento autoritario: 1) Rechazo o débil aceptación de las reglas democráticas del país; 2) negación de la legitimidad de los adversarios políticos; 3) tolerancia o fomento de la violencia; y 4) predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación.
Los políticos bravucones han podido llegar a la presidencia de sus países. La historia y la realidad actual están llenas de ejemplos.
En su más reciente editorial en el NYT, el periodista Jack Nicas hizo un análisis muy interesante sobre la situación de Venezuela y Nicolás Maduro quien pretende un tercer mandato consecutivo de seis años.
“…después de otra dudosa victoria electoral, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, parece firmemente en el poder. La única amenaza real potencial, según muestra la historia, podría provenir si sus propias fuerzas de seguridad lo traicionan”.
“…En una verdadera democracia, los políticos deben ganar el apoyo de la mayoría de los votantes para mantenerse en el poder. En regímenes autoritarios, los dictadores suelen estar respaldados por un pequeño círculo de figuras influyentes” expresó el periodista.
“…La pregunta entonces es: ¿Qué haría que las fuerzas de seguridad se volteen? …En otros países, cuando han surgido señales de que un dictador está perdiendo el poder, los oficiales militares han traicionado rápidamente al dictador para protegerse. A veces eso ha significado intentar un golpe de estado. Otras veces ha significado alinearse con la oposición” señaló el editorialista.
La historia de México refiere traiciones en el interior del gobierno. Antonio López de Santa Anna ocupó la presidencia en múltiples ocasiones entre 1833 y 1855 mediante maniobras políticas y golpes de estado. Anastasio Bustamante se rebeló contra Vicente Guerrero en 1829 y tomó el poder; también fue presidente en varias ocasiones.
Porfirio Díaz se rebeló primero contra el presidente Benito Juárez en 1871 y luego militarmente contra Lerdo de Tejada en 1876 para ocupar la presidencia de 1876 a 1911. Victoriano Huerta era comandante del Ejército Federal y asesinó en 1913 a Francisco Madero quien era presidente.
Se puede pensar que son necesarios los balazos en lugar de los abrazos dado que los tiranos no están dispuestos al diálogo. Pero terminar una dictadura mediante la violencia corre el riesgo de que una nueva lo asuma y además, los “baños de sangre” los sufre la ciudadanía. Se debe privilegiar el cumplimiento del estado de derecho y lo que establezca la legalidad.
Las protestas sociales, cuando no son reprimidas, y los bloqueos internacionales son mecanismos que pueden funcionar, pero lleva mucho tiempo recuperar la democracia, ahí tenemos el caso de Cuba.
El principio es la participación ciudadana y no votar a favor de líderes autoritarios o por los partidos que los postulan porque una vez que están en el poder, no lo dejan y además, destruyen a las instituciones democráticas del país que por lo general requirieron de años para tenerlas.
A veces los problemas de un país pueden demandar soluciones radicales, pero se debe tener cuidado y analizar el estilo de liderazgo de quien promete remediarlos en poco tiempo. Pueden parecer corderos.
Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com