El maillot amarillo se aprovechó del duelo entre Vingegaard y Evenepoel para sumar su quinta victoria. El danés asegura la segunda plaza del Tour.
Tadej Pogacar gana incluso sin querer. El insaciable líder no salió en esta penúltima etapa con la intención de sumar su quinta victoria, pero la pelea entre sus dos perseguidores, Jonas Vingegaard y Remco Evenepoel, le dejó el triunfo en bandeja. Y no lo desperdició. Pogacar llegó destacado con su eterno rival a la cima del Couillole, por momentos parecía que le iba a ceder el honor, pero el escorpión no puede ir en contra de la naturaleza, y le pegó el picotazo final. Sus dos derrotas en los dos años anteriores todavía escuecen. Vingegaard no ganó, pero aseguró la segunda plaza del podio, con 2:50 minutos de ventaja, ante un valiente Evenepoel, que jugó sus cartas… y perdió.
Mikel Landa había ilusionado con un anuncio de ‘landismo’. Cuando corría para Chris Froome, acompañaba esos desafíos de la etiqueta #FreeLanda. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ahora, Landa pide permiso al jefe: “Si Remco no me necesita, intentaré el asalto a la cuarta plaza”. Curiosamente, ese ha sido su tope en el Tour, dos veces cuarto, en 2017 y 2020, cuando era un ciclista de ida y no de vuelta. A sus 34 años, en funciones de gregario, acabar en ese puesto hubiera sido un éxito. Pero parece más condenado a al quinto, y primer español, que tampoco está nada mal.
Landa intentó meterse en los primeros cortes de la jornada, cuando la subida a Braus seleccionaba la escapada. No entró, pero había un plan alternativo. A 70 kilómetros, una vez coronado el interminable Turini, el Soudal se puso a trabajar en cabeza por primera vez en esta edición. ¿Todo por Landa?, soñaban las landistas. Obviamente, no era así. La estrategia del equipo belga iba más allá. Evenepoel necesitaba darle un mordisco a la renta del danés para poder asaltar la segunda plaza en la contrarreloj final de Niza. De paso, claro, Landa también iba a tener su oportunidad al lado de su líder. El sueño de una tarde de verano era verles cruzar juntos la meta. De la mano. La realidad, sin embargo, devolvió a Mikel a su sitio de escudero. Y tiró del grupo de elegidos para lanzar a Evenepoel. Los dos demarrajes del flamenco no hicieron el daño esperado. Vingegaard no solo respondió, sino que le remachó para sentenciar el segundo puesto. Pogacar tiene buena relación con Evenepoel, así que seguramente no veía con malos ojos un castigo al enemigo común. Pero dejar vencer a su verdugo de los dos últimos años, ya era otra historia.
El UAE Team, a diferencia del viernes, dejó hacer. No puso demasiados impedimentos a la fuga de la jornada, en la que sí colocó a un enrabietado Marc Soler, que buscaba el desquite de sus meteduras de pata y de sus alardes de mala educación de los días anteriores. Soler ha ocupado tristemente los titulares de los medios, y los virales de las redes, después de llamar “retrasado” a un cámara de televisión en plena carrera. No contento con eso, el día después justificó su acción, en lugar de pedir perdón. Y una jornada más tarde, molesto por la censura que hizo TVE de su comportamiento, protagonizó una borde entrevista ante el micrófono de Josué Elena. Ni una disculpa. Soler, un buen corredor, ganador de dos etapas de La Vuelta y de una París-Niza, tuvo su chance. Una cosa no quita la otra. Pero cuando empezaron las hostilidades en la ascensión final, se quedó… retrasado.
Soler compartió la fuga con un grupo rebosante de calidad, donde volvió a entrar Richard Carapaz, por cuarto día consecutivo, para asegurar el maillot de campeón de la Montaña. También estaba Enric Mas, que ha ido a más. Y Romain Bardet, el primer líder de la carrera, en busca de un último baile en el Tour. Y dos ciclistas del Visma, Jan Tratnik y Wilco Kelderman, para exprimir su oportunidad o para echar una mano al capo Vingegaard, si hubiera hecho falta. Y Jasper Stuyven, un clasicómano fuera de sitio. Y más… Un grupo potente, como ocurre siempre en estas últimas etapas de la Grande Boucle. La selección final dejó un mano a mano entre Carapaz y Mas, que se repartieron de lo lindo en un espectacular pulso que, finalmente, no dejó premio para ninguno de los dos. Más allá de la admiración por su empuje. Sombrerazo.