Acaba de concluir la zafra 2023-2024, cuyos resultados aún no han sido anunciados oficialmente, y la Unidad Básica de Producción Cooperativa (UBPC) Rigoberto Corcho de la provincia de Artemisa, 60 km al suroeste de La Habana, se prepara para comenzar la campaña de siembra, pero con «cero recurso».
«Aquí lo único que hay es sacrificio, consagración, dedicación a la tarea», declara a la AFP Reinaldo Espinosa, de 54 años y administrador de esta cooperativa que, como todas las de su tipo, venden sus cosechas al Estado.
Espinosa destaca que el rendimiento de la empresa cayó en el último lustro de 84 a 28 toneladas de caña por hectárea, y enumera un rosario de obstáculos: «Cero fertilizante, cero herbicida», falta de combustible y apagones «con bastante frecuencia en horario productivo».
«Es bien difícil», apunta. Reclama que esa situación con los insumos «tiene que cambiar» si se quiere «rescatar la producción cañera» y la industria del azúcar, de la que el país fue antaño el primer exportador mundial.
Cuba está sumida en su crisis más grave desde la generada por la implosión del bloque comunista soviético en 1991. ¿Las razones? El recrudecimiento del embargo impuesto por Washington desde 1962, las debilidades estructurales de su economía centralizada y una reforma financiera que no alcanzó el resultado esperado.
«Estamos ociosos»
Las UBPC surgieron en 1993 para afrontar la difícil situación que enfrentaba el sector agrícola del país, que había perdido abruptamente el 75% de su comercio y su casi única fuente de créditos, Moscú.
Entonces, la mayoría de las granjas estatales fueron convertidas en cooperativas que tomaron en usufructo las tierras del Estado, que también vendió a sus antiguos trabajadores los medios de producción.
Para multiplicar sus ingresos, la Rigoberto Corcho instaló en sus predios una vaquería, un taller donde fabrica o repara carretas para transportar la caña y otros equipos agrícolas, así como una fábrica de materiales de construcción.
En el taller, el mecánico-soldador José Clavijo espera con ansias que lleguen la electricidad y el oxígeno acetileno para terminar una soldadura. «Estamos ociosos, no tenemos con qué trabajar», dice este hombre de 59 años.
Desde marzo Cuba enfrenta otra racha de apagones provocados por la dificultad que tiene el gobierno para adquirir el combustible y equipos para reparar las antiguas centrales termoeléctricas del país.
La falta de electricidad y de combustible también impide usar la maquinaria de riego y de deshierbe.
Hay que «fajarse con la guataca (azadón), que es lo que estamos haciendo, y a machete, porque no tenemos más nada», agrega Leonardo Hernández, de 64 años y otro directivo de la cooperativa.
En la fábrica de bloques, lozas y tanques de cemento también reina el silencio por falta de materia prima. «En las canteras también hay problemas (con el combustible) para traer los materiales», comenta la trabajadora, Mercedes Trujillo (57).
«El peor momento»
Hasta 1989, Cuba fue el mayor exportador de azúcar del mundo. Estados Unidos fue su primer cliente hasta 1960. Después llegó la Unión Soviética, que se lo compró a precios preferenciales.
La caída del gran hermano soviético precipitó el declive de la industria, que se aceleró con la baja de los precios del endulzante, la falta de inversiones y la reducción de los ingenios de 156 a 56.
Desde 2021 el grupo estatal AzCuba intenta frenar el decrecimiento del sector, pero la zafra 2022-2023 apenas alcanzó 350.000 toneladas de azúcar, el 4,4% de lo que Cuba llegó a producir hasta principios de la década de 1990.
La Rigoberto Corcho logró sobrecumplir en 22% su plan de entrega de caña durante la cosecha que concluyó en junio, con 10.250 toneladas, pero a costa de «un gran sacrificio», señala Espinosa.
Considera que el sector enfrenta «el peor momento» de su historia y que su recuperación, que pasa por «aumentar la siembra», tardará años.
En ese empeño, pide a sus 180 trabajadores no esperar milagros. «El único camino que tenemos es la lucha (trabajar)» y «cuando venga luz incorporarnos a las tareas».