Las mujeres han destacado en México en todo momento, en especial frente a invasiones extranjeras. Nuestra tierra ancestral ha sufrido varias invasiones, en primer lugar, la española, que duró 300 años, precisamente en la lucha por la Independencia se forjó México, como una nueva nación.
Tras la Independencia hemos sido invadidos varias veces por parte del vecino del norte, que en el siglo XIX se apoderó de más de la mitad de nuestro territorio. Posteriormente, tras una breve intervención de Inglaterra y España en la década del sesenta, sufrimos la invasión francesa, promovida por el emperador Napoleón III, aliado a los conservadores mexicanos y al príncipe austriaco Maximiliano de Habsburgo.
En esa época convulsionada, de vida y muerte para la Patria, sobresalieron mujeres valientes. Dolores García Leal, por ejemplo, vivió esa época. Cuando era bebé de pecho, comenzó la invasión norteamericana, estando su madre débil y enferma llegaron los oficiales gringos a su casa para decirle que debía dar alojamiento al general Taylor a su estado mayor y a los jefes. Doña Francisca se negó pretextando su estado de salud. Entonces el oficial, alzando la voz, le exigió que recibiera en su casa al general. Ella se puso furiosa y sin poderse contener le respondió. “Dígale a su general en jefe que venga y tome por la fuerza mi casa, de la misma manera que invade a México y nos arranca nuestras libertades, que yo, por mi voluntad, ni le alquilo el hospedaje, ni le sirvo”. Al enterarse el general Taylor fue en persona a pedirle disculpas a doña Francisca.
En ese clima patriótico creció Dolores, que además tenía un carácter enérgico y decidido. Cuando era una adolescente de 16 años, Francia invadió México con su ejército, el más poderoso del mundo, con la intención de dominarnos fácil y rápido, contaban con todo el apoyo de los conservadores. Las y los mexicanos encabezados por el presidente Benito Juárez, resistieron heroicamente y a pesar de que hubo un punto en el que llegaron a dominar las principales ciudades, la guerra de guerrillas que desarrollaban “los chinacos” no daban tregua a los extranjeros.
También destaca enormemente la memoria de la gran Agustina Ramírez “La Heroína de Mocorito” quien de igual forma se enfrentó a la invasión francesa. Vivía en Mazatlán, que tenía un importante valor estratégico, político y comercial. El puerto era el principal atracadero del Pacífico Mexicano, por lo que se volvía imprescindible y necesario que los patriotas tuvieran su control absoluto, ya que solo así afianzarían su presencia en el Noroeste de México.
En esa gesta murió su marido, Severiano. El dolor no quebró a Agustina, ella era una mujer fuerte, llena de energía y amor, de modo que transformó su pena en coraje contra los enemigos de México.
Quedó viuda y con 13 hijos, a quienes instó a que lucharan por su patria y los llevó a alistar a todos ellos al ejército republicano que enfrentó al Imperio y así sus vástagos con audacia se integraron a la lucha contra los ejércitos extranjeros que ocuparon casi todo el territorio nacional a partir de 1862.
En las batallas por Mazatlán participaban los hijos de Agustina, quien en todo momento les daba valor. El 2 de marzo de 1864 la Fragata La Cordeliére fue obligada a abandonar la Bahía de Mazatlán. Fue un gran triunfo, pero la invasión francesa continuaría con fuerza, se había ganado una batalla, pero no la guerra.
Durante los años 1865 a 1867 en diferentes combates murieron sus hijos: Librado, Francisco, José María, Manuel, Victoria, Antonio, Apolonia, Juan José, Juan Bautista, Jesús y su otro hijo Francisco. Cuando llegó a Agustina la noticia de la deserción de alguno de sus hijos, que militaba en las filas de la República, sin perder un minuto, se lanzó a encontrarlo y cuando lo ubicó fue por él y le pidió que regresara a filas, acompañándolo con el general en jefe y delante de él le indicó: “Hijo, espero que no volverás a querer matar a tu madre”. Y luego se dirigió al general y le dijo: “Aquí lo tiene Usted, no volverá a desertar, porque yo me moriría”. Su hijo volvió a la lucha con ímpetu y también, como su padre y sus hermanos mayores, murió valientemente combatiendo para desalojar a los invasores.
De modo que Agustina perdió en total a doce de sus hijos, quienes murieron en Mazatlán, Guadalajara, Colima y Querétaro. En Jalisco murieron tres hijos de la señora Ramírez, quedando el más chico herido; al aliviarse de sus heridas, su madre le dijo: “ándale mijo, los nuestros nos necesitan”, partieron a Mazatlán, donde se integró a la lucha con valor y ahí él también dejó su sangre y la vida.
A su vez, es inolvidable, la lucha de Ignacia Riechy “La Barragana”, apodada así en honor de Juana de Arco “La Barragana”, que luchó junto a Morelos. Ignacia, la heroína tapatía nació en Guadalajara, entre los años 1816 a 1818, se destacó por su lucha durante la Reforma y la Intervención Francesa. Venciendo los prejuicios de su época ayudó a la Revolución de Ayutla y la de Reforma con las armas en la mano. Posteriormente combatió durante la invasión francesa.
Un negro día, el 7 de julio de 1846, Leonarda González de 13 años se llenó de indignación cuando contempló cómo las tropas invasoras estadounidenses ocupaban las ciudades mexicanas de Monterrey y San Francisco, iniciando así la ocupación estadounidense de California. Toda su familia y su comunidad se opuso a la invasión de los yanquis contra su querida tierra mexicana.
Pasaron los años y desgraciadamente llegó otro golpe del extranjero, la invasión francesa, el 29 de agosto de 1864 las fuerzas francesas toman Monterrey de 1864 para imponer el “Segundo Imperio Mexicano”. Durante dos años se luchó en la región que se llenó de sangre, lágrimas y de notables ejemplos de patriótico valor por parte de mexicanas y mexicanos. Hasta el año 1866 la plaza seguía ocupada por los franceses.
Leonarda quería colaborar en la lucha contra el ocupante, entonces se presentó con el teniente coronel Antonio García que participaba en el Ejército Republicano, quien, dado el conocimiento que tenía la joven de la región, le encomendó servir como correo de los soldados mexicanos que defendían ese territorio. De ese modo Leonarda le hacía llegar importante información a los generales republicanos Francisco Garza Treviño, Tomás O Arce y Braulio García. Como ella estaba familiarizada con la geografía regional, se movía con cuidado por rutas muy escogidas, incansable para hacer llegar los mensajes que hábilmente escondía en sus vestidos o en la carga que aparentaba transportar. Ella era muy hábil y cumplía puntualmente su cometido. Conforme fue acumulando experiencia y con gran audacia llevaba armas, parque, medicinas y la más valiosa información, sin importarle arriesgar su vida. Hábilmente supo llevar adelante su labor clandestina.
Pero llegó el día en que fue capturado un correo, quien después de ser torturado delató a Leonarda. La buscaron con rabia y determinación hasta que dieron con ella y la detuvieron. La amenazaron de muerte si no delataba a los patriotas. Simularon que iban a fusilarla, pero Leonarda se mantuvo firme y enfrentó las amenazas con gran dignidad y valentía. No les dijo una sola palabra a sus captores, ni les dio información alguna, no pudieron doblegarla.
Hubo otras formas de luchar, vivir y morir por México. Ángela Peralta, por ejemplo, nació el 6 de julio de 1945 en Tlalpan, cuando era un hermoso y tradicional pueblo. Su padre, Manuel Peralta, se distinguió en la lucha contra el invasor norteamericano en Molino del Rey el 8 de septiembre de 1847, combatiendo a los yankis con enorme valor. Su enorme fuerza de voluntad le abrió muchas puertas. En el México del siglo XIX, había obstáculos inmensos para la mujer.
Pero una mujer con la voluntad de Ángela Peralta Castera, supo salir adelante, explotar su talento y llegar a ser una cantante soprano de fama nacional y mundial. En Europa la llamaban “El Cenzontle Mexicano” y en Italia era conocida como “Angelica di voce e di nome” (una Ángela por su voz y por su nombre). Todavía no llegaba a los 20 años y ya había conquistado los principales escenarios de la vieja Europa.
Comenzó a estudiar solfeo a los cinco años de edad. Luego de triunfar en el mundo, cantó I Puritani de Vincenzo en Veracruz, invitada por el presidente Benito Juárez y en beneficio de la guerra contra los invasores. Regresó a triunfar en Europa donde era considerada la mejor cantante de todo el mundo. A pesar del éxito, prestigio, ganancias, halagos y ofertas que le ofrecía Europa, en el punto máximo de su carrera, regresó a México en 1877 dándole la espalda a contratos millonarios.
Ella quería cantarle a su pueblo, por lo que emprendió una gira en el interior de México. Viajó por el norte de la República Mexicana. Se presentó en Querétaro, Celaya, Aguascalientes, Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí y Morelia, en el Teatro Progreso de Monterrey, en Saltillo, Durango y La Paz.
Corriendo todos los riesgos en Mazatlán, cantó Il trovatore y Aída, a pesar de que había una epidemia de fiebre amarilla de la que se contagió y le cobró la vida. Uno de los sobrevivientes de su compañía fue Juventino Rosas. Es de resaltar que Ángela, en vez de quedarse en Europa a gozar de fama, riqueza y gloria, optó por entregarle a México su arte y su vida.
Rescatar el nombre y el ejemplo de tantas y tantas mujeres que construyeron nuestro México es esencial para alimentar nuestra memoria histórica e identidad. En esta lucha han actuado hombro a hombro con los varones, ambos sexos, se unieron para alcanzar grandes metas, superar obstáculos, combatir a los enemigos del pueblo, revolucionar la vida, garantizar derechos. Es en la lucha social como se puede alcanzar la armonía en esta dualidad: mujer-hombre, para alcanzar la liberación nacional y social.
Nuestra cultura originaria era sabia y reconocía que todo en la vida y en la naturaleza es dual, mujeres y hombres unidos en la lucha, el pueblo todo unido y organizado será el motor para alcanzar nuevas victorias y la profunda transformación de la vida.