El campeón del mundo aventaja en 39s a Primoz Roglic en la prueba previa al Tour de Francia, en la que Ayuso y Rodríguez cedieron más de lo esperado, alrededor de minuto y medio.
La última vez que se cruzaron en la carretera, antes de romperse huesos en el descenso de Olaeta, Primoz Roglic era el líder de la Itzulia desde el primer día, desde una contrarreloj en Irún, 10 kilómetros tan solo, en los que había aventajado a Remco Evenepoel en 11s. Dos meses después, rehabilitación y campamentos en altitud para ambos, y ya con la sombra del Tour agobiándolos, el ciclista belga de la visera gigantesca –ya prohibido el casco-pasamontañas de Specialized–, cambió las tornas devolviendo al esloveno el segundo por kilómetro, y un poco más, aventajándolo en 39s en los 34,4 kilómetros duros y calurosos (49 por hora de media) del valle del Loira en el Dauphiné.
Como decía que había que hacer Jacques Anquetil, el único maestro de la especialidad, Evenepoel, nuevo maillot amarillo de la prueba, partió esprintando, aceleró a mitad de recorrido, fluido, potente, superrecogido en la bicicleta, todo uno, bici nueva, skinsuit nuevo, y terminó a toda. La misma enseñanza intentaron aplicar los dos mejores españoles, Juan Ayuso y Carlos Rodríguez, las esperanzas nacionales de un Tour florido, y ambos sucumbieron. Mantuvieron el pulso con el campeón del mundo belga en los 10 primeros kilómetros, los de menos relieve (17s cedió Ayuso, 27s, el andaluz), pero en los 24 restantes no pudieron mantener el ritmo. Ayuso, líder del UAE en el Dauphiné y lugarteniente designado de Tadej Pogacar en el Tour, cedió finalmente 1m 27s, y Rodríguez, líder del Ineos, 1m 41s, en el ámbito de 3s por kilómetro ambos.
Roglic comenzó más lento, peor que los españoles, pero se recuperó en los últimos kilómetros. “Siempre intento empezar a tope pero nunca lo consigo”, ironizó el esloveno, que regresará al Tour como líder único del Bora el año siguiente de ganar el Giro con el Jumbo y quedar tercero en la Vuelta de sus compañeros Sepp Kuss y Jonas Vingegaard. “Así que siempre estoy mejor al final. Estamos empezando a rendir bien. Esta era la primera contrarreloj real para mí. Digamos que la vasca fue un poco más que un prólogo o una carrera”.
En el Tour les esperan 60 kilómetros contrarreloj divididos en dos etapas (25 más 35), y más montañas aún, su territorio favorito, que las que les esperan en la Dauphiné el terrorífico fin de semana, tres finales en alto en los Alpes viernes, sábado y domingo. Los montes son su alegría y la pesadilla de Evenepoel, cuyo positivismo casi le hace víctima del llamado optimismo tóxico, tan dañino. “Estoy muy orgulloso y feliz y también el equipo que me rodea, mi familia, los miembros del personal, pueden estar realmente orgullosos de todo su trabajo, de todo el apoyo que me han dado”, dijo el belga en el que su pueblo para que, con su debut en la grande boucle, acabe la sequía de su país, uno de los pilares fundadores del ciclismo, en el Tour. Desde Lucien van Impe, ganador en 1976, ningún belga ha llegado de amarillo a París. “Ha sido un camino bastante largo [desde el 4 de abril, caída en la Itzulia], tres semanas casi sin bicicleta, luego solo cuatro semanas de entrenamiento y luego estar ya a este nivel es una buena señal de cara al Tour y también en mi preparación, pero queda aún mucho camino por recorrer”.
“¿Decepcionado? No, no. Estoy contento de seguir sobre la bici, así que es una mejora comparado con ayer, bromeó Roglic –segundo en la general ahora, a 33s del belga–, recordando que el día anterior se dejó un poco de piel y medio maillot y culotte en una caída tonta. “Después de la caída de la Itzulia he hecho muchos entrenamientos y, definitivamente, no he llegado aquí en mi mejor forma, pero ya contaba con ello. He preferido competir a seguir entrenando. Nunca hago este tipo de esfuerzos, casi una hora a tope, en los entrenamientos, así que seguro que pueden cambiar muchas cosas de aquí al final”.