Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022, intensificando una guerra que había comenzado ocho años antes con la anexión de Crimea en 2014. Para Ucrania, su existencia misma como Estado está en juego, mientras que Rusia espera que su ataque ayude a reafirmar su lugar en el mundo y restaurar su dominio sobre vecinos clave. Por otro lado, Occidente percibe el peligro que representa que Rusia logre cambiar violentamente sus fronteras, así como la importancia de debilitar a Rusia hasta un nivel en el que su existencia no sea un factor significativo en el nuevo orden mundial que apenas se está construyendo.
La fecha del 24 de febrero de 2022 quedará registrada en los libros de historia como el día en que Vladimir Putin desencadenó la primera guerra de agresión a gran escala en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Una guerra que nunca debió haber comenzado. Me atrevería a señalar que las posibilidades de una solución negociada aún parecen distantes. Por el lado ucraniano, no se ha renunciado a expulsar a Rusia de todo su territorio, incluida Crimea, mientras que Moscú no planea cesar en sus anexiones, especialmente tras la reciente victoria en la ciudad de Avdeevka.
Según datos de las Naciones Unidas, la cifra de víctimas civiles en estos 48 meses de conflicto asciende a más de 200.000 personas, a lo que habría que agregarle 6 millones de personas obligadas a refugiarse en otros países y cerca de 4 millones de desplazados. De acuerdo con la ONU, es difícil hacer un recuento independiente debido a la imposibilidad de acceder a los territorios ucranianos ocupados por Rusia, por lo que se supone que el número de víctimas podría ser mucho mayor. A esto se suma la destrucción del aparato productivo del país invadido.
Ucrania entra en el tercer año de la guerra con la incertidumbre sobre si seguirá recibiendo asistencia militar de Estados Unidos, donde congresistas republicanos bloquean el paquete de 60.000 millones de dólares propuesto por la Casa Blanca para seguir apoyando a Kiev a lo largo de 2024.
No obstante, parece que la guerra ha entrado en una etapa de estancamiento, fatiga y desgaste, ya que Ucrania y sus aliados comienzan a mostrar signos de agotamiento. Una señal de ello es que el Congreso de Estados Unidos mantiene bloqueado un nuevo paquete de ayudas impulsado por la Casa Blanca, mientras que la industria armamentística europea no está logrando producir al ritmo necesario para abastecer a Ucrania, lo que podría permitir al invasor retomar la iniciativa.
Según el Instituto Internacional para Estudios Estratégicos (IISS), con sede en Londres, el conflicto se encuentra sin avances importantes de ninguno de los contendientes; se ha convertido en una guerra de desgaste. Y para librarla, Ucrania seguirá necesitando el esfuerzo militar y económico de sus aliados, si se quieren alcanzar resultados inmediatos. Según ese instituto, la forma más eficaz para que Ucrania recupere su ventaja es construir una defensa eficaz y profunda que reduzca su número de bajas y sus necesidades de municiones.
Durante esos dos años de guerra, Ucrania se ha defendido de la invasión rusa con la ayuda de cantidades sin precedentes de armas, material y otros apoyos provenientes de Estados Unidos y Europa. Si ese apoyo disminuye, se abriría la puerta a la victoria rusa, lo que no sólo privará a Ucrania de su soberanía y socavaría su integridad territorial, sino que también alentaría un mayor aventurerismo ruso y dejaría a Europa preparada para más conflictos y mayor inestabilidad.
Pero el frente de batalla no solo ha dejado un desastre humanitario sin precedentes, sino que también está dejando al descubierto muchos cadáveres insepultos en el escenario político mundial. Una muestra de ello es que las Naciones Unidas han dejado de ser el centro de gravedad diplomática para Ucrania, tal y como lo señala la organización CRISIS GROUP: “En una reunión de la Asamblea General sobre el primer aniversario de la agresión rusa en febrero de 2023, 141 de los 193 miembros de la ONU apoyaron una resolución que pedía una «paz justa, integral y duradera» en Ucrania, incluida la exigencia de una retirada rusa. Este año, Kiev y sus aliados no pidieron una votación sobre un texto similar. Esto se debe, en parte, a que la resolución del año pasado sigue vigente. Pero, los diplomáticos occidentales son francos al decir que no están seguros de que puedan obtener un nivel similar de apoyo ahora”.
Lo anterior podría deberse a dos factores: uno es que muchos miembros de la ONU, después de haber declarado su apoyo a Ucrania en 2022 y principios de 2023, quieren centrarse en otras cuestiones; y el segundo se refiere a la otra guerra que se está librando en Medio Oriente, ya que Occidente ha fracasado en adoptar una posición única a favor de un alto el fuego en la guerra entre Israel y Hamás, lo que ha provocado que muchos países pierdan un poco de interés en el tema. En los pasillos de la ONU se comenta que los embajadores que votaron en solidaridad con Kiev en el pasado ahora se preguntan por qué las potencias involucradas en la guerra en Ucrania no han mantenido una posición coherente con Gaza.
Por lo tanto, muchos países se están inclinando a dedicar más tiempo a temas relacionados con el desarrollo y el cambio climático, temas que preocupan a los países con economías en desarrollo. A esto habría que agregar que el trabajo diplomático de Ucrania no se ha centrado en la ONU; se ha dedicado a trabajar directamente con sus aliados, convocando reuniones de asesores de seguridad nacional de países occidentales y no occidentales en lugares como Copenhague, Riad y Davos, donde se discute la guerra. Si bien el formato tiene ventajas para todas las partes, los participantes no hablan en público ni votan sobre condenas a favor o en contra de Moscú como lo hacen en la ONU, pero Zelensky puede contar su presencia como una victoria.
En lo que respecta a Rusia, se encuentra en medio de un proceso electoral que se llevará a cabo en marzo próximo, del cual no se espera ningún cambio. El escenario está preparado para reelegir a Putin, motivo por el cual los objetivos políticos de Rusia no van a cambiar y la guerra podría extenderse durante todo el año 2024 y quizás hasta el 2025.
La pregunta es: ¿Quién ganará la guerra? Por principio, en una guerra nadie gana; todos pierden. Tal y como están las cosas, ninguno de los bandos ha ganado, ninguno ha perdido, ninguno está cerca de rendirse, y los dos bandos han agotado prácticamente los recursos humanos y materiales con los que comenzaron la guerra.
Es importante señalar que hay un amplio consenso entre expertos y políticos acerca de que la situación en el frente se ha tornado desfavorable para Ucrania en los últimos meses. Según esos mismos expertos, una muestra de ello sería la caída de Avdeevka.
Hacer un balance de un conflicto con la participación indirecta de decenas de países es muy complejo, ya que se deben tomar en cuenta el plano táctico y estratégico, así como las dimensiones militares, políticas y económicas, tanto a nivel nacional como internacional.
La investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Real Instituto Elcano, Mira Milosevich-Juaristi, indica lo siguiente: “En estos momentos, creo que, a nivel táctico, Rusia está ganando la guerra. Pero no está logrando sus objetivos políticos”. A mi parecer, esto indica que el principal objetivo político de Rusia es convertir a Ucrania en un Estado subyugado y alejado de Occidente, algo que, hasta el momento, no ha logrado.
Los avances rusos sobre el terreno en Ucrania vienen acompañados de una hemorragia tremenda, no sólo en términos de bajas, sino también en la necesidad de reconvertir la economía de Rusia, ya frágil debido al monocultivo de hidrocarburos, en una economía de guerra.
Además, Rusia enfrentará más dificultades a nivel internacional, no sólo con respecto a los países occidentales, sino también al aumentar su dependencia de China e India, que son sus principales compradores de hidrocarburos. En el caso de China, el riesgo de dependencia de Rusia es extremadamente alto, ya que gran parte de la tecnología que Rusia no puede producir proviene de China. Además, Pekín exige condiciones favorables por su papel de proveedor de energía política, como se evidencia en su exigencia de mejores condiciones para la implementación de un nuevo gasoducto entre ambos países.
Si bien es cierto que el conflicto en Ucrania no es una guerra mundial, también lo es que tiene un impacto global. Por un lado, Ucrania recibe apoyo de Occidente, mientras que Rusia, por otro lado, cuenta con suministros de armas por parte de Irán y Corea del Norte, y con el respaldo político y económico de China. Por lo tanto, cualquier evaluación de los dos años de guerra debe tener en cuenta el escenario internacional, cuyos resultados revelan enormes reveses para Rusia, gestados en el pasado reciente y que resultarán en frutos amargos en el futuro.
Uno de esos reveses es la ampliación de la OTAN, a la que ya se han sumado Suecia y Finlandia, dos refuerzos significativos para la Alianza que también aumentan la extensión de su frontera con Rusia, convirtiendo el mar Báltico en una suerte de lago de la OTAN. Además, se suma la «Guerra de los Monumentos y Símbolos» que se está llevando a cabo en los países bálticos. En ningún país de la Unión Europea ha impactado la guerra en Ucrania como en las repúblicas bálticas, donde se ha exacerbado la sensación de fragilidad y vulnerabilidad ante el expansionismo ruso, y se han reavivado los traumas del estalinismo. Mientras los líderes de Estonia, Letonia y Lituania aceleran los planes para demoler los monumentos soviéticos que quedan en sus espacios públicos y erradicar la enseñanza del ruso en sus sistemas educativos respectivos.
En los últimos años, una parte significativa de la población de estos tres países ha comprendido hasta qué punto dependen del respaldo de la OTAN, sobre todo en momentos de incertidumbre sobre el futuro. En estos países, el derribo de estatuas y bustos de Lenin comenzó a finales de los ochenta, cuando se tambaleaba la URSS y las garras de Moscú perdían fuerza. Con la anexión ilegal de Crimea por parte de Rusia y los primeros combates en la región ucraniana de Donbás en 2014, se reactivó el interés por eliminar los rastros del pasado soviético. Pero durante los últimos 24 meses, la destrucción de estos símbolos ha sido más intensa que nunca.
Cientos de monumentos han sido derribados o retirados, y se han renombrado innumerables calles, parques, teatros y escuelas. Esto explica por qué, el 13 de febrero del corriente año 2024, el Gobierno ruso emitió una alerta de búsqueda y captura contra Kaja Kallas, la Primera Ministra de Estonia, y decenas de políticos bálticos, argumentando que “deben ser condenados por los crímenes contra la memoria de quienes liberaron al mundo del nazismo y el fascismo”. Es importante recordar que en 2020, Putin firmó una ley que castiga con cinco años de cárcel a quienes destruyen monumentos de la era soviética en el extranjero. Con lo que intenta aparentar que tiene derecho a aplicar su legislación en el espacio postsoviético, y al mismo tiempo envía una señal al resto del mundo de que pretende erosionar y debilitar la soberanía de los países bálticos.
Para concluir, es importante destacar que el mundo se encuentra en un punto de inflexión en la trayectoria de la guerra. Aunque los ucranianos siguen firmes en su lucha, el escenario político de Estados Unidos está dificultando que una victoria para Ucrania parezca más difícil de alcanzar que nunca. Todo depende de lo que suceda en Washington en los próximos días y semanas, ya que asegurar la aprobación del presupuesto para la financiación de Ucrania por parte del Congreso se ha convertido en un desafío político mucho mayor de lo esperado. Y cuanto más se acerca la carrera presidencial y la elección del candidato que representará al partido republicano, menos probable es que Ucrania reciba fondos adicionales hasta después de las elecciones de noviembre.
Como señala la Dra. Mira Milosevich-Juaristi, “es muy importante la voluntad política y la convicción, por parte de los líderes políticos y la ciudadanía, de que invertir en la defensa de Ucrania supone disuasión, es como pagar una prima de seguro por el riesgo de guerra con Rusia, lo que resultaría mucho más barato que una guerra directa contra Rusia”.