Cuando era presidente, Donald Trump impuso un arancel del 25% para el acero extranjero, lo que golpeó duramente a Clips & Clamp Industries, un proveedor de la industria del automóvil de Michigan, al encarecer sus materiales y hacerlo menos competitivo con empresas internacionales.
El presidente de la compañía, Jeff Aznavorian, pensó que la llegada al poder de Joe Biden le iba a dar un cierto respiro. Pero el presidente ha mantenido muchos de los aranceles a China, entre ellos el del acero y el aluminio.
“Me sorprendió que un gobierno tan diferente ideológicamente haya mantenido estas políticas”, le dijo Aznavorian a la AP, recordando cómo el presidente Bill Clinton había luchado por un comercio internacional más libre. “Aquello está muy lejos de la administración Biden en 2024”.
Y Trump, que se ha hecho un abanderado de los aranceles a los productos internacionales, trató de golpear a los socios comerciales de Estados Unidos con impuestos a las importaciones, prometiendo reducir los déficits comerciales del país, especialmente con China.
Presionó a México y Canadá para que aceptaran renegociar un acuerdo de libre comercio en América del Norte que, según Trump, había destruido empleos manufactureros en Estados Unidos. También persuadió a China para que aceptara comprar más productos agrícolas estadounidenses.
Pero todos sus esfuerzos no sirvieron para revivir la base manufacturera (los empleos en las fábricas representan una proporción menor del mercado de trabajo que antes de su presidencia) ni redujeron los déficits comerciales de Estados Unidos.
Ahora, Trump promete más de lo mismo si consigue un segundo mandato. En campaña, dice que buscará imponer un arancel del 10% a todas las importaciones y del 60% a los productos chinos.
«Yo lo llamo un anillo alrededor del país», dijo Trump en una entrevista con la revista Time.
Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analytics, advierte que las consecuencias serían perjudiciales. Los planes arancelarios de Trump, dijo Zandi, «provocarían una mayor inflación, reducirían el PIB y los empleos y aumentarían el desempleo, todo lo demás constante».
Un año después de que entraran en vigor los impuestos a las importaciones, estima Zandi, los precios promedio al consumidor estaban 0.7 puntos porcentuales más altos de lo que hubieran sido.
Un informe publicado el lunes, de Kimberly Clausing y Mary Lovely del Instituto Peterson de Economía Internacional, estima que para las familias en el medio de la distribución del ingreso de Estados Unidos, las propuestas arancelarias de Trump equivaldrían a un impuesto de al menos 1,700 dólares al año.
“Los aranceles no consiguen otros objetivos políticos más allá de causar daño a muchos trabajadores e industrias, provocando represalias de los socios comerciales, empeorando las relaciones internacionales y, al final, expandiendo el déficit comercial”, opinan Clausing y Lovely.
«En contraste con lo que frecuente y equivocadamente Trump dice de que los extranjeros pagan los aranceles, los economistas hace rato que explican que la carga la asumen quienes compran los productos importados», agregan.
«Los aranceles son una combinación de impuesto al consumo, en tanto sube el precio que pagan los compradores, y un subsidio a los productores, al subir el precio que los productores enfrentan cuando el venden a compradores internos».
Clausing y Lovely citan un reciente estudio que calcula que un arancel del 10% como el que ahora propone la campaña de Trupm supondría un aumento de la carga fical de un hogar medio de EEUU de $1,500.
Por qué en EEUU son tan populares las políticas proteccionistas
Pese a su efecto inflacionario, en los últimos años se ha formado un consenso a favor de cierto proteccionismo. Los críticos dicen que los traslados de fábricas a países con salarios bajos como México y China en la década de 1990 y principios de la década de 2000 engordó las ganancias corporativas y enriqueció a los ejecutivos e inversionistas, pero devastó los núcleos industriales estadounidenses que no podían competir con las importaciones baratas.
David Autor, destacado economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), concluía en un artículo de 2016 que, entre 1999 y 2011, las importaciones chinas baratas acabaron con 2.4 millones de empleos estadounidenses.
Más recientemente, el ascenso de China como el rival geopolítico número uno de Estados Unidos ha creado un esfuerzo bipartidista para reducir la dependencia de Estados Unidos de Pekín para el suministro de todo, desde productos farmacéuticos hasta minerales de “tierras raras” para automóviles eléctricos y teléfonos celulares.
Aunque la adopción más radical de estas políticas pueden haber comenzado con Trump, el descontento con el libre comercio y con una China cada vez más combativa se había ido acumulando durante años.
Uno de los primeros actos presidenciales de Trump fue deshacerse de un acuerdo de libre comercio que la administración del presidente Barack Obama había negociado con 11 países de la Cuenca del Pacífico.
Entonces Trump realmente se puso en marcha. Aprobó impuestos a las lavadoras y paneles solares extranjeros. Luego, calificó las importaciones de acero y aluminio como una amenaza a la seguridad nacional y las aplicó aranceles.
Finalmente, inició quizás la mayor guerra comercial desde la década de 1930: impuso aranceles a productos chinos por valor de $360,000 millones de dólares en aras de los esfuerzos de Pekín por superar la supremacía tecnológica de Estados Unidos mediante tácticas ilícitas, incluido el robo cibernético.
China respondió con sus propios impuestos de represalia: apuntó a los agricultores estadounidenses, en particular, para tratar de dañar al electorado de Trump en las zonas rurales de Estados Unidos.