Vivimos en un mundo en el que el concepto de verdad es objeto de burla en favor de afirmaciones absurdas y auto contradictorias, como: «¡No hay absolutos!» y «¡Toda verdad es relativa!» El hombre se enorgullece de su supuesta sabiduría hasta el punto de convencerse de que la inteligencia procede de la no inteligencia, la información de la no información y que lo que vemos, no lo vemos.
En un discurso pronunciado el 24 de julio de 2018, el entonces presidente Donald Trump dijo ante una asociación de veteranos ‘No crean lo que están viendo y lo que están leyendo, no es lo que está sucediendo’. Kellyanne Conway, la consejera Especial del Presidente, se había unido antes a la mentira en aquella famosa entrevista del programa de TV Meet the Press con el periodista, Chuck Todd, el 22 de enero de 2017. Todd le preguntó a Conway, sobre la exageración del verdadero número de la concurrencia en la inauguración de Trump hecha por el nuevo secretario de Prensa, Sean Spicer. «¿Por qué poner a Spicer ahí, por primera vez en su trabajo, frente a ese podio, para que diga una falsedad que se puede probar?». «Es algo trivial, pero es su primera vez que se dirige a la prensa, ¿y con una mentira?». Después de unos tensos
momentos, Kellyanne dijo algo que se repitió hasta el cansancio durante el gobierno de Trump.” Lo dicho por Sean Spicer son ‘Hechos alternativos.’
Aquí, vale recordar al famoso novelista inglés, George Orwell (Junio 25 de 1903- Enero 21 de 1950) autor de la aclamada novela 1984, que además fue un éxito cinematográfico. La trama, una anti-utopía, describe a una sociedad indeseable de sí misma. Ocurre en Oceanía, un país dominado por un gobierno totalitario que mantiene en constante vigilancia a sus ciudadanos e, incluso, insiste en espiar sus pensamientos para mantener el orden, de ahí se originó el concepto del vigilante “Gran Hermano”.
La verdad es aburrida. Es plana, objetiva y sin emociones. Y la verdad es complicada. Como señaló el escritor Oscar Wilde, «La verdad nunca es pura y rara vez es simple». Y a menudo es difícil. Una de las cosas que aprendemos en la escuela es que la ciencia (la Verdad formalizada) es inaccesible para todos, salvo para unos pocos afortunados. En el «medio cultural» del mundo super vinculado de hoy, donde la difusión de las falsedades no está limitada por la distancia o incluso el tiempo, las ventajas inherentes a la Mentira se amplifican enormemente.
Nuestras mentes -evolucionadas para la supervivencia en el mundo de la experiencia de primera mano- tienen poca comprensión instintiva de la magnitud de lo que está ocurriendo en este nuevo entorno antinatural, y la sociedad moderna apenas ha empezado a apreciar la amenaza, y menos aún a erigir defensas contra ella. Así que nos encontramos en medio de esta pandemia de información falsa, correos de odio y ataques despiadados y desesperadamente hirientes en los medios sociales contra las personas que no piensan o concuerdan con otras. La forma cruel con que se acusó falsamente a mucho personal médico que estaba al cuidado de los pacientes que mueren de Covid-19, es un ejemplo actual. Y los valientes científicos que advirtieron hace tantas décadas sobre la inminente emergencia climática sufrieron ataques similares, muchos de ellos creados por negadores profesionales que levantaron dudas sobre la verdad hasta que ha sido casi demasiado tarde para intentar solucionar el problema.
¿A qué se debe esa asombrosa, de hecho, aterradora proporción de estadounidenses que siguen apoyando y creyendo en Trump? ¿Porque dijo que iba a combatir a «El Pantano de Washington» y sus diarios ataques la prensa liberal? También desafió la autoridad de la Verdad y la Razón en sí misma. Tal vez es la profunda razón – de la sin razón, que decía el Quijote, por la que lo apoyaron a toda costa y que siguen haciéndolo: porque su retórica no se limitó a ir en contra de la razón, sino que rechazó la Razón por completo. Les dijo que la Verdad no existía. Es notorio que todo lo que no le gustaba a Trump lo etiquetó como «¡Fake News!», enemigo de su gobierno y de “todos los buenos ciudadanos ̈”.
Así fue, Trump descubrió que podía decir absolutamente cualquier cosa, por muy escandaloso que fuera, el cambio climático era un engaño que desaparecía «como por arte de magia», el COVID se curaba ingiriendo cloro, ocasionando intoxicaciones y hasta muertes en quienes le creyeron. A pesar de esos y muchos otros engaños, no causó la más mínima diferencia para los fieles seguidores. Y así hasta el final, cuando simplemente se negó a reconocer la evidencia de que había perdido las elecciones de 2020, y mucho menos de forma contundente. Ha seguido repitiendo, una y otra vez, en tono estridente y sin pruebas, que las elecciones le habían sido
«robadas». Incluso después de que su patético grupo de abogados hiciera el ridículo y la afirmación hubiera sido desechada por todos los niveles del poder judicial en el país. Para sobrevivir, la democracia necesita un mínimo de verdad compartida. Con el asalto al Capitolio en Washington el 6 de enero de 2021, EE. UU. nos mostró lo peligroso que es cuando se lleva a millones de ciudadanos a negar un hecho importante y cuidadosamente verificado: quién ganó las elecciones. Para prosperar, la democracia necesita un cierto tipo de esfera pública, una en la que los ciudadanos y sus representantes participen en una discusión vigorosa y verídica sobre la base de hechos compartidos. En EE. UU. no faltan medios de comunicación diversos, libres y de propiedad privada, incluidos algunos de los mejores del mundo. El problema allí es que los estadounidenses se han separado en gran medida en dos mundos mediáticos divididos, con diferentes canales de televisión, emisoras de radio, canales de YouTube, páginas de Facebook y plataformas como Twitter, que muchas veces dan versiones incompatibles de la realidad. En ellos se discuten y afirman aberraciones como negar el Holocausto y predicar el nazismo. Esto será tema de mi próximo artículo.
En encuestas recientes, los votantes estadounidenses calificaron las «amenazas a la democracia» como el asunto más importante al que se enfrenta el país. En un momento de colapso climático, inflación, guerras y pandemia, esta es una aceptación notable sobre la fragilidad de los derechos y libertades fundamentales de Estados Unidos. Es por eso que las votaciones de medio término de noviembre son cruciales.
Para los amigos de LA VISION, dejo mi podcast con el relato de la famosa fábula, “La leyenda de la Verdad y la Mentira” de autor desconocido.