El Gigante Rojo reinó en UCLA y fue campeón y MVP con los Blazers. Las lesiones rompieron una carrera legendaria. Después ganó otro anillo con los Celtics.
Día triste en la NBA y en el baloncesto mundial. Bill Walton (La Mesa, California) ha fallecido este lunes a los 71 años tras una larga batalla contra el cáncer. “Bill Walton fue verdaderamente único. Como jugador del Salón de la Fama, redefinió la posición de pívot. Sus habilidades únicas y versátiles lo convirtieron en una fuerza dominante en UCLA y lo llevaron a ser MVP de la temporada regular y de las Finales de la NBA. Ganó dos campeonatos de la NBA y un lugar en los equipos del 50º y 75º aniversario de la NBA”, escribió Adam Silver, comisionado de la Liga norteamericana.
“Luego, Bill tradujo su contagioso entusiasmo y amor por el juego a las retransmisiones, donde entregó comentarios perspicaces y coloridos que entretuvieron a generaciones de aficionados del baloncesto. Pero lo que más recordaré de él fue su entusiasmo por la vida. Era una presencia habitual en los eventos de la Liga: siempre optimista, sonriendo de oreja a oreja y buscando compartir su sabiduría y calidez. Atesoraba nuestra estrecha amistad, envidiaba su energía ilimitada y admiraba el tiempo que dedicaba a cada persona que encontraba”, continuó el jefe de la NBA.
Hay algo que tiñe de leyenda maldita, al menos fuera de Estados Unidos, en los grandes de la NBA en los años 70. Porque lo que llegó después, a partir de Magic Johnson y Larry Bird justo cuando la gran Liga empezó a colarse en las casas de todo el mundo, hizo parecer que no había habido nada justo antes. En gran parte por eso, y más allá de los gigantescos Kareem Abdul-Jabbar y Julius Erving, no se suele valorar tanto como se debería a los John Havlicek, Elvin Hayes, Wes Unseld, Bob Lanier, George Gervin, Rick Barry, Bob McAdoo, Dave Cowens, Walt Frazier.
Bill Walton, un verso libre que después fue un excéntrico comentarista televisivo y un personaje que bordeó los contornos de la NBA. Vegetariano, activista y con el regusto hippy de sus años de protestas contra la Guerra de Vietnam, de su paso por los calabozos de Los Ángeles y de sus peleas con el mítico John Wooden, su entrenador en UCLA y su gran mentor vital, sobre si se cortaba o no de una vez el pelo. Lo hico, por cierto, cuando después de negarse por enésima vez Wooden le dijo: “Vale, te vamos a echar de menos en el equipo”. Walton, el padre de Luke (entrenador de los Kings, campeón con los Lakers de Kobe Bryant y Pau Gasol), y el jugador que pudo ser un top 10 de la historia, como mínimo. Pareció más que eso incluso, tanto en college como en sus picos de rendimiento en la NBA. Pero, sencillamente, acabó siendo una estrella robada por las lesiones. Tal vez la mayor de todas.
En el instituto tuvo lesiones feas de tobillo, pie y pierna, y pasó por el quirófano por una grave de rodilla. Con UCLA tuvo un problema de espalda que le obligó a someterse a una peliaguda operación un cuarto de siglo después, en 2009 y después de llegar al hospital sin poder caminar. Y en la NBA, llegó el desastre, sobre todo por culpa del pie izquierdo, el gran talón de Aquiles de un jugador superlativo. Las lesiones lo frenaron en sus dos primeros años en los Trail Blazers (fue número 1 del draft en 1974) mientras adquiría una injusta fama de jugador blando y se cuestionaban su dieta sin carne, su activismo político y la consiguiente falta de concentración.
Finalmente, su salida de los Blazers estuvo marcada por un agrio enfrentamiento con la franquicia, a la que acusó de no tener ni ética ni capacidad profesional para gestionar sus problemas físicos. Después de lesionarse en la temporada 1977-78, volvió en los playoffs en una decisión muy cuestionada de los médicos de la franquicia. Pidió el traspaso, no jugó en la siguiente temporada porque no se lo concedieron y se marchó en 1979 a su San Diego natal para jugar en los Clippers. Allí firmó por siete años y siete millones de dólares… y disputó 14 partidos en sus tres primeras temporada (1979-82). Después de su redención en los Celtics, otra vez las lesiones aceleraron el final de su carrera, en 1988, después de otra temporada sin jugar y antes de un intento fallido de volver en 1990.
Walton pidió perdón a Portland y a los Trail Blazers, donde fue mucho más que un jugador, en 2009. Lamentó su amarga salida del equipo en el que se convirtió en icono. Después expresó amargura por no haber podido triunfar en San Diego, su hogar. Y antes lo había hecho por despedirse con derrota de UCLA después de una trayectoria inolvidable. Fue en la Final Four de 1974, con dos prórrogas y en semifinales, tras dejarse remontar por North Carolina State. “Es un estigma que llevaré siempre en mi alma”, dijo. Su rival en esa noche negra fue David Thompson, número 1 del draft en 1975 y el jugador al que idolatraba Michael Jordan durante su infancia en Wilmington. El baloncesto le provocó mucha amargura pero también fue la pasión de su vida, desde que era un niño larguirucho, pelirrojo y con problemas para hablar que encontró en ese juego el oasis que relanzó su autoestima. Después, claro, se convirtió en una estrella extraordinaria.
Porque Walton fue campeón de la NBA y MVP de la fase regular y las Finales, dos veces campeón universitario y un pívot con una increíble capacidad defensiva y rebotadora y un instinto delicioso para crear juego en ataque desde el poste, de espaldas al aro. Sus pases nada más rebotear, antes de tocar el suelo, sus tapones y sus movimientos a cuatro metros del aro lo convirtieron en, durante un tramo, seguramente el mejor jugador del mundo. Wooden dijo que nunca había habido en College un pívot como él. Y Wooden había entrenador, justo antes, a Lew Alcindor, que después sería Kareem Abdul-Jabbar. Por consenso, el mejor universitario de la historia.
Walton se pasó, entre el instituto y la universidad, cinco años sin perder un partido. Con UCLA ganó dos títulos (1972 y 73) con dos premiso al Mejor Jugador de la Final Four y dos de Jugador Universitario del Año. Los Bruins estuvieron 88 partidos sin perder, una racha legendaria que acabó 19 de enero de 1974 en un partido contra Notre Dame en el que Walton jugó mermado por los citados problemas de espaldas. En su segundo año promedió 21,1 puntos y 15,5 rebotes con un 65% en tiros de campo para un equipo que ganó todos sus partidos por una media de 30 puntos de diferencia; en su estancia en UCLA 20,3, 15,7 y 5,5 asistencias con un balance de 86 victorias y 4 derrotas. En la final de 1973, contra Memphis State, jugó uno de los mejores partidos que se han visto en college: 44 de los 85 puntos de su equipo, 21 de 22 en tiros de campo, 13 rebotes. Un gigante entre hombres.
En la NBA, Walton dirigió a los Blazers al título de 1977, la explosión de una franquicia con solo siete años de vida y que hasta ese curso 76-77 no había jugado playoffs ni terminado con balance ganador. La llegada del entrenador Jack Ramsay y la unión en las zonas de Walton y el exABA Maurice Lucas dispararon a una cenicienta que en la final del Oeste (el único Kareem vs Walton que se vivió en playoffs) barrió en a Lakers y en las Finales remontó un 2-0 a los Sixers con cuatro victorias seguidas. En la serie contra Kareem, Walton promedió 19,3 puntos, 14,8 rebotes, 5,8 asistencias y 2,3 tapones. En las Finales 18,5+19+5,2+3,7, con 20 puntos, 23 rebotes, 7 asistencias y 8 tapones en el sexto y definitivo partido. Gene Shue, el entrenador de los Sixers, dijo que acababa de ver al “mejor jugador interior de la historia”, un tipo que se otorgó un 2,11 oficial poque no le gustaba que lo llamaran siete pies (2,13). Pero que, en realidad, estaba más cerca del 2,18 que de ese 2,11 y solo entre los 15 y los 16 años pasó de 1,85 a 2,01.
Después de ese año triunfal, los Blazers iniciaron la temporada 1977-78 con un 50-10, en tromba hasta que se rompió el pie un Walton que había sido all-star por segundo año (en el primero no jugó por lesión) y que promediaba por entonces 18,9 puntos, 13,2 rebotes, 5 asistencias y 2,5 tapones. Le valió para ser MVP y entrar en el Mejor Quinteto y el Mejor Quinteto Defensivo, pero los Blazers acabaron (sin él) 58-24 y su esfuerzo por volver en los playoffs llevó al desencuentro con los médicos a su feo final de etapa en los Blazers.
Tras su espantosos pasó por los Clippers, de San Diego a L.A. (“el baloncesto era horrible y la gestión de la franquicia era inmoral, corrupta e ilegal pero por lo demás no estaba mal”), trató de volver a disfrutar del baloncesto en un aspirante al anillo y se ofreció a Lakers y Celtics. Jerry West dudó de la durabilidad de su pie mientras que Larry Bird dio el visto bueno y Red Auerbach calló a los médicos que desaconsejaban su fichaje (“aquí mando yo”, dijo en el hospital sin soltar su archifamoso puro). En Boston fue elegido Mejor Sexto Hombre, el único jugador que tenía ese premio y el de MVP hasta que James Harden repitió ese particular doblete. Y fue importante en el anillo de 1986 como principal suplente de uno de los mejores equipos de la historia, el que formaba con Dennis Johnson, Danny Ainge, Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish. En esta temporada 1985-86 jugó 80 partidos, casi un milagro, con casi 20 minutos por noche.
Ahora que se valora tanto a los jugadores que protestan y alzan la voz por la lucha social, se tendría que haber hablado más de Bill Walton, un jugador blanco que se implicó con causas que muchos como él sentían que no eran suyas. El hijo de unos padres que no veían deporte y que hablaban en casa de arte, política y música. Y ahora que en las pistas se valora por encima de todo la IQ, la capacidad para pasar y la movilidad de los jugadores interiores, se debería reivindicar más la figura del Gigante Rojo, que hacia todo eso y era capaz a la vez de ganar casi todas las batallas de vieja escuela en las zonas. ¿Cómo de grande sería su legado sin aquellas malditas lesiones? Nunca lo sabremos, pero sí sabemos cómo fue lo que sí pudo hacer en plenitud, de los Bruins a los Blazers y de ahí a ese fantástico último esfuerzo como secundario en los Celtics, ya con 33 años. Y fue majestuoso.